ALELÍES EN LOS CAMPOS DE EL SALVADOR |
Nuestro mundillo político
UNA CORTE DE
JUSTICIA NO TAN SUPREMA EN EL SALVADOR
El
sistema judicial salvadoreño, contrario a lo que sucede en países occidentales
más desarrollados es débil, poco creíble y ha estado atado históricamente a los
vaivenes de tipo político partidario.
No
es extraño entonces que el país haya vivido en los últimos meses un enfrentamiento entre el poder legislativo y
judicial que demuestra el poco respeto por la institucionalidad y lo que se
denomina el estado de derecho. Tal atropello es ocasionado por las élites
políticas que con tal de responder a sus intereses particulares, violentan lo
que se establece en la Carta Magna y los principios que la sustentan.
Los
diferentes países establecen las modalidades de justicia correspondientes y en
todos, existe una última instancia que es la responsable del control de la
constitucionalidad. En el modelo estadounidense tal instancia se denomina Corte
Suprema o Suprema Corte y en el modelo austríaco Tribunal Constitucional. También
se da el caso que el control de la constitucionalidad es compartido por el
Tribunal Constitucional y por la Corte Suprema.
Los
especialistas en teoría constitucional hablan de los sistemas difusos y
concentrados de control constitucional y las magistraturas respectivas. Y cómo
se dan conflictos entre los órganos por el alcance de las potestades de cada
uno.
Sin
entrar en esos intríngulis tan complicados, se puede advertir que existen
sistemas de control de constitucionalidad que con el correr del tiempo, han ido
adoptando el perfil más adecuado en el terreno de la jurisprudencia
jurisdiccional y constitucional.
El
principio de fundamento del control constitucional es el mantenimiento de la
supremacía constitucional. Y ejercer el control político de la constitucionalidad
significa tener la jurisdicción para desautorizar a otros poderes políticos
ordinarios, como el Órgano Legislativo, en el caso que se violen los textos
constitucionales. Este tipo de control también se llama germano-austríaco.
En
cuanto a los modelos que disponen de una Corte Suprema o Suprema Corte, vale la
pena mencionar los siguientes:
Sistema Británico
Gran
Bretaña ha ocupado un sitio importante en el desarrollo histórico del sistema
político liberal construido desde el siglo XVII, apuntalado por las ideas de
John Locke y más tarde en lo que se llega a concebir como el “estado de derecho”.
Tal sistema toma como elementos fundamentales: el imperio de la ley, la
división de poderes, la legalidad de los actos de los poderes públicos, los
derechos y libertades fundamentales y la legalidad de la administración y
control judicial.
La
justicia inglesa como lo señala Alipio Silveira, ver sitio:
http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/facdermx/cont/17/dtr/dtr9.pdf “se caracteriza por la independencia,
integridad y capacidad de sus magistrados, así como por su rapidez. Y algo muy
importante, “en el organismo judicial británico no se tolera influencia alguna,
política, directa o indirecta.”
La
clave en la aplicación de justicia está en la capacidad del juez, en su
incorruptibilidad y en su independencia a cualquier influencia política.
Debe
decirse, sin embargo, que en el 2005 hubo una reforma constitucional dando
lugar a lo que hoy se denomina el Tribunal Supremo del Reino Unido que es la
máxima instancia en materia de apelación de los diversos tribunales.
Los
jueces de tal tribunal son nombrados en forma vitalicia y sólo son separados de
su cargo por razones de retiro por edad. Se da un proceso de selección de
nuevos jueces cuando surgen vacantes.
Una
síntesis del curriculum vitae de cada juez puede verse en el siguiente
sitio: http://www.supremecourt.gov.uk/about/biographies-of-the-justices.html
Modelo estadounidense
De
acuerdo a este modelo, la corte Suprema interpreta la constitución y a la vez
posee el control de constitucionalidad de las leyes.
Se
trata de un sistema muy complejo pero funcional, (ver sitio siguiente): http://www.monografias.com/trabajos11/sisproc/sisproc.shtml que mantiene instancias centralizadas de justicia
en lo que se denomina el sistema de justicia federal compuesto por tribunales
federales y la Suprema Corte; e instancias descentralizadas, a nivel estatal
que comprenden juzgados de primera instancia, de apelación y la Corte Suprema
de cada estado.
Sólo
la Suprema Corte puede declarar la inconstitucionalidad de las leyes federales
o estatales y actos del poder ejecutivo federal o estatal; y sus decisiones son
inapelables.
Los
jueces federales tienen competencia sobre la aplicación de normas federales,
tratados internacionales y la aplicación de la Constitución Política.
