FLORES DE DICIEMBRE EN LA MONTAÑA
PARA MÍ LOS
SUEÑOS SON IMPORTANTES
INTRODUCCIÓN
Soy de las
personas que sueña casi todos los días, más bien todas las noches. A veces inmediatamente después de soñar, me
despierto y pienso que bien podría escribir lo que he soñado, pero la mayor
parte de veces me da pereza y me vuelvo a dormir.
Mi
problema es que pasadas unas horas pierdo detalle de lo que he soñado y después
de un día, casi no recuerdo nada de tales sueños.
He tenido
sueños que son una verdadera novela con unas tramas y unos desenlaces
tremendamente bonitos o complicados.
Por ello,
para mí los sueños son muy importantes. Y de ese tema quiero compartir con Uds.
lo que pienso y dos ejemplos de lo que he vivido en ellos y que publiqué en otras
páginas de mi blog.
Les dejo
las siguientes:
En noviembre de
2013 escribí:
¿SE CUMPLEN LOS
SUEÑOS?
He leído alguna vez sobre el significado de los
sueños y ese es un tema muy interesante.
Los tratadistas de sueños se refieren a la
“oniromancia” como la capacidad para la interpretación de los sueños y la
adivinación de su significado. Un ejemplo clásico de esta facultad se le
atribuye en la Biblia a José, hijo de Jacob que fue vendido por sus hermanos y
que llegó a ser administrador del Faraón de Egipto, gracias a que adivinó el
significado del sueño de las vacas flacas y de las gordas.
Pero lo que trato de demostrar acá es que mediante
los sueños, en algunos casos se puede establecer lo que puede suceder en
el futuro. Pues de eso he tenido al menos dos experiencias que quisiera
compartir con mis lectores.
La primera experiencia, sucedió allá por octubre de
1969, cuando mi compañero Víctor y yo, todavía vivíamos en el centro de San
Salvador; pues siendo seminaristas habíamos suspendido los estudios teológicos
para conseguir un empleo y vivir en carne propia lo que afrontan los jóvenes
pobres en el mundo laboral. Sin embargo, hacía unos dos meses que yo había
decidido abandonar la idea de seguir en el seminario, debido a problemas con el
Obispo para aceptar aquel nuestro experimento.
En aquel ambiente, platicábamos con Víctor de
muchas cosas. Fue en una plática de aquellas que me contó que su padre, se
había sacado un premio de la lotería hacía algún tiempo. Por lo que concluimos
que sacar un premio tal vez no sería algo imposible. Así que hicimos un pequeño
acuerdo firmado entre los dos, que consistía en que compraríamos un número
determinado de vigésimos de la Lotería, gastando dos colones cada uno,
como máximo y el que ganara un premio importante lo compartiría dando al otro,
un 25% de lo obtenido.
Habían pasado algunas semanas, cuando un día me
desperté muy contento y le conté a Víctor que había soñado con el número
ganador de la lotería y justamente en ese día se realizaría el sorteo de la
Lotería Chica. El número soñado terminaba en 111. Víctor me aconsejó que
fuera a buscar el número a la calle. Y así lo hice. Salí a la calle y me
encontré con varios billeteros, pero nadie tenía ni siquiera el 11. Por lo que
regresé un tanto desilusionado a nuestra habitación.
Por la noche en el pupilaje al que acudíamos para
hacer nuestros tiempos de comida, a la hora de la cena, pude ver en un diario
vespertino, el número ganador que efectivamente terminaba en 111. El sueño se
había hecho realidad.
La segunda experiencia, sucedió allá por 1988. Yo
realizaba un breve contrato de consultoría en el PNUD en San Salvador. Aquella
madrugada me desperté de pronto y tenía en la mente el número ganador de la lotería
que acababa de soñar, tomé un papel y lo anoté.
En la mañanita me levanté con aquella idea, pues
sabía que en la tarde se realizaba el sorteo; sin embargo, era más
importante ir al trabajo. Camino a la oficina pasé en vehículo por la Iglesia
de la Ceiba de Guadalupe y recordé que allí había visto vendedores de billetes.
Les pregunté si por casualidad tendrían aquel el número; y como era de
esperar, no lo tenían.
