JOCOTES DE INVIERNO EN NUESTROS CAMPOS |
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LOS ABUELOS(AS)
DE HOY Y DE SIEMPRE
Hasta los
años cincuenta del siglo pasado, los campesinos salvadoreños de algunas
regiones llamaban todavía al abuelo “tatita” y a la abuela “nanita”. Aquellos
vocablos eran herencia de nuestros indígenas nahuas quienes llamaban al padre tatah
ó tatli y tatahtli (padre de otra
persona) y a la madre nantli ó nanan y nanantli (la madre de otra persona).
Los
indígenas guatemaltecos utilizan hoy día el término tatita para designar al padre, al jefe de
familia y a las personas respetables.
Sin
embargo, la palabra nanita, además de aplicarse a las abuelas, en algunas partes
de México se usa para referirse a las brujas, como mujeres con poderes
sobrenaturales.
En mi caso,
siempre escuché a mis hermanos mayores llamar a mis abuelos maternos, Papa
Sotero y Mamá Lipa (Felipa). Pero en cuanto a mis abuelos paternos, les escuché
llamarlos como tatita y nanita, siguiendo aquella costumbre indígena ancestral.
Hace varios
años, decir abuelo era hacer referencia a una persona muy mayor, de pelo blanco
y “con olor a ciprés” es decir, casi listo para llevarlo al cementerio. Eso se
debía en buena parte a que la esperanza de vida era muy baja, debido a la
limitada prevención de las enfermedades y a la falta de atención médica.
Ahora muchos abuelos y abuelas se ven relativamente
jóvenes y saludables. Al menos los de mi generación, son en su mayoría personas
tan dinámicas y con mucha energía que hasta resulta un poco chocante llamarles
abuelos, que en nuestro ambiente suena a personas viejas.
En El
Salvador, hoy día, los padres muy pronto se convierten en abuelos. Este
fenómeno se debe por una parte, al elevado número de muchachas adolescentes que pronto se convierten en madres, algo que lejos
de disminuir parece ir en aumento. Por su puesto, que los nacimientos de las adolescentes
que se convierten en madres solteras, ponen al descubierto también, a un
elevado número de jóvenes hombres que engruesan las filas de los padres irresponsables
que traen hijos al mundo y que consideran que su crianza será responsabilidad
de los abuelos.
En la
actualidad, ser abuela y abuelo es algo muy importante en El Salvador. Pues a muchos
de ellos, les toca tomar la
responsabilidad de criar a los hijos de aquellos hombres y mujeres
relativamente jóvenes, que engrosan el
número de emigrantes ilegales que se han
marchado a los Estados Unidos y a otros países, en busca de mejores oportunidades
de trabajo.
No sería
remoto pensar que tres de cada diez niños salvadoreños, viven bajo el cuidado
de la abuela o de los abuelos. Lo que definitivamente incide en los
comportamientos de niños y jóvenes de hoy y explica en buena medida, los
niveles de delincuencia juvenil.
Existe la
apreciación por otra parte, de que los abuelos son más cariñosos con los nietos
que los propios padres y además son muy consentidores.
Sería
interesante investigar cual es el trato de los abuelos con responsabilidad
directa con los nietos, según categorías sociales. Yo considero que los abuelos
de los hogares muy pobres, donde todo falta, probablemente son más permisivos
para que los nietos salgan a la calle a rebuscarse, ya sea pidiendo o haciendo
cualquier cosa para ganarse la vida. Pero estoy seguro, que a pesar de tales
condiciones, son los únicos tal vez que les brindan cariño y comprensión a esos
niños y jóvenes casi desamparados.
De los
abuelos de clase media, que seguramente son los que más conozco, puedo decir, que
son excesivamente cariñosos, consentidores y
juguetones con sus nietos. Y como buenos padres que fueron, también saben
echar una mano cuando es necesario. Así, llevan a los pequeños al colegio o los
reciben en su casa, mientras sus padres regresan del trabajo. Los llevan a dar
un paseo al parque o a un lugar donde la pasen bien. De esa manera, reviven su
paternidad en una forma creativa y comparten con los hijos de sus hijos lo
mejor de los años que les quedan.
