NUESTRO ÁRBOL DE AGUACATE EN CASA
UNA CORTINA
NEGRA HA CAÍDO SOBRE EL SALVADOR
Nuestro
querido país que en su pequeñez, posee una belleza natural envidiable, fue
desde tiempos remotos un lugar codiciado por los primeros pobladores indígenas para ser habitado debido a condiciones inmejorables,
como su ubicación geográfica, su clima tropical que no llega a temperaturas
extremas en el año, abundantes lluvias, la calidad de sus tierras para el
cultivo, su paisaje en el que se
combinan la cercanía de cerros, ríos, lagos, volcanes y el mar.
Siglos más
tarde con la llegada de los conquistadores españoles, regiones como las de San
Salvador, Sonsonate y en menor dimensión San Miguel, que para la época
pertenecían a la Audiencia de Guatemala, alcanzaron gran importancia, llegando
a constituir dos siglos más tarde, zonas de poderío económico por su capacidad
productiva y comercial y una fuerza muy importante de poder político en las
gestas independentistas y en la posterior lucha entre los movimientos conservadores
y liberales.
A finales
del siglo diecinueve, con las reformas liberales, buena parte de las mejores tierras de El
Salvador fueron casi regaladas por los gobernantes de la época a familias de
extranjeros y nacionales pudientes, para dedicarlas al cultivo del café, conduciendo
a elevados niveles de bonanza económica pero con beneficio casi absoluto para
lo que se conoce como la oligarquía cafetalera. Y más tarde, llegada la década
de mil novecientos cincuenta, aquel grupo oligárquico y la denominada
burguesía, se convirtieron también junto
a empresas internacionales en los inversionistas de la industria, en el marco
de la integración centroamericana.
En todo el
proceso histórico, los trabajadores que en los mejores tiempos constituyeron “la
destacada mano de obra salvadoreña” fueron un factor clave para lograr junto al
capital salvadoreño y el extranjero radicado en el país, niveles elevados de
producción y productividad, tanto en el campo agrícola como industrial y de
servicios.
Ante tal
empuje económico, El Salvador siempre fue visto como el país líder en la región
centroamericana o el pequeño Japón. Y a pesar de condiciones estructurales de
una sociedad muy inequitativa y con bastante atraso en el campo político y democrático,
mantuvo niveles macroeconómicos elevados del PIB, estabilidad monetaria, bajo
déficit fiscal, bajo nivel de endeudamiento externo y un aceptable nivel de
inversión externa directa.
Con el
desenlace del conflicto armado en los años ochenta, los indicadores económicos y
sociales alcanzaron niveles totalmente regresivos. Pero alcanzada la paz en
1992, la actividad económica logró de nuevo una franca recuperación y las
esperanzas de volver a ser una economía más dinámica se mantuvieron durante todo
el decenio de los noventa.
Sin
embargo, llegados los años dos mil, con la incidencia de dos grandes
terremotos, las políticas populistas y neoliberales adoptadas, los efectos de
la crisis mundial, la corrupción e impunidad en las altas esferas del estado, una
polarización cada vez más exacerbada a nivel político y el avance incontenible
de la delincuencia e inseguridad, la
economía salvadoreña no ha parado de acercarse al estancamiento y a la
recesión.
Para el
momento actual, los indicadores de crecimiento económico muestran un deterioro
importante, comparados con los de países que en décadas pasadas fueron más
atrasados que El Salvador en Centro América.
El déficit
fiscal es acuciante a pesar de la implementación de nuevos impuestos aplicados
por la Administración actual. Los niveles de endeudamiento externo alcanzan proporciones
preocupantes en relación al PIB. La pobreza se ha agudizado, aunque no lo
muestren así, las cifras oficiales. La insatisfacción de servicios básicos como
el agua, en algunas colonias del Gran San Salvador es evidente. Y la
inseguridad generalizada ha caído como una cortina negra, con la constante elevada
cantidad de muertos diarios ocasionados por el desborde de la delincuencia y el
crimen.
El Salvador
con una población de seis millones de habitantes es considerado uno de los países
más violentos del mundo y desde el 2015 según cifras oficiales, muestra la
mayor tasa de homicidios en Centro América, con un promedio de hasta 23 muertes
violentas por día, en el año 2016.
Sin
embargo, al final del túnel, parecen
avizorarse algunas luces de esperanza con las recientes estrategias más claras
de combate al crimen acordadas por el gobierno, el esfuerzo permanente de las
fuerzas productivas por mantener la producción agrícola y manufacturera en
sectores clave de la economía y la lucha de micro y pequeños empresarios por
salir adelante. Pero sobre todo, es de tener en cuenta, la entrega y tenacidad
de un pueblo trabajador que sale a sus sitios de trabajo desde las primeras
horas del día desafiando todos los obstáculos y confiando en que las cosas deben
ir cambiando hacia mejores derroteros.
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