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Soy profesor universitario. Trabajo por el desarrollo de Cabañas, un departamento de El Salvador, muy bello, pero también donde hay mucha pobreza, especialmente en lo educativo y cultural. Soy planificador educativo y trabajé por muchos años como director y coordinador de proyectos sociales. Me considero una persona con una visión amplia que trata de valorar lo positivo de cada quien.

lunes, 25 de mayo de 2015

UNA PÁGINA POR ROMERO




ATARDECER EN LA CUMBRE
















QUÉ PUEDO DECIR DE MONSEÑOR ROMERO

Lo que yo pueda escribir sobre este hombre excepcional, no vale mucho, comparado con lo que nos narran personas que vivieron cerca de él muchos años, especialmente una vez que fue nombrado Arzobispo de San Salvador. Sin embargo, aprovecho para señalar algunas vivencias que tuve con aquel sacerdote en mis años de estudiante.
Conviví con él de alguna manera, cuando yo era seminarista en San José de la Montaña en los años 1967 y 1968.
El edificio de tres plantas del seminario, muy grande por cierto, se dividía en secciones para salones de clase, grandes corredores, capilla, cuartos individuales para seminaristas mayores, habitaciones para los sacerdotes jesuitas responsables de la formación y el seminario menor para estudiantes de bachillerato de la Arquidiócesis con sus salones de clase, dormitorios, etc.
Monseñor Oscar A. Romero  residía en la segunda planta del edificio cerca de la fachada en la parte sur, a donde su ubicó al ser nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal, en 1967.
A su aposento compuesto por una salita, su estudio y su dormitorio, llegábamos los días miércoles un grupo de cuatro seminaristas del coro, entre los cuales estaban: Jacinto Saldaña (QDDG), Víctor Zelada (QDDG), José Baños (QDDG), Astul Guirola y su servidor.
Nos reuníamos allí a la hora de nuestro recreo largo de la tarde, para grabar en su estudio de radio improvisado, programas del Rosario de la Aurora en los que rezábamos los cinco misterios y entonábamos una estrofa y el estribillo del canto después de cada misterio. Además nos turnábamos para preparar y leer una meditación de unos cinco minutos.
Aquel programa lo difundía Monseñor todos los días a las 5 de la mañana en la YSAX. En la radio aquel grupo  se oía como si fuese un coro de monjes de muchos cantores.
Monseñor hacía todo el trabajo de grabación y por supuesto que se mostraba muy agradecido con nosotros por aquel pequeño trabajo que realizábamos con mucho gusto y más de alguna vez nos invitó a un refresco y galletas después de la grabación.
Como yo he comentado en otro escrito, a Monseñor se le miraba con respeto y tal vez con mucha cautela, pues se sabía que era un hombre de línea conservadora, cuando ya en el Seminario se asimilaba una teología más renovada, inspirada en el Concilio Vaticano Segundo y después, en la Conferencia de Obispos de América Latina  realizada en Medellín en 1968.
El grupo de seminaristas que llegábamos a grabar a su aposento éramos todos muy centrados, comparados con otros compañeros que se mostraban más cercanos a las ideas de un mayor compromiso con las causas sociales. A lo mejor, esa había sido una condición para seleccionarnos también, además de que éramos miembros importantes del coro del Seminario, uno de los más famosos del país.
Lamentablemente en 1969 cuando nos faltaban 2 años para terminar la carrera, salimos del Seminario, Víctor Zelada y yo, para vivir según nosotros una experiencia con el mundo del trabajo,  sin renunciar a nuestra calidad de seminaristas, lo que como comento en otra página, fue una decisión muy ingenua que nos costó al final alejarnos de la idea de seguir en el proceso de formación, más por la presión  de nuestro Obispo que por nuestro propio impulso. (Ver
Como narro en el escrito anterior, resentido por toda la actitud de nuestro Obispo que me parecía tan injusta, renuncié al carácter de seminarista y prometí alejarme de todo lo que fuera iglesia, curas, etc. De tal manera que a partir de aquel momento fui indiferente  a lo que pasaba en la Iglesia Católica Salvadoreña por varios años.
Los años setenta, fueron críticos para el Seminario San José de la Montaña, pues la Jerarquía eclesiástica (la Conferencia Episcopal) suspendió a los sacerdotes jesuitas como responsables de la formación de sacerdotes diocesanos, responsabilizándolos de haber dado y permitido una formación muy tirada a las ideas de izquierda. De entre aquellos venerables sacerdotes al que más sentí que saliera fue a Rutilio Grande, pues lo conocí de cerca por más de cinco años y doy fe de su entrega, bondad, sabiduría y rectitud.
