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Soy profesor universitario. Trabajo por el desarrollo de Cabañas, un departamento de El Salvador, muy bello, pero también donde hay mucha pobreza, especialmente en lo educativo y cultural. Soy planificador educativo y trabajé por muchos años como director y coordinador de proyectos sociales. Me considero una persona con una visión amplia que trata de valorar lo positivo de cada quien.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

COMIENZA OTRO DICIEMBRE CON BUENOS AUGURIOS



FLORES DE DICIEMBRE EN LA MONTAÑA


















PARA MÍ LOS SUEÑOS SON IMPORTANTES

INTRODUCCIÓN
Soy de las personas que sueña casi todos los días, más bien todas las noches.  A veces inmediatamente después de soñar, me despierto y pienso que bien podría escribir lo que he soñado, pero la mayor parte de veces me da pereza y me vuelvo a dormir.
Mi problema es que pasadas unas horas pierdo detalle de lo que he soñado y después de un día, casi no recuerdo nada de tales sueños.
He tenido sueños que son una verdadera novela con unas tramas y unos desenlaces tremendamente bonitos o complicados.
Por ello, para mí los sueños son muy importantes. Y de ese tema quiero compartir con Uds. lo que pienso y dos ejemplos de lo que he vivido en ellos y que publiqué en otras páginas de mi blog.
Les dejo las siguientes:


En noviembre de 2013 escribí:
¿SE CUMPLEN LOS SUEÑOS?

He leído alguna vez sobre el significado de los sueños y ese es un tema muy interesante.
Los tratadistas de sueños se refieren a la “oniromancia” como la capacidad para la interpretación de los sueños y la adivinación  de su significado. Un ejemplo clásico de esta facultad se le atribuye en la Biblia a José, hijo de Jacob que fue vendido por sus hermanos y que llegó a ser administrador del Faraón de Egipto, gracias a que adivinó el significado del sueño de las vacas flacas y de las  gordas.
Pero lo que trato de demostrar acá es que mediante los sueños, en algunos casos  se puede establecer lo que puede suceder en el futuro. Pues de eso he tenido al menos dos experiencias que quisiera compartir con mis lectores.
La primera experiencia, sucedió allá por octubre de 1969, cuando mi compañero Víctor y yo, todavía vivíamos en el centro de San Salvador; pues siendo seminaristas habíamos suspendido los estudios teológicos para conseguir un empleo y vivir en carne propia lo que afrontan los jóvenes pobres en el mundo laboral. Sin embargo, hacía unos dos meses que yo había decidido abandonar la idea de seguir en el seminario, debido a problemas con el Obispo para aceptar aquel nuestro experimento.
En aquel ambiente, platicábamos con Víctor de muchas cosas. Fue en una plática de aquellas que me contó que su padre, se había sacado un premio de la lotería hacía algún tiempo. Por lo que concluimos que sacar un premio tal vez no sería algo imposible. Así que hicimos un pequeño acuerdo firmado entre los dos, que consistía en que compraríamos un número determinado de vigésimos de la Lotería,  gastando dos colones cada uno, como máximo y el que ganara un premio importante lo compartiría dando al otro, un 25% de lo obtenido.
Habían pasado algunas semanas, cuando un día me desperté muy contento y le conté a Víctor que había soñado con el número ganador de la lotería y justamente en ese día se realizaría el sorteo de la Lotería Chica. El número  soñado terminaba en 111. Víctor me aconsejó que fuera a buscar el número a la calle. Y así lo hice. Salí a la calle y me encontré con varios billeteros, pero nadie tenía ni siquiera el 11. Por lo que regresé un tanto desilusionado a nuestra habitación.
Por la noche en el pupilaje al que acudíamos para hacer nuestros tiempos de comida, a la hora de la cena, pude ver en un diario vespertino, el número ganador que efectivamente terminaba en 111. El sueño se había hecho realidad.
La segunda experiencia, sucedió allá por 1988. Yo realizaba un breve contrato de consultoría en el PNUD en San Salvador. Aquella madrugada me desperté de pronto y tenía en la mente el número ganador de la lotería que acababa de soñar, tomé un papel y lo anoté.
En la mañanita me levanté con aquella idea, pues sabía que en la tarde se realizaba el sorteo;  sin embargo, era más importante ir al trabajo. Camino a la oficina pasé en vehículo por la Iglesia de la Ceiba de Guadalupe y recordé que allí había visto vendedores de billetes. Les pregunté si por casualidad tendrían aquel el número;  y como era de esperar, no lo tenían.
Al día siguiente, el periódico publicaba los números ganadores. Y el primer premio era justo el número que yo había soñado, sólo con un dígito diferente en medio de la cifra. Aquella pequeña falla la atribuí a un lapsus de memoria a la hora de copiarlo en el papel. Es más no lo recuerdo, pues  boté aquel papel que mantuve guardado por algún tiempo.
Después de aquellas experiencias, nunca más volví a soñar con el número ganador de la lotería.  Y creo que ha sido mejor que así haya sucedido, pues nunca lo hubiera encontrado entre los billeteros y peor aún, probablemente hubiera estado en la mirilla de los amigos de lo ajeno.
Desde otra perspectiva, yo sí creo que muchas veces los sueños son reveladores; pues en muchos casos han significado para mí, una gran ayuda para la toma de decisiones.
Cuando he tenido problemas serios, antes de tomar una decisión, trato de acostarme tranquilo por la noche y en más de una ocasión en mis sueños he encontrado la respuesta más apropiada.
Y a ustedes ¿no les ha sucedido algo parecido?. Si les ha sucedido algo similar, ¿por qué no lo comparten con nuestros y nuestras lectoras, haciéndome un comentario en esta página?
En noviembre de 2016 escribí:
UN LUGAR MUY ESPECIAL Y MÁGICO

