FLORES DE VERANO EN LA CUMBRE
ALGO
PERSONAL
Desde hace
unas tres semanas, no he estado muy bien de salud. El año pasado justo por este
tiempo, me sucedió lo mismo. Se trata según me dijo un médico, probablemente de
problemas de micro circulación cerebral.
Sin
embargo, no he faltado a mis clases en la universidad y he dedicado tiempo en
mi casa para elaborar y corregir pruebas, leer sobre la temática que desarrollo
en mis clases, etc. Y no es porque me quiera hacer el mártir o el gran
responsable de mis obligaciones. Es que no puedo estar tranquilo en casa,
cuando tengo una responsabilidad pendiente que cumplir.
En esa
misma línea, tal vez era conveniente no escribir esta página en mi blog, pero
cuando constato en el sistema, tantas entradas a mi blog, no puedo más que
cumplir con mi meta de escribir al menos una página en el mes, ya que siempre
hay quienes están pendientes de nuestros escritos.
A veces
pienso que hay personas que se extralimitan en sus responsabilidades porque así
las moldeó la vida, aunque nadie se los reconozca. Y de eso pasé ya por varias
experiencias en el pasado, de las que quiero compartir dos con ustedes.
Cuando fui
director de primera línea en el Ministerio de Planificación de 1982 a 1985,
trabajé con todo mi empeño y dedicación, al grado que para la muerte de mi
madre cuando el Estado me concedía por ley al menos nueve días de asueto por
duelo, yo sólo me tomé tres días a fin de atender mis responsabilidades en
aquella institución.
En aquellos
tiempos nunca falté a mis obligaciones laborales y es más, dedicaba horas de mi
descanso en casa para atender asuntos pendientes de la oficina. Sin embargo, tres años después, ya con un
nuevo gobierno, comencé a recibir un tratamiento bastante humillante que me
hizo buscar otras alternativas y terminé renunciando al puesto de director y
por suerte colocarme en un puesto de mejores perspectivas.
Lo mismo me
sucedió en el Ministerio de Educación, en el año de 1995, cuando después de
haberme entregado de manera total a mis labores como director ejecutivo durante
cinco años y haber contribuido a institucionalizar una oficina para el buen
manejo de los recursos externos para la educación, al operarse un cambio de la
dirigencia superior en el Ministerio, fui trasladado a otro cargo del mismo
nivel, pero más burocrático, que yo interpreté casi como un castigo. Pero eso
no era todo. Comencé a recibir de una funcionaria todo tipo de atropellos a mi
dignidad seguramente con el ánimo de desesperarme y que yo dimitiera de aquel
puesto. En efecto, ante tal situación, tuve que renunciar voluntariamente a mi
cargo para dejarle libre el camino a aquella funcionaria.
De aquellas
dos experiencias, he llegado a la conclusión que en la vida y especialmente en
el mundo profesional no siempre se premia la dedicación, la responsabilidad y
el esfuerzo en el trabajo. Que siempre existen personas mal intencionadas, que
buscando su beneficio personal o su interés, atentan contra quienes consideran
sus adversarios o que les pueden hacer competencia en el campo profesional o
que no les satisfacen sus caprichos en su búsqueda de poder.
Con tales
experiencias sería casi lógico pensar que no vale la pena la responsabilidad y entrega
total en el cumplimiento del deber.
Sin
embargo, puedo testificar que existe una ley natural de compensación que yo
mismo he comprobado que existe.
Y en ese
sentido, estoy de acuerdo con Giuseppe Isgró C., cuando escribe:
“En la
vida, jamás temas perder. Por la Ley de compensación, todo acto tiene en sí mismo
su propia retribución. Toda acción, su reacción semejante. Tanto en tu
profesión como en la vida privada, actúa con generosidad. Da afecto, servicio,
elogios sinceros, parte de tu tiempo en pro de una obra social útil. Si algunas
veces, aparentemente pierdes, deja de preocuparte; recibirás tu recompensa.