En
cuanto a los jueces de la Suprema Corte, debe decirse que son seleccionados por
el Presidente de la República, pero para
ser nombrados deben ser confirmados por el Senado, lo que contribuye a que el
Presidente seleccione un candidato lo más idóneo y honorable posible.
Por
otra parte, el tiempo de servicio de los jueces de la Suprema Corte es
vitalicio, con el propósito de asegurar
el mayor grado de imparcialidad e influencia política; y los jueces sólo pueden
ser destituidos por el Congreso de los Estados Unidos, mediante un proceso
establecido o pueden renunciar cuando lo estimen conveniente. (Ver sitio):
Los
ejemplos anteriores debieran hacernos
reflexionar como pueblo salvadoreño, sobre la importancia de un sistema
judicial bien organizado, capaz e independiente.
La
clave parece estar en la calidad de los magistrados (jueces) que deben ser
hombres y mujeres probos, competentes y sin ataduras políticas.
Al
final, no importa tanto quien nombre a los magistrados, el Presidente de la
República o la Asamblea Legislativa; lo importante es que se seleccione a
personas íntegras, honestas, incorruptibles y competentes, pero también
independientes de los partidos y otras fuerzas políticas o económicas.
Pero
por otra parte, se requiere que los órganos del estado, los funcionarios
públicos y la ciudadanía respeten el estado de derecho. De tal manera, que se cumplan
las leyes establecidas y en su momento, se obedezca al máximo nivel de
justicia, como garante de la interpretación de la Constitución y de la
constitucionalidad de las leyes.
Los
desmanes, arbitrariedades y atentados contra la institucionalidad por parte de
los representantes de los Órganos del Estado en la presente lucha de poderes
que ha vivido el país, sólo refleja cuán lejos estamos de una sociedad institucional
y democrática madura.
Al
llegar a un acuerdo político, para
nombrar a los magistrados que formarán parte de la Corte Suprema de Justicia
actual, se espera que las fuerzas políticas representadas en la Asamblea
Legislativa aprendan las lecciones que deja este conflicto de poderes.
En el futuro se espera que los diputados sean más
cuidadosos para cumplir con lo ordenado en la Constitución de la República y para
nombrar a mujeres y hombres probos, diligentes y competentes para dichos cargos.
CAMPESINO, AMIGO
Esta tarde, casi entrada
la noche,
te he visto sentado
en el quicio de tu humilde
puerta.
Tu camisa abierta y desabotonada
denotaba el calor de estos días de agosto;
y tus pies sucios y
descalzos,
lo duro de tus largas
jornadas.
En verdad,
ésta es la época de más trabajo para ti.
Pasada la primera cosecha
de maíz,
llega la dobla y la nueva siembra
del frijol y de la
postrera. Después la abonada,
la fumigada y el
deshierbo,
hasta ver los frutos en
octubre y noviembre,
como un justo premio a
tanta energía gastada
y a tanta ilusión puesta
en cada surco ,
en cada semilla y en cada planta.
Tu mirada perdida hacia el infinito,
tal vez refleje tus planes
alegres,
si todo sale bien con tus
cultivos;
pero también, tus preocupaciones,
si acaso llega una sequía,
si llueve en exceso,
o si el viento troncha las
matas crecidas.
De pronto, me he puesto en
tu lugar
y me he preguntado:
¿cómo puedes estar tan
feliz,
se trabajas tanto de sol a
sol;
si ganas tan poco
y en tu casa construida de tierra,
apenas les alcanza la
chiva para
los frijoles, las
tortillas y el con qué?.
Y más que respuestas,
encuentro nuevas preguntas:
¿será que tu dicha no está
hecha
de rutinas en una oficina,
de luz artificial,
de humo y de ruido de vehículos,
de artefactos robóticos,
de espacios de cemento
contados en metros
cuadrados
y de momentos estresantes
trazados por rígidos
horarios?
O será más bien,
que tu espíritu se nutre con el verde
interminable de los cerros
y de los prados;
con las aguas ruidosas
de quebradas y riachuelos
convertidos ahora en
torrentes;
con el arrullo de hojas
movidas por el viento;
con el color de plumas
vistosas
y cantos bullangueros de
pájaros;
con las fragancias
exóticas de hierbas silvestres
y el néctar de flores
diversas;
con esos amaneceres colmados
de luz y esperanza
y esas caídas de la tarde tan
tranquilas y bellas?
En medio de todo, te
envidio querido amigo.
Ramiro Velasco, agosto de 2012
LOS MENDIGOS
DE SAN SALVADOR
En
las calles de San Salvador proliferan cada vez más los mendigos y mendigas. Los
hay niños, jóvenes, adultos y ancianos.
Por
supuesto que esta población es una denuncia a grandes voces, del sistema de
injusticia que está a la base de la sociedad y de la falta de oportunidades de
un trabajo digno y bien remunerado.
