ELEVADA RELIGIOSIDAD
EN SEMANA SANTA, ¿CÓMO EXPLICARLA?
El
ambiente cargado y cargoso de tanta campaña política desapareció temporalmente
en El Salvador en estos días. Pero independientemente de tal hecho político, a finales
de marzo y principios de abril con la
llegada de la semana santa, cada año se opera un cambio de diskette mental y
emocional que permite una verdadera catarsis en la población, especialmente en
la más sencilla y pobre.
Como
lo he expresado en otros escritos, aún el ambiente natural y climatológico salvadoreño
se presta para una celebración en la que lo religioso y ritual se mezcla con lo
costumbrista, lo tradicional y hasta con lo mágico.
Desde
que comienza la cuaresma, el ambiente físico se vuelve tristón por un sol
abrumador mezclado con una tenue nubosidad que junto a la vegetación seca dan un tono de
luz casi amarillento. Unido a ese ambiente, en las zonas donde existen árboles,
comenzando por predios baldíos, parques y no digamos en el campo abierto, el canto
o más bien el estridor de la chicharras y de los chiquirines se convierte en un
coro incesante con un dejo de tristeza hasta que llega la noche.
Pero
yendo al tema, vale la pena preguntarse ¿cómo es en general el salvadoreño
común en cuanto a sus valores religiosos?. En una respuesta rápida se puede
decir, que la gente tiene un hondo sentido de creencia en Dios.
Basta
ver a un jugador de fútbol de cualquier división para comprobar su elevado
sentido religioso desde que toca el césped y se persigna hasta que mete el gol
y levanta los ojos al cielo. O cuando alguien participa en un concurso
difundido por la televisión para obtener cincuenta dólares o más y expresa su reiterada
confianza en Dios para ganarse el premio.
La
gente salvadoreña normalmente coloca a Dios de por medio en sus múltiples
expresiones, así se escucha a menudo: primero Dios que pasaré el examen;
primero Dios que mi madre seguirá mejor; primero Dios que en el próximo sorteo
me saque la lotería; etc.
Se
puede decir que la masa de salvadoreños cree en Jesús, en la Virgen María y en
los santos, aunque de ordinario no frecuenta la iglesia.
Pero
en el desarrollo de la semana santa, los salvadoreños del común cambian
totalmente su modo normal de ser y asisten a los actos religiosos en forma
masiva al conmemorarse la pasión y
muerte de Jesús.
Hay
lugares como Sensuntepeque, Cabañas, donde casi el cien por ciento de la gente
sale a la calle a participar en la procesión del Santo Entierro o al menos a verla
pasar.
Desde
el punto de vista emocional, mucha gente salvadoreña alejada durante casi todo
el año de las actividades religiosas se vuelca especialmente el jueves y
viernes santo en una acción casi de desagravio por sus pecados. Esta
explicación la escuché de boca de una persona que permanece en los burdeles normalmente,
al ser entrevistada en estos días por un canal de televisión.
Siempre
me he preguntado en qué estriba tanta fe y devoción popular durante las
celebraciones de la semana santa. ¿Por qué un pueblo de por si violento y
agresivo los restantes trescientos días del año se transforma en esa semana, en un pueblo tan
devoto y ritualista especialmente en los sectores con menores recursos
económicos?.
Al
tratar de buscar una explicación aparece por un lado la educación recibida, sin
embargo esa variable no es muy determinante, pues la gran mayoría del pueblo
apenas cuenta en promedio con unos años de educación primaria recibida en
escuelas públicas estatales donde la enseñanza de la religión es casi nula.
Entonces
pareciera ser que lo que mayormente influye son las costumbres familiares y
comunitarias heredades de generaciones anteriores en una práctica de actos
tradicionales vinculados a un sincretismo religioso católico e indígena que
alcanza su culmen el jueves y el viernes santo.
Por
otro lado, la Iglesia Católica principal mantenedora de esta tradición, deja
campo abierto para la participación de los laicos. Éstos, aglutinados especialmente
en las hermandades, cofradías y diversas asociaciones, se encargan de manera
casi autónoma de: dirigir y llevar a cabo procesiones de todo tipo con gran
sentido simbólico; elaborar alfombras; realizar actos de penitencia en las
calles; arreglar las vestimentas de las imágenes
y cargarlas en andas; vestirse con túnicas a la usanza judía y romana, etc.