Pero, observa con atención; es preciso dejar de mirar lo que se haya podido
perder; mira únicamente las nuevas oportunidades que, frente a ti, esperan
darte tu respectiva compensación. Esta ley es de cumplimiento certero.
Si alguien
te ha efectuado un serio perjuicio, deja de arremeter en su contra con
violencia; conserva la imperturbabilidad y la impasibilidad interior, la
serenidad y la auto-confianza. De alguna manera y por el mejor canal, oportunamente,
recibirás la compensación adecuada. Pero, antes debes “perdonar” y “amar” a
quién te perjudicó. Es la única forma de emanciparte, liberándote, dejando que
la ley de la compensación actúe de acuerdo a la ley de la justicia divina,
automáticamente.”
Recomiendo
seguir leyendo a este autor en el sitio: http://leyescosmicasdelexito.blogspot.com/2011/11/ley-de-compensacion.html
No sé qué
piensan ustedes de este testimonio.
EL SALVADOR UN PAÍS TRADICIONALMENTE
PRESIDENCIALISTA Y CENTRALIZADO
Nuestro
sistema de gobierno contrario a muchos países que adoptaron el federalismo como
forma de administración del poder político, está organizado de manera
centralizada.
Lo
anterior significa que el poder político se ejerce de manera unitaria en todo el
territorio nacional y local salvadoreño, sin que haya una división territorial
del poder. Lo que existe en todo caso,
es una desconcentración limitada del poder. Mientras que en un sistema federal,
el poder político se distribuye en dos ámbitos: el nivel federal con
atribuciones que se aplican a nivel nacional y el nivel descentralizado
constituido por estados, regiones, provincias, departamentos o comunidades con
atribuciones propias y soberanas.
En
teoría, el federalismo se estima más conveniente en países con gran territorio
e importantes diferencias culturales y
sociales como los Estados Unidos de América, Alemania, Brasil, etc.
Mientras
que el sistema centralista parece ser más conveniente en países
territorialmente pequeños y sin mayores diferencias sociales y culturales en su
población, como es el caso salvadoreño.
Cuando
se habla de poder vertical se hace referencia a la distribución del poder
político del estado, tanto en el ámbito central como en el de otras divisiones
territoriales que desarrollan sus funciones sólo para esa parte del estado.
Y se
considera poder horizontal, la distribución interna del estado en el Poder
Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Lo
importante en el poder horizontal es que se debe dar una distribución
equilibrada del poder y que existan los suficientes pesos y contrapesos para
alcanzar lo que se denomina un balance en el poder entre los órganos del
estado.
Para
el caso salvadoreño, además de organizarse
el estado de una manera centralizada, se ha otorgado tradicionalmente un
elevado poder al presidente del Órgano Ejecutivo respecto a otros Órganos, como
lo explica José Alejandro Cepeda en su artículo “El Presidencialismo en El
Salvador: Análisis de su evolución a dos décadas del Proceso de Paz (1992- 2012”).[1]
Tal
uso del poder según Cepeda, se debe por una parte, a la tradición
presidencialista heredera del caudillismo del siglo XIX y que los Padres de la
patria republicana concibieron de manera diferente a las experiencias
parlamentarias de Europa; los contextos semicompetitivos y autoritarios de
principios del siglo XX, la experiencia dolorosa del Martinato, los posteriores
gobiernos militaristas y el rol de oligarquía hasta 1979, en lo que puede
denominarse “hiperpresidencialismo” (siguiendo la clasificación de Dieter Nohlen); y una especie de transición hacia la
democracia con el Gobierno del Presidente Duarte, Álvaro Magaña, la Constitución Política de 1983 y el
gobierno de Alfredo Cristiani, caracterizados por un “presidencialismo
dominante” según la clasificación de Nohlen, hasta los Acuerdos de Paz de 1992 y las
elecciones de 1994, que representaron la consolidación del sistema de partidos
políticos y la mayor importancia de la Asamblea Legislativa y de un sistema
judicial más eficiente.