No estaría
fuera de lugar que las autoridades legislativas decretasen el “día de la
maternidad y paternidad adultas” dedicado a los abuelos y abuelas como un reconocimiento a la
labor que estas personas hacen con sus hijos, con sus nietos y con la sociedad.
CUANDO TÚ NO ESTÁS
Cuando tú no estás
me acompaña con su
luz
el lucero de la
mañana,
y la brisa del mar
que choca contra
la montaña.
Cuando tú no estás
me despiertan con su embrujo
los primeros rayos
de sol
que irrumpen entre
los árboles
para alumbrar mi
ventana.
Cuando tú no estás
me acompañan con
sus burletas
las osadas guacalchías,
y el cercano
bullicio
de los clarineros
y de las urracas.
Cuando tú no estás
siento más cercano
el arrullo de las
palomas
y el zumbido de las abejas
que vuelan sobre
las rosas.
Cuando tú no estás
cae más pronto la
tarde
y las gotas de
lluvia
golpean con más
fuerza
sobre el techo de
la cabaña.
Cuando tú no estás
me acompaña la
música
del viento entre
las hojas,
y el recuerdo en
penumbra
de otros tiempos
mejores.
Cuando tú no estás
las noches son más
oscuras
y sólo queda la
esperanza
de que volverás de
nuevo,
cuando amanezca el
día.
Ramiro Velasco, septiembre 2012
EL TÍO FÉLIX
Félix
Barrera nació en el Cantón San Marcos, Sensuntepeque, a finales del decenio de 1890.
Era un
hombre bastante corpulento, blanco y con una nariz muy pronunciada.
De joven se
dedicó principalmente al comercio de
ganado vacuno y caballar. Sus correrías semanales de negocio comprendían varios
pueblos y cantones de Honduras, donde compraba los animales para llevarlos al
tiangue de Sensuntepeque los días miércoles y jueves.
Mi madre me
contaba que siendo de las más pequeñas de la familia, ella y Fidelina, siempre
recibían un regalito de Félix cuando había vendido el ganado.
Llegada
cierta edad, Félix se radicó en Sensuntepeque donde pidió la mano de Laura
Martínez, aquella mujer blanca muy bonita, de ojos claros. Con ella contrajo
matrimonio y establecieron su hogar en una de las esquinas más estratégicas del
centro de Sensuntepeque, donde funcionó una de las tiendas más importantes de
aquel pueblo apacible, durante los años 1940 a 1970.
Por esas
cosas de la vida, estuvimos de pupilos con mi hermano, en aquella casa tan
amplia en nuestro primer año de kínder, cuando teníamos cinco años.
Por ser tan
pequeño no recuerdo muchos detalles del Tío, en aquella época. Apenas vienen a
mi mente algunos pequeños episodios de nuestra estancia, como los siguientes:
En la casa sólo vivían el Tío, Doña Laura y su hija Antonia a quien llamábamos
Toñita. Nuestro cuarto se ubicaba junto al patio interior, contrario a las
demás habitaciones que además de conectar con el patio, tenían salida hacia el
portal frente al parque. La tienda estaba en la propia esquina con vista hacia
el parque y el zaguán se encontraba situado en la primera calle oriente.
Un hecho
que no olvido, era nuestra costumbre con mi hermanito de arrojar por las
noches, hojas de periódico encendidas al interior del hueco formado por el
excusado de fosa. Sin advertir el peligro que pudiera haberse causado un
incendio, debido a los gases que tales sitios emanan.
Otro fenómeno,
eran los ruidos en el techo y en el patio que escuchábamos ya acostados por la
noche y que nosotros atribuíamos a los espantos nocturnos. Aquel temor y el
frío en toda época del año, nos presionaba a dormirnos lo más rápido posible.
Los días
jueves y domingo, eran de intensa venta en la tienda, por lo que nosotros
debíamos permanecer en el patio y en los corredores internos. Era entonces cuando
aprovechábamos para jugar con nuestra prima Toñita. Ella con nuestra ayuda,
preparaba diversos platos de comida que preparaba en una improvisada cocina de
leña; hacía refrescos y hasta tortillas con la masa del perico y nos los vendía
a cambio de billetes hechos con hojas de las plantas.