Además
si algo tiene la Iglesia Católica que penetra profundo en la población es ese
sentido simbólico con que mezcla sus celebraciones y su liturgia, como son las
velas encendidas, el agua bendita, los óleos, las palmas, el incienso, las
matracas, los ornamentos color morado, las imágenes, algunas tan flageladas como El Nazareno y que
aparece en diferentes estampas de dolor hasta terminar en la cruz y después
muerto en la urna, la Dolorosa, La Magdalena, etc.
Pero
junto a la parte religiosa está también la parte netamente cultural y
antropológica social que se refleja en: un acercamiento a la familia o al lugar
de origen en esta época, una gastronomía tradicional compuesta por una variedad
de comidas propias de la época, un ambiente vacacional casi generalizado para
los estudiantes y trabajadores formales y en los denominados días grandes (viernes
santo, sábado santo y domingo de resurrección) para toda la población.
Todo
lo anterior, hace de la semana santa un tiempo de cierta tranquilidad en el que
aflora lo tradicional y lo costumbrista,
pero especialmente lo religioso que lejos de ser olvidado de acuerdo a la
lógica modernista, parece ir en aumento año tras año.
No
tenemos cifras de los homicidios ocurridos en la semana santa probablemente la
cifra se acerque a cero, mientras en semanas anteriores las cifras han sido alarmantes.
Todo se debe al milagro que se opera en la mente y en el corazón de la gente
ante el triste cuadro de la muerte del Nazareno.
¿A
quiénes o a quién atribuir tal comportamiento? Yo sostengo que a esa costumbre y
tradición tan enraizada en la gente de celebrar la semana santa a lo
salvadoreño.
MUÑECA DE PALO
Llegaste a inicios del
siglo veinte
cuando el tiempo pasaba
más lento
y cuando los niños
preferían jugar
al arranca cebolla y a la
gallina ciega.
Fuiste casi contemporánea
de las muñecas de trapo,
a las que las madres con
cariño
les llamaban las chintas.
Ellas tenían los brazos
cortados
como en pequeños trozos
y los cabellos de hilo
peinados
en dos gruesas trenzas.
Tú traías en tus genes,
la elegancia del aceituno,
el color del cortez blanco,
la textura del caoba
y el olor al copinol
aserrado.
Pero en tu cara y en tus
manos
se reflejaba la delicadeza
del cedro, tan preferido
por los ebanistas.
Mientras los niños dioses
de antaño aparecen sólo
en las navidades,
tú te has quedado cautiva
en alguna colección
valiosa
de los amantes del arte;
o en los viejos recuerdos
de las personas mayores.
Ah, me olvidaba decirte,
que como tú existen muchas
hoy día,
hechas de carne y hueso;
muy bellas por fuera
pero por dentro,
con un corazón de palo.
Ramiro Velasco, abril de 2012
VIVENCIAS JUNTO A LOS
OBISPOS ADOLFO MOJICA Y JOAQUÍN RAMOS
Monseñor José Adolfo Mojica Morales
A
Monseñor Mojica lo conocí desde que él era seminarista en San José de La
Montaña. No tengo idea exacta de cuando lo vi por primera vez. Pero seguramente
fue en alguna fiesta a Señora Santa Ana celebrada el 26 de julio de cada año,
ocasión en que los seminaristas mayores visitaban al Obispo Benjamín Barrera en
su residencia que fue por un tiempo la misma sede del seminario menor Juan
XXIII del que yo era interno.
Asistí
como parte del coro del seminario menor, al oficio de su ordenación sacerdotal
que se llevó a cabo el 25 de octubre de 1964 en la catedral de Santa Ana. La
ceremonia fue presidida por Monseñor Benjamín Barrera Reyes, Obispo de Santa
Ana.