Al día siguiente, el periódico publicaba los
números ganadores. Y el primer premio era justo el número que yo había soñado,
sólo con un dígito diferente en medio de la cifra. Aquella pequeña falla la
atribuí a un lapsus de memoria a la hora de copiarlo en el papel. Es más no lo
recuerdo, pues boté aquel papel que mantuve guardado por algún tiempo.
Después de aquellas experiencias, nunca más volví a
soñar con el número ganador de la lotería. Y creo que ha sido mejor que
así haya sucedido, pues nunca lo hubiera encontrado entre los billeteros y peor
aún, probablemente hubiera estado en la mirilla de los amigos de lo ajeno.
Desde otra perspectiva, yo sí creo que muchas veces
los sueños son reveladores; pues en muchos casos han significado para mí, una
gran ayuda para la toma de decisiones.
Cuando he tenido problemas serios, antes de tomar
una decisión, trato de acostarme tranquilo por la noche y en más de una ocasión
en mis sueños he encontrado la respuesta más apropiada.
Y a ustedes ¿no les ha sucedido algo parecido?. Si
les ha sucedido algo similar, ¿por qué no lo comparten con nuestros y nuestras
lectoras, haciéndome un comentario en esta página?
En noviembre de
2016 escribí:
UN LUGAR MUY ESPECIAL Y MÁGICO
Hace mucho tiempo, compramos un pequeño
terreno bastante cerca de Chalchuapa, en el Cantón El Zacamil que estaba
sembrado en su mayor parte de café. A dicho sitio viajábamos cada cierto
tiempo, pues no podíamos pernoctar, pues sólo tenía como vivienda la casita del
guardián.
Pero hace una semana, en mi visita más reciente a
aquel lugar, llegaron hasta mí dos mujeres para ponerme la queja de que había
unos arbustos de café que alguien los sembró en el propio lindero y que a la
hora de cortar el café siempre entraban en pleito, pues según ellas, el
encargado de nuestra finquita cortaba más café de la cuenta. Ellas me pedían
una solución a este problema.
Queriendo buscar un arreglo inmediato, les pregunté
que si ellas eran las dueñas de la propiedad colindante, a lo que me
respondieron que no, que el dueño vivía por Ciudad Arce y que no llegaba nunca
a su terreno. Entonces les propuse dos soluciones: la primera, era que yo debía
hablar con el propietario para llegar a un acuerdo. Y la segunda, que de
aquellos arbolitos en litigio, un año cortara la cosecha mi mandador y el otro
año, ellas. A las mujeres quejistas, les pareció más adecuada la segunda
opción, aunque lamentaban que esperar todo un año para cortar el café era
demasiado tiempo.
Como siempre habíamos llegado de prisa a la
propiedad, nunca había visto la parte posterior, caracterizada por ser un tanto
rocosa y elevada. Hasta que este día de mi última visita, decidí incursionar
hasta la parte desconocida, dirigido desde lejos por el mandador que me
mencionó los límites de la propiedad; así que caminé sólo, decidido a conocer
por mi propia cuenta aquella parte del terreno.
Pronto llegue al sitio más alto y al mismo tiempo
cerrado y misterioso, pues aunque estaba cerca del resto del terreno, se
encontraba tan oculto por una especie de valladar natural de rocas que me hizo
sentirme en un ambiente muy distinto y peculiar. Allá arriba todo
era bastante plano y casi pavimentado de una tierra rocosa.
Caminé unos minutos más y lo primero que descubrí
fue una casa abandonada pero muy bien construida. Tenía dos habitaciones
importantes, el comedor, la cocina y los baños al final en forma separada. El
agua que llegaba por cañería a la casa, procedía seguramente por gravedad de un
nacimiento cercano que seguramente estaba a poca distancia. Pero más me llamó
la atención, una especie de tubería construida al final de la casa, en forma de
acueducto que probablemente servía para tirar los deshechos que se iban rodando
hasta una barranca un tanto lejana. Todo aquello era una verdadera obra de
ingeniería.
Al examinar el cuarto principal, me encontré con
una librera y papeles escritos ligeramente ordenados sobre el escritorio y su
silla. Todo indicaba que alguien había habitado aquella casa y que de pronto se
fue tal vez sin dejar rastro alguno.