Hace mucho tiempo, compramos un  pequeño terreno bastante cerca de Chalchuapa, en el Cantón El Zacamil que estaba sembrado en su mayor parte de café. A dicho sitio viajábamos cada cierto tiempo, pues no podíamos pernoctar, pues sólo tenía como vivienda la casita del guardián.
Pero hace una semana, en mi visita más reciente a aquel lugar, llegaron hasta mí dos mujeres para ponerme la queja de que había unos arbustos de café que alguien los sembró en el propio lindero y que a la hora de cortar el café siempre entraban en pleito, pues según ellas, el encargado de nuestra finquita cortaba más café de la cuenta. Ellas me pedían una solución a este problema.
Queriendo buscar un arreglo inmediato, les pregunté que si ellas eran las dueñas de la propiedad colindante, a lo que me respondieron que no, que el dueño vivía por Ciudad Arce y que no llegaba nunca a su terreno. Entonces les propuse dos soluciones: la primera, era que yo debía hablar con el propietario para llegar a un acuerdo. Y la segunda, que de aquellos arbolitos en litigio, un año cortara la cosecha mi mandador y el otro año, ellas. A las mujeres quejistas, les pareció más adecuada la segunda opción, aunque lamentaban que esperar todo un año para cortar el café era demasiado tiempo.
Como siempre habíamos llegado de prisa a la propiedad, nunca había visto la parte posterior, caracterizada por ser un tanto rocosa y elevada. Hasta que este día de mi última visita, decidí incursionar hasta la parte desconocida, dirigido desde lejos por el mandador que me mencionó los límites de la propiedad; así que caminé sólo, decidido a conocer por mi propia cuenta aquella parte del terreno.
Pronto llegue al sitio más alto y al mismo tiempo cerrado y misterioso, pues aunque estaba cerca del resto del terreno, se encontraba tan oculto por una especie de valladar natural de rocas que me hizo sentirme en  un ambiente muy distinto y peculiar. Allá arriba todo era bastante plano y casi pavimentado de una tierra rocosa.
Caminé unos minutos más y lo primero que descubrí fue una casa abandonada pero muy bien construida. Tenía dos habitaciones importantes, el comedor, la cocina y los baños al final en forma separada. El agua que llegaba por cañería a la casa, procedía seguramente por gravedad de un nacimiento cercano que seguramente estaba a poca distancia. Pero más me llamó la atención, una especie de tubería construida al final de la casa, en forma de acueducto que probablemente servía para tirar los deshechos que se iban rodando hasta una barranca un tanto lejana. Todo aquello era una verdadera obra de ingeniería.
Al examinar el cuarto principal, me encontré con una librera y papeles escritos ligeramente ordenados sobre el escritorio y su silla. Todo indicaba que alguien había habitado aquella casa y que de pronto se fue tal vez sin dejar rastro alguno.
Decidí salir de la casa y recorrer lo que me faltaba del terreno. Y a unos veinte metros más arriba, me encontré con un macho de carga (un mulo) que tenía su jáquima puesta con un lazo largo que estaba suelto. Yo agarré el lazo y traté de sujetarlo con mucha fuerza y al fin pude amarrarlo al único árbol cercano, pensando en regresar después por él.