Al
revisar mi diario de la época encuentro la siguiente descripción:
25 de octubre. Ordenación del Padre
Mojica. Acto verificado a las 12 m. Después un almuerzo. Nos habló el Director
del Club Serra para México y Centroamérica. Palabras que agradecieron mi hermano
y el nuevo padre. El día 28 de octubre (miércoles) el P. Mojica celebró su
primera misa cantada.
Mientras
fue párroco en Coatepeque, le visitamos alguna vez con ocasión de la fiesta de
Jesús de los Milagros que se celebra el tercer viernes de cuaresma y en la que
nuestro coro era invitado a cantar en la misa solemne.
Pero
mi mayor acercamiento con el P. Mojica tuvo lugar cuando fui destacado a su misma parroquia (Coatepeque)
para ayudarle en el desarrollo de la semana santa. Probablemente yo estudiaba
cuarto año de filosofía. Yo llegué el sábado anterior al Domingo de Ramos.
Recuerdo que él me asignó un cuarto interior en el convento, modesto pero con
lo necesario.
Durante
la cena hablamos en general de los actos principales a celebrarse en la semana.
Yo ya había tenido experiencias similares en años anteriores. La tarea
principal para mí sería dirigir el pequeño coro formado por mujeres jóvenes, en
las actividades litúrgicas que se habían enriquecido mucho después del Concilio
Vaticano Segundo. Pero a mi cargo estaría también el orden en las procesiones
en las que participara el sacerdote que eran la del Domingo de Ramos y la del
Santo Entierro.
Al
día siguiente (Domingo de Ramos) entré de lleno cantando con el coro en la
procesión de las palmas y tocando el armonio en la misa solemne. En los tres
días siguientes, además de participar en las misas diarias, tuvimos varias horas de ensayo con las
jóvenes, pues teníamos muchos cantos nuevos que aprender.
Los
días jueves y viernes santo fueron de mucha actividad para mí. Lo mismo que el
sábado santo durante la Vigilia Pascual, cuando el Padre Mojica que era
barítono destacado, entonó en canto gregoriano el famoso Pregón Pascual
(Exultet), una pieza de las más hermosas de la tradición litúrgica católica.
El
día domingo de pascua después de la misa solemne, muy cansado pero
tremendamente satisfecho, me despedí de las jóvenes del coro con quienes me
sentía como en familia. En el convento el Padre Mojica me despidió con un
abrazo y me dijo palabras muy gratas sobre el servicio prestado. Desde aquel
momento sentí que había encontrado a un gran amigo.
Años
después aquel sacerdote ejemplar fue consagrado como segundo Obispo de Sonsonate, un 20 de enero de 1990. Su gran
labor pastoral finalizó oficialmente con su dimisión como Obispo titular, el 25
de septiembre de 2011.
El
2 de marzo de 2012 pasado, a la edad de 76 años se marchó de este mundo,
dejando un legado de buenas obras.
Mientras
fungía como Obispo, me lo encontré por esas cosas de la vida en la Iglesia de San
José de La Majada, Sonsonate, en donde junto a viejos amigos seminaristas
cantamos de manera improvisada en la misa y después departimos en un almuerzo.
Sus palabras para conmigo fueron siempre especiales, como especial es mi
recuerdo para él en este momento.
Monseñor Roberto Joaquín Ramos Umaña
Era
originario de Izalco, pero vivía y formaba parte de una familia distinguida en
la Ciudad de Sonsonate.
Su
llegada al Seminario menor de Santa Ana tuvo lugar en 1964. Él tendría unos 27
años de edad, por lo que se le
consideraba una vocación tardía. Tenía una licenciatura en economía y Monseñor
Benjamín Barrera que le tenía un cariño especial, le diseñó un plan de
formación de un año que incluía el estudio del latín intensivo, antes de
enviarlo a los estudios superiores.
En
mi trato diario yo le llamaba Quin y él me decía Ramirito.
Recuerdo
que un día después de la clausura de aquel año escolar 1964 en la que
participamos con mi hermano como protagonistas en una zarzuela, me hizo el
siguiente comentario: les envidio a Ud. y a su hermano por esa capacidad para
el canto, la actuación y tantas habilidades más. Veo que son personas muy
inteligentes que desde pequeños han sido formados en esa línea. Con aquellas
palabras, trataba tal vez de decirme, lo difícil que era para una persona como
él, asimilar lo que en el ambiente de un seminario menor se va adquiriendo de
manera bastante normal.
