MÁS ALLÁ DE LA CULTURA DEL “NO” Y DEL EGOÍSMO
Desde tiempos ancestrales, especialmente por parte del judaísmo y después del cristianismo, aparecen como reglas de vida los diez mandamientos, con un enfoque de lo que no debe hacerse. “No matarás, no robarás”….
Esta visión de lo que no debe hacerse, fue replicada por el gran Jesús de Nazaret, al presentar una visión plenamente positiva y esperanzadora con las “bienaventuranzas”, verdaderas utopías frente a la sociedad y al mundo que históricamente se han comportado con patrones de conducta totalmente diferentes.
Por algo atrae tanto la figura de Jesús a las personas inquietas y con mentalidad de cambio, aún a los que se dicen ateos o no cristianos.
Sin entrar mucho en la discusión o explicación teológica sobre las bienaventuranzas (pues no pretendo acá dar un sermón religioso), para mí son una especie de visualización o presentación paradigmática de los retos que les espera a las personas que aspiran a comprometerse con los cambios sociales y políticos profundos; primero al interior de cada uno, y después en la tarea ideal de ayudar a transformar el ambiente, erradicando la pobreza que es tal vez el principal mal social que nos aqueja. Considero que sólo eliminado este mal o disminuyéndolo al máximo desde sus raíces, se puede llegar a hablar de que existe la paz social y la paz de las conciencias.
Sólo me referiré a 3 de las bienaventuranzas citadas por Mateo 5, 3-12, según la traducción de la Biblia Latinoamericana. La primera que reza: “Felices los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el reino de los cielos”. La sexta que dice: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”; y la novena, “Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios”.
Hablar de los pobres siempre ha sido objeto de gran discusión, desde la frase del Maestro: “…porque los pobres siempre los tendréis entre vosotros” (Juan 12, 8) que es interpretada por algunos, como que la pobreza es algo normal o que no debe preocupar tanto; hasta la idea de que hay que apoyar o contemporizar con los ricos y sus maniobras para que contribuyan generosamente con los necesitados.
Menos mal que en América Latina, después del Concilio Vaticano II, de Medellín y de Puebla, el tema de la pobreza, ha sido objeto de especial tratamiento por los teólogos de la liberación, como un aporte denunciante y esperanzador.
Tanto Ignacio Ellacuría como Jon Sobrino, profundizan esta temática. Ellos nos presentan la diferencia entre la pobreza material y la pobreza del espíritu o evangélica. Esta última, equivalente en alguna medida, a la “pobreza-compromiso de solidaridad y protesta”, que se manifiesta en “la lucha contra las estructuras injustas”.
En verdad, no se trata de optar por la pobreza, como sinónimo de ausencia de bienes materiales, o prescindir de los necesarios para realizarse como persona humana. Tener espíritu de pobre como dice el comentario de la Biblia Latinoamericana, es “no buscar ventajas, dinero y comodidad como si fueran lo más importante en la vida”.
En cuanto a la sexta y novena bienaventuranza, según el comentario de la misma Biblia, “Tener hambre y sed de justicia es luchar por la supresión de todas las opresiones…”.
Y “Trabajar por la paz, se refiere a los que luchan por “construir un mundo más humano y más fraternal…”.
A la hora de pensar en la sociedad salvadoreña de hoy y del futuro, hay quienes soñamos en un conglomerado más justo, más humano, más próspero; en el que las desigualdades en lo económico y social no sean tan profundas. En el que, quien nace en el último rincón del país, en el pueblo o en la gran ciudad, tenga aseguradas las oportunidades básicas de educación, de salud, de empleo y de realización personal. Pero no como una oferta, ni como una promesa, ni una aspiración lejana; sino como una realización concreta.
Volviendo al mensaje de las bienaventuranzas, tenemos que reconocer que éste ha sido poco enfatizado por la Iglesia Católica ortodoxa o conservadora, que a través de la historia ha sido permisiva con los principales responsables de los destinos de los pueblos, y con estamentos pequeños pero poderosos, frente a la gran mayoría de la población, que ha soportado el peso de las mayores carencias.
Y hablo de la Iglesia Católica por ser mayoritaria en América Latina y en El Salvador, y porque a pesar de todo, aunque trabaja en el mundo de la conciencia, por usar una categoría que la distingue de otras instituciones, no deja de constituir una esperanza para motivar o iluminar los cambios que urgen a nivel estructural.