Decidí salir de la casa y recorrer lo que me
faltaba del terreno. Y a unos veinte metros más arriba, me encontré con un
macho de carga (un mulo) que tenía su jáquima puesta con un lazo largo que
estaba suelto. Yo agarré el lazo y traté de sujetarlo con mucha fuerza y al fin
pude amarrarlo al único árbol cercano, pensando en regresar después por él.
Caminé de nuevo hacia la casa y a unos diez metros
hacia el norponiente, pude comprobar un río de mediano caudal y me preguntaba
cómo era que existía aquel afluente en un lugar de por sí tan seco y tan
cercano a nuestra propiedad.
De pronto, pude ver que venía río abajo una especie
de lancha con personas como de otro continente que hablaban en un idioma
extranjero. Se bajaron justo frente a la casa y sin percatarse de mi presencia,
comenzaron a inspeccionarla. Era una comitiva de unas diez personas la mayoría
adultas. Pero había entre ellas, un niño de unos doce años. Yo me apresuré a
entrar a la casa y fue el niño que comenzó a hablarme en forma más familiar,
pero en un idioma desconocido. Yo le hablé en mi pobre francés y por suerte él
hablaba aquel idioma aunque con un acento especial. Las personas mayores
buscaron los baños, entraron al comedor y después a la pequeña cocina, buscando
seguramente algo de comer, pero no había nada de lo que ellos buscaban.
El niño se me acercó de nuevo y entramos al cuarto
de estudio. Tomé un papel para escribir y dejar un mensaje al supuesto
inquilino de la casa, pero sentía que no podía escribir pues tenía las manos
frías y rígidas. Recuerdo que quise escribir una frase cuyo significado aún no
logro descifrar y que comenzaba así: 33 Methus… Sin embargo no pude continuar
escribiendo por las dificultades en mi mano.
Luego salimos del cuarto de estudio y junto al
grupo, nos llevamos la sorpresa de ver que en el río ya muy crecido, venía un
pez tan grande del tamaño de un tiburón, pues era de color negro.
Con el grupo agarramos unos palos y como si
estuviéramos de acuerdo, corrimos queriéndolo atrapar, hasta que cayó abatido
por los golpes y puyones; y a como pudimos, lo sacamos hasta la orilla, pues
era una comida providencial para todos, especialmente para aquella comitiva
hambrienta.
Al poco rato me acordé del mulo que había dejado
amarrado y descubrí que también era un animal encantado, pues se hacía grande y
al mismo tiempo pequeño y amarrado del lazo, saltaba y corría varios metros ya
fuera de mi control. Aquel animal no dejó de atemorizarme, así que opté por
dejarlo en el mismo sitio.
Luego recordé que debía regresar a la parte baja
del cafetal, pues ya era bastante tarde. De regreso, me preguntaba asombrado, cómo
podía existir aquel lugar tan amplio y con tanto encanto, como parte de mi
propiedad.
Cuando desperté en mi casa, me pregunté por qué a
veces tengo este tipo de sueños y constaté que tenía puesto un gorro que uso
sólo en las noches de frío. Y esta vez para no olvidar los detalles del sueño,
como me suele pasar, me he venido directamente a la computadora para narrarlo,
pues de lo contrario pasadas unas horas olvido totalmente lo que he soñado.
El sueño se los juro fue muy cierto, lo mismo lo de
la pequeña propiedad que fue vendida hace mucho tiempo, lo demás queda por ser
creído a criterio de los lectores.
En diciembre de
2017 escribí
UNA TRISTE
EXPERIENCIA
Desde
hacía algún tiempo, venía pensando cómo ampliar nuestra casa de habitación. Para
cumplir aquel anhelo, fue necesario botar dos paredes en la parte externa.
Cuando el espacio
quedó libre, recorrí con mi hijo y con mis dos nietos, la zona que daba al
vecino y caminamos sobre el patio, que ahora se veía muy amplio; tan amplio que
de pronto intenté regresar y tomando otra dirección, me encontré con una zona
que nunca había visto.