Sin
embargo, casi para terminar el año escolar, fuimos víctimas del paludismo y pasamos
algunos días con mucha fiebre. Sólo recuerdo que yo gritaba desaforadamente
cuando el Dr. Bonilla que era amigo de la familia, me ponía las inyecciones. Ya
pasado el peligro, nuestro padre nos llevó a mi hermano y a mí de regreso al
Cantón, en espera de que cumpliéramos los siete años para comenzar el primer
grado en Sensuntepeque.
El Tío
Félix tenía su propio negocio en aquella casa. El vendía zacate verde, en
aquellos tiempos en que los caballos eran el medio de transporte mayormente
utilizado por los campesinos. Su sala de venta era parte del amplio portal
frente al parque. Cada manojo de zacate costaba quince centavos de colón. También
vendía leña que la tenía depositada en el zaguán y al que se dirigía cuando
había que despachar a un cliente.
El Tío
parecía enojado cuando hablaba con la gente, algo que era propio de los hermanos
Barrera; pero eso se debía a su corpulencia y a su tono de voz muy grave y algo
golpeado, propio de la gente de aquella zona.
Por lo
demás, era una persona muy amena en su conversación y le gustaba contar muchas
pasadas.
Recuerdo
que para el Centenario de la ciudad de Sensuntepeque, en enero de 1965, llegamos
un grupo de compañeros de estudio de Santa Ana a saludarlo. Después de ofrecernos algo de tomar, nos
contó que a él le había tocado pelear en la guerra con Honduras en los primeros
años del 1900. En su narrativa, nos contó detalles como los siguientes: “Que llegaron
las tropas de apoyo de los cuarteles de San Salvador, de Cojutepeque y de San
Vicente, para unirse al de Sensuntepeque y a él le tocó enrolarse. Pasando el
Río Lempa, se adentraron en territorio hondureño y las batallas fueron
sangrientas. Pero su pelotón salió adelante y después de vencer en los pueblos
cercanos, tuvieron que enfrentarse en la batalla más cruenta que se libró cerca
de Santa Rosa.
El ejército
salvadoreño estaba diezmado, pues no tenían suficiente comida, ni habían recibido
los pertrechos necesarios. Pero ellos, mantenían su moral en alto. En un momento determinado, de su grupo
quedaban muy pocos soldados y él tomó el mando. Con su fusil hacía destrozos. Por último, sólo quedaron diez soldados
salvadoreños que habían acorralado al grupo hondureño. Fue entonces cuando él
tiró la bomba decisiva sobre aquel batallón enemigo. Y en ese momento, narraba:
“cuando creímos estar cerca de la victoria, me desperté de aquel sueño tremendo
que acababa de tener”.
Mis
compañeros y yo, que estábamos casi tensos por la narración, no tuvimos más que
reír a carcajadas y valorar su inventiva y gracia para contarnos aquel
interesante cuento.
Sólo tuve
un llamado de atención del Tío que aún recuerdo. Sucedió en ocasión del
novenario de la muerte de mi Tía Fedelina (1968). Yo era seminarista mayor y
ayudaba en la Iglesia de Santa Bárbara en una misa que celebraba el Padre
Napoleón Macías que era mi amigo y me trataba con gran aprecio. Yo le pedí al sacerdote
que al momento de los avisos, invitara a los feligreses a la misa de nueve días
de la tía. En aquel momento, el Padre, se olvidó de mencionar a la familia
Barrera de la que era parte nuestra tía materna y dijo que invitaba la familia
Velasco, es decir la familia de mi padre. Al salir de la Iglesia recibí un fuerte
regaño del Tío, porque el Padre había omitido mencionar a la familia Barrera. El
sinsabor de aquel regaño injusto, me acompañó por algún tiempo.
En junio de
1984, murió el Tío Félix a una edad
bastante avanzada. Tuve la oportunidad de ayudar a colocar su cadáver en el ataúd
y de acompañar a la familia en la vela y el funeral.
En
Sensuntepeque, había muerto uno de los hombres más conocidos y respetados por
su laboriosidad, sencillez y cariño por el pueblo de Sensuntepeque.
POR FAVOR, CONTESTE LA PREGUNTA QUE
SE FORMULA A CONTINUACIÓN. SU OPINIÓN ES MUY IMPORTANTE. GRACIAS.
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