Al
año siguiente, inició sus estudios de filosofía en San José de La Montaña y
pronto fue enviado a la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.
Años
más tarde, cuando yo estudiaba primer año de teología en San José de La Montaña
regresó a terminar sus estudios de teología, pues el ambiente de la Universidad
de Lovaina no le asentó muy bien. Sin que él me lo dijera, intuí que la
formación allá era demasiado liberal y no propia para él que tenía un carisma muy
espiritual.
Aquel
mismo año, el Padre Rutilio Grande nos seleccionó a cuatro seminaristas: Benito
Tobar, Juan Solórzano, Joaquín Ramos y a mí, para vivir en una de las casas
propiedad del Seminario a una cuadra del edificio del seminario. De allí
asistíamos a las clases, a las comidas y a los actos religiosos, pero nos
retirábamos a aquel domicilio para dormir y realizar nuestras horas de estudio.
A
mí me tocó compartir la habitación principal de aquella residencia con Joaquín.
Debo decir que entre sus hobbies estaba, oír por la noche antes de dormir, la
programación de música romántica de la emisora denominada Radiópolis. Aquella
costumbre me hizo conocer y valorar canciones y tríos que yo jamás había
escuchado.
Otro
de sus pasatiempos era hacer un poco de yoga, durante la semana laboral en el
largo recreo de la tarde, mientras yo disfrutaba en la cancha de fútbol alternando
con entreno en un día y en otro, con partidos entre la selección A y la B formada
por seminaristas y con equipos de fuera los domingos.
A
final de cada mes, el día sábado, Joaquín me invitaba a cometer un pecadillo: consistía
en ir a tomar una cerveza al Restaurante Flamenco situado a dos cuadras del
internado. En alguna oportunidad al soborear la cerveza, se le escapó contarme
que antes de entrar al seminario tuvo una novia a la que le dolió mucho dejar
por seguir el llamado al sacerdocio.
Joaquín
era un hombre de una profunda espiritualidad; muchas veces le encontré en la
habitación, si no leyendo la biblia, con el rosario en la mano.
En
el recreo de la noche que duraba una
hora, sabía que lo encontraba caminando en la larga terraza del seminario con
el rosario en la mano o dispuesto a que platicáramos de cosas siempre
constructivas.
Joaquín
se dio cuenta de mis planes de salir del seminario a trabajar para conocer la
vida de la gente trabajadora. Creo que en su interior pensaba: éste con ideas
de irse para afuera, cuando yo he venido
de allá buscando algo mejor. Sin embargo, era tan prudente que en ningún
momento quiso influir en mi decisión, al contrario creo que rezaba porque mi
plan tuviera éxito y regresara al año siguiente, como lo había planeado con mi
amigo Víctor Zelada. (Ver más sobre este tema en la siguiente página del blog:
Los
años pasaron y no supe de mi amigo Joaquín hasta que fue nombrado Obispo Castrense
en abril de 1987.
Pero
la noticia más terrible sobre él, la recibí por los medios de comunicación el
25 de junio de 1993. Fue asesinado cerca
de Olocuilta, en un acto planeado casi con seguridad por altos mandos
militares. Murió a la edad de 58 años.
Según
algunos escritos, el motivo de su muerte
fue su cercanía a Monseñor Arturo Rivera, Arzobispo de San Salvador y en mi
opinión, porque seguramente sabía mucho de lo que pasaba y había pasado en el
ambiente militar desde la muerte de Monseñor Romero.
Si
algo duele en el alma es cuando un amigo tan cercano muere de esa manera. Pero
sé que desde arriba nos brinda su apoyo y su perdurable amistad.
Con
lágrimas en los ojos, te digo: Hasta luego, Quin.
POR FAVOR, CONTESTE LA
PREGUNTA QUE SE FORMULA A CONTINUACIÓN. SU OPINIÓN ES MUY IMPORTANTE. GRACIAS.