No dudo que Monseñor Romero fue parte de aquella decisión, pues en aquel momento, era un hombre conservador.
Yo sabía que el Padre Rutilio había aceptado ser párroco del pueblo humilde de Aguilares y más tarde, cuando cayó asesinado camino a su natal El Paisnal sentí como si hubiera muerto mi padre o un hermano mío muy querido.
Con la muerte del Padre Rutilio el 12 de marzo de 1977, sé que Monseñor Romero, entendió perfectamente que en El Salvador era necesario comprometerse con la gran mayoría de la gente que eran los pobres y que valía la pena luchar para cambiar las condiciones de injusticia establecidas, aun siendo sacerdote, como parte de una acción pastoral.
Después de la muerte del Padre Rutilio, yo regresé a la Iglesia Católica y como muestra de fe me casé por la Iglesia y me reconcilié con mi Obispo a quien visité de vez en cuando, hasta su muerte.
De 1978 a 1980 seguí de cerca la trayectoria del Arzobispo Romero y no me perdía sus homilías a través de la Radio YSAX en las que siempre aprecié su misión profética y ese carácter de denuncia, especialmente de los asesinatos de gente inocente en plena guerra en la que los dos bandos veían justificados sus actos, cada uno, de acuerdo a su ideología.
Romero dio vida a una pastoral fundamentadas en la palabra de Dios y en la doctrina social de la Iglesia y en su mensaje nunca tomó como opción la de una facción,  grupo o partido político, aunque por supuesto hizo hincapié en los abusos de los hombres del estado, especialmente de los cuerpos de seguridad y del ejército que eran los que más violentaron los derechos humanos en todo el período del conflicto interno salvadoreño.
Después de la muerte de Monseñor Romero con el tiempo he ido asimilando, lo que fue aquel sacerdote y lo que significa para El Salvador y he comprendido que él no fue un hombre de izquierda, ni un luchador social, sino un sacerdote y un santo que vivió el evangelio y que como Jesús y tantos mártires, ofrendó su vida por ayudar a sus hermanos a liberarse de la injusticia propiciada por el mal.
He lamentado cómo en los últimos ocho años, la figura del Obispo mártir ha sido manipulada y utilizada en la campaña mediática gubernamental. Así lo hizo el Presidente Mauricio Funes y lo demostró en diferentes momentos.
Lo mismo puedo decir del partido de gobierno actual que es dirigido por una cúpula marxista y que por lo tanto en teoría no cree en Dios y menos en los santos y que sin embargo, ha hecho tanta exaltación de él, trasladándolo como su mártir, tal vez más para atacar al Partido ARENA ya que al fundador de este partido se le acusa de ser responsable de aquel magnicidio.
Por su parte a los militantes duros del partido ARENA, aunque sean católicos, Romero les parece alguien que no merece ser reconocido como santo, pues su predicación y su actuación la consideran de tinte revolucionario y más afín a la izquierda.
Lo mismo se puede decir de los Protestantes, autodenominados Evangélicos, de las iglesias norteamericanas, especialmente de la línea Pentecostal y otras. Ellos insisten en aquel slogan viejo, que los católicos adoramos a los santos y que sólo a Dios se debe adorar, olvidando la vieja respuesta de la Iglesia Católica de que a los santos se les venera y se les considera intercesores ante Dios. Ver escrito de Ramiro Velasco, “Los santos fueron personas especiales” en:    http://ramirovelasco.blogspot.com/2013_03_01_archive.html
Sin embargo, debe señalarse que varias iglesias protestantes de las llamadas históricas como los Luteranos, Anglicanos, Presbiterianos, etc., sí ven con respeto a la figura de Monseñor Romero y su acción pastoral, es más, me parece que algunos de sus pastores se hicieron presentes a la ceremonia de beatificación.
Yo considero que a Monseñor Romero, ahora Beato y ojalá pronto Santo de la Iglesia, se le debe rendir respeto y veneración por lo que él fue y significa para el pueblo salvadoreño y no debe relacionársele con intereses mezquinos de tinte político. De lo anterior, qué mejor testimonio que el de miles de católicos con corazón humilde y sencillo venidos de todos los rincones del país y de otros países, que se han dado cita a los actos de beatificación del Obispo Mártir y que lo reconocen como a un verdadero hombre de Dios.
Haber estado tan cerca de un sacerdote ahora declarado Beato, aunque fuera por un corto tiempo, es algo que aún no asimilo, que relato con humildad y que considero fue una gran bendición de Dios.
Deseo con todo mi ánimo que nuestro Beato Oscar Arnulfo Romero, siga intercediendo ante Dios por su amado y sufrido pueblo salvadoreño y por todos los que en América Latina y en el mundo, invoquen su nombre.