Mi hijo y
mis nietos se acercaron a mí y se reían al ver que había tomado el camino
equivocado. Después, una vez que les mostré cómo era de espacioso el lugar,
intentamos retomar juntos el camino para nuestra casa. Y así caminamos durante
varios minutos, pero de nuevo, nos encontramos en un ambiente que nunca
habíamos visto. Desde allí se divisaban unas colinas. Todo estaba lleno de
vegetación y no se veía construcción alguna.
Preguntamos
a unos trabajadores agrícolas, cuál sería la dirección que podíamos tomar para
llegar a nuestra casa. Y no tenían idea, de hacia donde nosotros queríamos ir.
Como ya
habíamos caminado mucho y estando seguramente muy lejos, pensé que una buena
solución sería encontrar la calle pavimentada y pedir a alguien con vehículo que
nos llevara de regreso. Pero tanto mi hijo como yo, no llevábamos teléfono
celular y menos, dinero para pagar el viaje. Sin embargo, podíamos pagarle al
chofer, cuando llegáramos a casa.
Seguimos
caminando y comprobamos que encontrar la calle pavimentada era casi imposible,
pues el campo era abierto y no se veía ninguna calle, ni siquiera de tierra.
Preocupados,
llegamos hasta una casa de campo. Al verla, nos alegramos, pensando que
probablemente, allí estaba la solución. Sin embargo, al tocar la puerta
principal, nos salió una señora alta, delgada y con una larga nariz aguileña
con cara de pocos amigos. Era la dueña de la casa.
Le contamos
nuestra angustia y su respuesta inmediata fue, llamar a su guardaespaldas a
quien le indicó “que había que proceder”. Entonces el hombre apuntándonos con su
pistola, nos introdujo a una especie de celda con barrotes y nos dejó bajo
llave; quedando nosotros totalmente aislados. Mis nietos comenzaron a llorar
desesperados, pero después de calmarlos, les dije que había que ingeniarnos cómo salir de allí
y que todo saldría bien, si se tranquilizaban.
Pronto
llegó la noche y todo quedó a oscuras en aquella extraña y desolada casa. Sin
embargo, por los pequeños huecos se veía el resplandor de las estrellas.
Yo recordé
que llevaba una cuchilla en el bolsillo de mi pantalón y la llave de mi casa.
Así que muy suavemente comencé a manipular el gran candado colgado de una
cadena, que apenas alcanzaba. Como no me cabía muy bien la mano para alcanzarlo,
le pedí a Pablito, uno de mis nietos, que tratara de meter la llave en el
agujero del candado. Y qué suerte, después de intentarlo unas tres veces, logró
darle la vuelta y como un milagro, el candado se abrió.
Con gran
cuidado abrí aquella puerta y salí meticulosamente afuera. Todo estaba oscuro y
en gran silencio. Por suerte, no se veía nadie cerca.
Entonces,
a paso apresurado, salimos agarrados uno detrás de otro, yendo yo adelante como
guía, pues tenía experiencia en desplazarme en lugares oscuros.
Salimos al
campo abierto y sólo habíamos recorrido algunas cuadras, cuando por detrás de
nosotros aparecieron dos hombres armados, uno de los cuales era el guarda espalda
que nos había encerrado en la celda. Los hombres nos dieron el grito de
alto; nos amarraron a mi hijo y a mí; y
nos condujeron a todos hasta una caseta que parecía de policía. Era el “cuartelito”
de los guardaespaldas de la zona. Allá, después de interrogarnos y ante la
amenaza de meternos presos, acordamos que dejarían libre a mi hijo y a los dos
nietos y que solo yo quedaría detenido.
Le pedí a
mi hijo que por los niños no opusiera resistencia y que se fueran. Así los vi partir con
lágrimas en los ojos. Por suerte pasaba por allí, un señor en su carro que
atendió la señal de parar que le hizo mi hijo; los introdujo al vehículo y desapareció
muy rápidamente de nuestra vista.
Qué
tristeza sentí al verme sólo e impotente encarcelado de nuevo, pues sabía que había
caído en manos de criminales, acostumbrados seguramente a desaparecer a la
gente. Pero más triste me sentí, cuando desperté y me encontré que todo era un
sueño más, de esos que tengo algunas
veces, cuando en la noche me pongo mi gorro y hace un poco de calor.
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