Aún no valoramos suficientemente, los aportes de muchos creyentes, católicos practicantes y hasta clérigos de la Iglesia Católica en el proceso mismo del conflicto armado salvadoreño.
De no haber participado activamente miembros de la Iglesia, de manera directa en la lucha por los cambios en el país (y me refiero a líderes de opinión, catequistas, clérigos, y por supuesto a gente de las comunidades de base), no creo que las acciones de lucha hubieran sido exitosas.
El papel de la Iglesia fue notorio para plantear y realizar el diálogo como única salida para la negociación que llevó a la paz, (al menos a la paz como ausencia de lucha armada), pues la verdadera paz sólo será posible, cuando se afronten las causas estructurales que sustentan el conflicto económico y social que está a la base de nuestra sociedad.
Por otra parte, debe señalarse que las “bienaventuranzas”, plantean un sistema de valores totalmente contradictorio con el esquema de vida propio de la sociedad capitalista. Ésta por desgracia, como lo sostiene el marxismo, fomenta la máxima ganancia, el lucro y la desigualdad; y como sabemos y constatamos con el neoliberalismo, persigue como fin principal producir más para que los que tienen más ganen más, para que se consuma más; para tener mayor poder económico y por añadidura, mayor poder político.
Sin embargo, no todo es negativo en el horizonte. El enfoque de las bienaventuranzas y de otros textos evangélicos, ha tomado mucho auge con los teólogos de la liberación cuyo aporte se cuela por debajo de las sacristías y llega a los campos y ciudades no como parte del mensaje aprobado por Roma, sino como un señalamiento de verdaderos profetas, algunos relegados y castigados como en tiempos de la inquisición y otros martirizados por los Herodes, los Nerones los Dioclesianos…contemporáneos.
Menciono a manera de ejemplo, a Ignacio Ellacuría y a Jon Sobrino, salvadoreños nacionalizados, pero más comprometidos con nuestra gente que muchos nacidos en esta tierra; al ex franciscano brasileño Leonardo Boff y a Pedro Casaldáliga Obispo retirado de Mato Grosso, Brasil.
Al leer algunos escritos de estos teólogos, se ve con gran nitidez la luz al final del túnel, y renace la esperanza de que el verdadero mensaje de Jesús de Nazaret encarnado en nuestra realidad latinoamericana, cuajará algún día en nuestros ambientes.
Desde tiempos ancestrales, especialmente por parte del judaísmo y después del cristianismo, aparecen como reglas de vida los diez mandamientos, con un enfoque de lo que no debe hacerse. “No matarás, no robarás”….
Esta visión de lo que no debe hacerse, fue replicada por el gran Jesús de Nazaret, al presentar una visión plenamente positiva y esperanzadora con las “bienaventuranzas”, verdaderas utopías frente a la sociedad y al mundo que históricamente se han comportado con patrones de conducta totalmente diferentes.
Por algo atrae tanto la figura de Jesús a las personas inquietas y con mentalidad de cambio, aún a los que se dicen ateos o no cristianos.
Sin entrar mucho en la discusión o explicación teológica sobre las bienaventuranzas (pues no pretendo acá dar un sermón religioso), para mí son una especie de visualización o presentación paradigmática de los retos que les espera a las personas que aspiran a comprometerse con los cambios sociales y políticos profundos; primero al interior de cada uno, y después en la tarea ideal de ayudar a transformar el ambiente, erradicando la pobreza que es tal vez el principal mal social que nos aqueja. Considero que sólo eliminado este mal o disminuyéndolo al máximo desde sus raíces, se puede llegar a hablar de que existe la paz social y la paz de las conciencias.
Sólo me referiré a 3 de las bienaventuranzas citadas por Mateo 5, 3-12, según la traducción de la Biblia Latinoamericana. La primera que reza: “Felices los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el reino de los cielos”. La sexta que dice: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”; y la novena, “Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios”.
Hablar de los pobres siempre ha sido objeto de gran discusión, desde la frase del Maestro: “…porque los pobres siempre los tendréis entre vosotros” (Juan 12, 8) que es interpretada por algunos, como que la pobreza es algo normal o que no debe preocupar tanto; hasta la idea de que hay que apoyar o contemporizar con los ricos y sus maniobras para que contribuyan generosamente con los necesitados.