Los
casos más patéticos de mendigos son los de mujeres jóvenes con sus bebés en
brazos, como escudo para lograr la compasión; lo mismo que los ancianos que
utilizan todo tipo de distintivo para mostrar su necesidad como: muletas,
piernas deformes, brazos vendados, rostros desaliñados, vestidos sucios, etc.
Muy
lejos quedaron aquellos tiempos en que estos seres surgidos de la pobreza
extrema, pasaban pidiendo por las casas y se contentaban con un poco de comida.
La
primera mendiga que conocí muy bien, era una señora mayor que vivía a dos
cuadras de nuestra casa en Sensuntepeque. Su atuendo particular era un tapado
negro en la cabeza y sus zapatos de lona. Ella, aunque tenía sus hijos con sus medios
de vida indispensables, salía todos los
días a pedir por las calles y según decían sus hijos, a pesar de que la familia
trataba de impedírselo, salía a las calles por el vicio de pedir.
Hace
unos cincuenta años, los mendigos eran sobre
todo mujeres y hombres ancianos, borrachitos o personas minusválidas que pedían un cinco de colón a
la entrada de las iglesias.
Años
más tarde, se convirtieron en gente ubicada en las esquinas de las calles de
mayor tránsito. En los años setenta pedían diez centavos y allá por los años
ochenta, una peseta.
Recuerdo
muy bien a mediados de los setenta a un bolito que era muy respetuoso para
pedir y que le decía a uno: “bachiller, regáleme una peseta”; en los años
noventa subió el tratamiento y le decía a uno “licenciado, regáleme un colón”.
Esa anécdota refleja cómo había aumentado el nivel educativo de las personas,
pero también cómo había subido el costo de la vida.
Ahora
los mendigos se ubican en las esquinas estratégicas de las principales calles
de las grandes ciudades, esperando el rojo del semáforo para solicitar una
moneda a los conductores de cada vehículo. Allí, abundan adultos, jóvenes y
niños que ofrecen alguna baratija como distractor para llegar al conductor o
pasan un trapo sucio a los vidrios del carro, para pedir o casi para exigir una
cora (veinticinco centavos de dólar) o lo que sea la voluntad del acosado.
Entre
los mendigos, los hay con todo tipo de temperamento. Algunos son de verdad
sencillos y humildes y se ve que es gente que por lo general procede del campo;
otros son malencarados y muestran rápido su enojo, si no reciben nada; existen también
aquellos que con más decencia presentan un pequeño show haciendo malabarismos
con limones y otros objetos más sofisticados.
Conozco
a dos personas que viajan a diario a San Salvador desde las ciudades de Cojutepeque
y San Vicente y que probablemente sufrieron mucho con los terremotos del 2001. Ellas comienzan su tarea de pedir lo más tarde
a las siete de la mañana y se retiran a eso de las dos de la tarde con lo
recaudado, como si se tratase de su trabajo diario. Son personas no muy mayores,
con vestimenta limpia que tienen su propia esquina, casi con derechos
adquiridos.
Se
puede decir que la gente tiene sus mendigos preferidos. En mi caso, prefiero
darle una limosna a los borrachines consuetudinarios que me los encuentro
especialmente en los pueblos pequeños y que no hacen ningún mal a nadie. Pero
nunca les doy a los niños, por evitar que se acostumbren a pedir y a tomar la
calle como su destino.
Mi
mendiga estrella es una viejita flaca de unos setenta años, vestida de negro.
Ella siempre está parada frente a una casa, a la entrada occidental de Santa
Tecla, viniendo por la Carretera Panamericana. La impresión que causa es que
tiene una enfermedad mental. Ella ni siquiera solicita ayuda. Desde que la
descubrí, detengo la marcha del vehículo, le pito y le tiro una moneda de dólar
que ella recoge, sin siquiera dar muestras de agradecimiento. Pero para mí, ella
merece mucho más, por su incapacidad y porque pasa desapercibida por la mayoría
de transeúntes y personas que se conducen en vehículo.
Pienso que en medio de tanta desgracia, a los mendigos
no les va tan mal al menos en San Salvador, pues la gente siempre les da algo.
Si no ya hubieran abandonado la calle. Y puedo asegurar otra cosa. Ellos aunque
llueva y se mojen, soporten frío y el sol inclemente, siempre están en sus
esquinas. Lo que significa, que contrario a otras personas que disponen de muchos
recursos, casi nunca se enferman de gravedad.
Esas son las compensaciones de la vida y tal vez las “ventajas” de vivir
en la calle.
POR FAVOR, CONTESTE LA
PREGUNTA QUE SE FORMULA A CONTINUACIÓN. SU OPINIÓN ES MUY IMPORTANTE. GRACIAS.
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