Cepeda,
destaca además, la disminución de las atribuciones del presidente de la
República en la actualidad, de acuerdo a la Constitución y que pasaron a ser
prerrogativas de la Asamblea Legislativa, acabándose el desproporcionado
alcance clientelar de que gozaba la cabeza del ejecutivo antes de 1983. Sin
embargo, el mismo articulista menciona cómo el presidente, mantiene todavía “el
derecho a elegir los gobernadores de cada departamento, lo cual demuestra la
persistencia de un modelo más centralista, aunque a nivel municipal la
democracia descentralizadora se ha extendido para la elección de los alcaldes y
los concejos municipales, siendo éstos autónomos
económica, técnica y administrativamente”.
Cepeda,
menciona además cómo “el presidente tiene la atribución dentro del Consejo de
Ministros de elaborar el plan general de gobierno y el presupuesto nacional a
presentar en la Asamblea Legislativa. En este sentido, aunque el presidente en
efecto sigue siendo determinante y fuerte, hay un mayor equilibro frente al
legislativo desde la década de 1980 corroborado luego de 1992, pues el
presidente así como ha cedido, también obliga al congreso a mantenerse reunido
para trabajar, pues en caso tal podrían suspenderse las garantías
constitucionales, así como convocarlo extraordinariamente en caso de necesidad”.
Más
adelante el mismo articulista señala en cuanto a las fuerzas armadas, que “el presidencialismo
en el Salvador consiguió un avance fundamental a partir de la década de 1980: al
desmarcarse de la relación tutelar y de control directo por parte de las
fuerzas armadas. Se trató de la superación del modelo que imperó entre 1948 y
1979, que promovía candidaturas oficialistas militares a la presidencia, lo que
redundó en el
prolongado
sistema político autoritario y semicompetitivo descrito… por lo que
a
partir de 1992 no se puede hablar de un presidencialismo condicionado por lo
militar”.
Después
de un análisis exhaustivo sobre el tema, Cepeda termina clasificando al
presidencialismo actual salvadoreño siguiendo a Nohlen, como un “presidencialismo
reforzado” es decir más avanzado que el “Hiperpresidencialismo o dominante” pero
menos, que el “Puro o equilibrado” como el de Estados Unidos de América y el “Atenuado o el Parlamentarizado”,
al incluir en el caso salvadoreño en los
últimos tiempos, la participación de otros elementos del sistema político como
las instituciones de control, el abanico partidista, los grupos de presión, la
opinión pública y la sociedad civil.
Desde
mi perspectiva, aunque el presidencialismo y las atribuciones del Órgano
Ejecutivo, se han visto bastante disminuidas respecto a lo que eran hace
treinta y tres años, persiste también un peso muy fuerte del ejecutivo, especialmente
en el ámbito departamental y municipal; y más específicamente, en cuanto a la
distribución de los recursos financieros del estado, la planeación y ejecución
de acciones para una mayor atención a la población en el ámbito educativo,
cultural, de salud, de seguridad, de infraestructura, etc. Lo que sugiere que
hace falta a futuro, una reforma del estado desde tal perspectiva.
Por
otro lado, pareciera que la disminución del presidencialismo ha significado un
fortalecimiento de la partidocracia, a raíz de la introducción en la
Constitución de la República vigente, del artículo 85 que establece que el
sistema político se expresa por medio de los partidos políticos, que son el
único instrumento para el ejercicio de la representación del pueblo dentro del
gobierno. El artículo anterior, como lo hemos sostenido en este blog debiera
ser reformado. (Ver sitio siguiente): http://ramirovelasco.blogspot.com/2010_12_01_archive.html Pero esto
último, es otro tema.
[1]
Revista Instituto de Altos Estudios Europeos, Núm-0, RIAE. http://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=15&cad=rja&uact=8&ved=0CDUQFjAEOAo&url=http%3A%2F%2Fwww.iaee.eu%2Friaee%2Fnum0%2Friaee0art3.pdf&ei=mF1CVdzIOvaLsQSKu4CQDg&usg=AFQjCNGSR0zxFob5VSR0YJZ33gppk0JFsg&bvm=bv.92189499,d.cWc
EL SALUDO CAMPESINO DE ANTAÑO EN EL
SALVADOR
En 1950 la ruralidad en El Salvador era de un 63.5%,
es decir, que de cien personas que nacían en el territorio, sesenta y tres aproximadamente,
vivían en el campo. Lo que explica por
qué muchas personas que ahora son mayores de sesenta años, vivieron en el campo
o tuvieron muchas vivencias con las costumbres y manera de ser de nuestros
campesinos de antaño.