Caminé de nuevo hacia la casa y a unos diez metros hacia el norponiente, pude comprobar un río de mediano caudal y me preguntaba cómo era que existía aquel afluente en un lugar de por sí tan seco y tan cercano a nuestra propiedad.
De pronto, pude ver que venía río abajo una especie de lancha con personas como de otro continente que hablaban en un idioma extranjero. Se bajaron justo frente a la casa y sin percatarse de mi presencia, comenzaron a inspeccionarla. Era una comitiva de unas diez personas la mayoría adultas. Pero había entre ellas, un niño de unos doce años. Yo me apresuré a entrar a la casa y fue el niño que comenzó a hablarme en forma más familiar, pero en un idioma desconocido. Yo le hablé en mi pobre francés y por suerte él hablaba aquel idioma aunque con un acento especial. Las personas mayores buscaron los baños, entraron al comedor y después a la pequeña cocina, buscando seguramente algo de comer, pero no había nada de lo que ellos buscaban.
El niño se me acercó de nuevo y entramos al cuarto de estudio. Tomé un papel para escribir y dejar un mensaje al supuesto inquilino de la casa, pero sentía que no podía escribir pues tenía las manos frías y rígidas. Recuerdo que quise escribir una frase cuyo significado aún no logro descifrar y que comenzaba así: 33 Methus… Sin embargo no pude continuar escribiendo por las dificultades en mi mano.
Luego salimos del cuarto de estudio y junto al grupo, nos llevamos la sorpresa de ver que en el río ya muy crecido, venía un pez tan grande del tamaño de un tiburón, pues era de color negro.
Con el grupo agarramos unos palos y como si estuviéramos de acuerdo, corrimos queriéndolo atrapar, hasta que cayó abatido por los golpes y puyones; y a como pudimos, lo sacamos hasta la orilla, pues era una comida providencial para todos, especialmente para aquella comitiva hambrienta.
Al poco rato me acordé del mulo que había dejado amarrado y descubrí que también era un animal encantado, pues se hacía grande y al mismo tiempo pequeño y amarrado del lazo, saltaba y corría varios metros ya fuera de mi control. Aquel animal no dejó de atemorizarme, así que opté por dejarlo en el mismo sitio.
Luego recordé que debía regresar a la parte baja del cafetal, pues ya era bastante tarde. De regreso, me preguntaba asombrado, cómo podía existir aquel lugar tan amplio y con tanto encanto, como parte de mi propiedad.
Cuando desperté en mi casa, me pregunté por qué a veces tengo este tipo de sueños y constaté que tenía puesto un gorro que uso sólo en las noches de frío. Y esta vez para no olvidar los detalles del sueño, como me suele pasar, me he venido directamente a la computadora para narrarlo, pues de lo contrario pasadas unas horas olvido totalmente lo que he soñado.
El sueño se los juro fue muy cierto, lo mismo lo de la pequeña propiedad que fue vendida hace mucho tiempo, lo demás queda por ser creído a  criterio de los lectores.
En diciembre de 2017 escribí
UNA TRISTE EXPERIENCIA