En aquella época, las personas de la
tercera edad, como se puede deducir, habían nacido a finales del siglo XIX,
cuando las costumbres eran muy diferentes a las de ahora.
Una de las características de la gente
mayor de mediados del siglo XX, era su elevada religiosidad, pues aunque la ley
prohibía por ejemplo, la enseñanza religiosa en las escuelas primarias, ya que
la normativa constitucional estableció desde 1893 la enseñanza laica, sin
embargo, debido a la poca cobertura educativa y a los elevados índices de
analfabetismo, las tradiciones y creencias religiosas en la línea católica eran
muy fuertes y se transmitían en los hogares y las comunidades de manera normal.
Tal sentido religioso, se reflejaba en el
saludo entre las personas.
Así al encontrarse dos personas del campo,
se deseaban buenos días, buenas tardes o buenas noches, agregando el “le de
Dios”. Por ejemplo alguien saludaba así: Buenas tardes, le de Dios don fulano. Y
éste contestaba: buenas tardes le de Dios, doña zutana.
En el caso de los niños o adolescentes,
debían saludar a las personas muy cercanas que no vivían en casa, como abuelos
o padrinos con el Bendito. Aquella oración decía así: Bendito y alabado sea el
Santísimo Sacramento del altar, buenos días (buenas tardes o buenas noches)
abuelita, mamita, (nanita), padrino (madrina) abuelito (tatita). Y la persona
mayor respondía: "Por siempre”.
En el caso de los hombres, que por lo
general llevaban sombrero, se descubrían la cabeza y hacían una especie de
reverencia al entrar en una casa y saludar a los presentes, a otra persona
mayor o a una persona distinguida, como
una autoridad o un sacerdote.
Al sacerdote hasta antes de los años
cincuenta, se le besaba la mano al saludarlo, a la vez que se le hacía una
reverencia.
Al despedir a una persona, los campesinos
también se brindaban abrazos o un apretón de manos con frases como: “Que Dios
le acompañe”, etc.
El saludo de los campesinos era para todas
las personas que se encontraban en el camino tanto de la ciudad como del campo,
fueran conocidas o desconocidas.
Al encontrarse dos campesinos conocidos, detenían
su camino y además de saludarse era normal preguntar cómo estaba la familia y
qué novedades tenían. También era normal preguntar por ejemplo, para dónde se
dirigía la otra persona con la interrogante: ¿Para dónde la tira por hay?. Y la
persona interrogada indicaba el lugar hacia donde iba.
Si alguien llegaba a una casa campesina a
la hora de una comida era invitado a comer, con la frase: Venga comamos. Si el
visitante era un familiar muy cercano, se le insistía varias veces y el
invitado debía acercarse a la mesa. (De allí quizás aquella famosa frase que
“donde comen dos, comen tres”. La
respuesta a la invitación a comer, normalmente era: Muchas gracias, yo comí
antes de salir; yo estoy bien gracias; muchas gracias, que le aproveche.
Al despedirse dos campesinos conocidos,
era normal enviar saludos a la familia y desearse mutuamente, todo bien en el
camino.
Si un campesino quería pedir un favor a
otro, lo expresaba por ejemplo de esta manera: “Quería suplicar su merced, para
que me preste cinco colones que se los pagaré a fines del mes”. A lo que el
interrogado respondía si le era posible o no.
De las frases anteriores, se puede deducir
el gran respeto y cortesía con que las personas del ambiente rural y de los
pueblos de aquellos tiempos, se expresaban en su vida cotidiana. Lo que
contrasta en mucho con lo que sucede en la actualidad, especialmente en la
ciudad y en el sector de la niñez y la juventud que a veces ni saludan ni a los
de casa.