Desde hacía algún tiempo, venía pensando cómo ampliar nuestra casa de habitación. Para cumplir aquel anhelo, fue necesario botar dos paredes en la parte externa.
Cuando el espacio quedó libre, recorrí con mi hijo y con mis dos nietos, la zona que daba al vecino y caminamos sobre el patio, que ahora se veía muy amplio; tan amplio que de pronto intenté regresar y tomando otra dirección, me encontré con una zona que nunca había visto.
Mi hijo y mis nietos se acercaron a mí y se reían al ver que había tomado el camino equivocado. Después, una vez que les mostré cómo era de espacioso el lugar, intentamos retomar juntos el camino para nuestra casa. Y así caminamos durante varios minutos, pero de nuevo, nos encontramos en un ambiente que nunca habíamos visto. Desde allí se divisaban unas colinas. Todo estaba lleno de vegetación y no se veía construcción alguna.
Preguntamos a unos trabajadores agrícolas, cuál sería la dirección que podíamos tomar para llegar a nuestra casa. Y no tenían idea, de hacia donde nosotros queríamos ir.
Como ya habíamos caminado mucho y estando seguramente muy lejos, pensé que una buena solución sería encontrar la calle pavimentada y pedir a alguien con vehículo que nos llevara de regreso. Pero tanto mi hijo como yo, no llevábamos teléfono celular y menos, dinero para pagar el viaje. Sin embargo, podíamos pagarle al chofer, cuando llegáramos a casa.
Seguimos caminando y comprobamos que encontrar la calle pavimentada era casi imposible, pues el campo era abierto y no se veía ninguna calle, ni siquiera de tierra.
Preocupados, llegamos hasta una casa de campo. Al verla, nos alegramos, pensando que probablemente, allí estaba la solución. Sin embargo, al tocar la puerta principal, nos salió una señora alta, delgada y con una larga nariz aguileña con cara de pocos amigos. Era la dueña de la casa.
Le contamos nuestra angustia y su respuesta inmediata fue, llamar a su guardaespaldas a quien le indicó “que había que proceder”. Entonces el hombre apuntándonos con su pistola, nos introdujo a una especie de celda con barrotes y nos dejó bajo llave; quedando nosotros totalmente aislados. Mis nietos comenzaron a llorar desesperados, pero después de calmarlos, les dije  que había que ingeniarnos cómo salir de allí y que todo saldría bien, si se tranquilizaban.
Pronto llegó la noche y todo quedó a oscuras en aquella extraña y desolada casa. Sin embargo, por los pequeños huecos se veía el resplandor de las estrellas.
Yo recordé que llevaba una cuchilla en el bolsillo de mi pantalón y la llave de mi casa. Así que muy suavemente comencé a manipular el gran candado colgado de una cadena, que apenas alcanzaba. Como no me cabía muy bien la mano para alcanzarlo, le pedí a Pablito, uno de mis nietos, que tratara de meter la llave en el agujero del candado. Y qué suerte, después de intentarlo unas tres veces, logró darle la vuelta y como un milagro, el candado se abrió.
Con gran cuidado abrí aquella puerta y salí meticulosamente afuera. Todo estaba oscuro y en gran silencio. Por suerte, no se veía nadie cerca.
Entonces, a paso apresurado, salimos agarrados uno detrás de otro, yendo yo adelante como guía, pues tenía experiencia en desplazarme en lugares oscuros.
Salimos al campo abierto y sólo habíamos recorrido algunas cuadras, cuando por detrás de nosotros aparecieron dos hombres armados, uno de los cuales era el guarda espalda que nos había encerrado en la celda. Los hombres nos dieron el grito de alto;  nos amarraron a mi hijo y a mí; y nos condujeron a todos hasta una caseta que parecía de policía. Era el “cuartelito” de los guardaespaldas de la zona. Allá, después de interrogarnos y ante la amenaza de meternos presos, acordamos que dejarían libre a mi hijo y a los dos nietos y que solo yo quedaría detenido.
Le pedí a mi hijo que por los niños no opusiera resistencia  y que se fueran. Así los vi partir con lágrimas en los ojos. Por suerte pasaba por allí, un señor en su carro que atendió la señal de parar que le hizo mi hijo; los introdujo al vehículo y desapareció muy rápidamente de nuestra vista.

Qué tristeza sentí al verme sólo e impotente encarcelado de nuevo, pues sabía que había caído en manos de criminales, acostumbrados seguramente a desaparecer a la gente. Pero más triste me sentí, cuando desperté y me encontré que todo era un sueño  más, de esos que tengo algunas veces, cuando en la noche me pongo mi gorro y hace un poco de calor.

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