Menos mal que en América Latina, después del Concilio Vaticano II, de Medellín y de Puebla, el tema de la pobreza, ha sido objeto de especial tratamiento por los teólogos de la liberación, como un aporte denunciante y esperanzador.
Tanto Ignacio Ellacuría como Jon Sobrino, profundizan esta temática. Ellos nos presentan la diferencia entre la pobreza material y la pobreza del espíritu o evangélica. Esta última, equivalente en alguna medida, a la “pobreza-compromiso de solidaridad y protesta”, que se manifiesta en “la lucha contra las estructuras injustas”.
En verdad, no se trata de optar por la pobreza, como sinónimo de ausencia de bienes materiales, o prescindir de los necesarios para realizarse como persona humana. Tener espíritu de pobre como dice el comentario de la Biblia Latinoamericana, es “no buscar ventajas, dinero y comodidad como si fueran lo más importante en la vida”.
En cuanto a la sexta y novena bienaventuranza, según el comentario de la misma Biblia, “Tener hambre y sed de justicia es luchar por la supresión de todas las opresiones…”.
Y “Trabajar por la paz, se refiere a los que luchan por “construir un mundo más humano y más fraternal…”.
A la hora de pensar en la sociedad salvadoreña de hoy y del futuro, hay quienes soñamos en un conglomerado más justo, más humano, más próspero; en el que las desigualdades en lo económico y social no sean tan profundas. En el que, quien nace en el último rincón del país, en el pueblo o en la gran ciudad, tenga aseguradas las oportunidades básicas de educación, de salud, de empleo y de realización personal. Pero no como una oferta, ni como una promesa, ni una aspiración lejana; sino como una realización concreta.
Volviendo al mensaje de las bienaventuranzas, tenemos que reconocer que éste ha sido poco enfatizado por la Iglesia Católica ortodoxa o conservadora, que a través de la historia ha sido permisiva con los principales responsables de los destinos de los pueblos, y con estamentos pequeños pero poderosos, frente a la gran mayoría de la población, que ha soportado el peso de las mayores carencias.
Y hablo de la Iglesia Católica por ser mayoritaria en América Latina y en El Salvador, y porque a pesar de todo, aunque trabaja en el mundo de la conciencia, por usar una categoría que la distingue de otras instituciones, no deja de constituir una esperanza para motivar o iluminar los cambios que urgen a nivel estructural.
Aún no valoramos suficientemente, los aportes de muchos creyentes, católicos practicantes y hasta clérigos de la Iglesia Católica en el proceso mismo del conflicto armado salvadoreño.
De no haber participado activamente miembros de la Iglesia, de manera directa en la lucha por los cambios en el país (y me refiero a líderes de opinión, catequistas, clérigos, y por supuesto a gente de las comunidades de base), no creo que las acciones de lucha hubieran sido exitosas.
El papel de la Iglesia fue notorio para plantear y realizar el diálogo como única salida para la negociación que llevó a la paz, (al menos a la paz como ausencia de lucha armada), pues la verdadera paz sólo será posible, cuando se afronten las causas estructurales que sustentan el conflicto económico y social que está a la base de nuestra sociedad.
Por otra parte, debe señalarse que las “bienaventuranzas”, plantean un sistema de valores totalmente contradictorio con el esquema de vida propio de la sociedad capitalista. Ésta por desgracia, como lo sostiene el marxismo, fomenta la máxima ganancia, el lucro y la desigualdad; y como sabemos y constatamos con el neoliberalismo, persigue como fin principal producir más para que los que tienen más ganen más, para que se consuma más; para tener mayor poder económico y por añadidura, mayor poder político.
Sin embargo, no todo es negativo en el horizonte. El enfoque de las bienaventuranzas y de otros textos evangélicos, ha tomado mucho auge con los teólogos de la liberación cuyo aporte se cuela por debajo de las sacristías y llega a los campos y ciudades no como parte del mensaje aprobado por Roma, sino como un señalamiento de verdaderos profetas, algunos relegados y castigados como en tiempos de la inquisición y otros martirizados por los Herodes, los Nerones los Dioclesianos…contemporáneos.
Menciono a manera de ejemplo, a Ignacio Ellacuría y a Jon Sobrino, salvadoreños nacionalizados, pero más comprometidos con nuestra gente que muchos nacidos en esta tierra; al ex franciscano brasileño Leonardo Boff y a Pedro Casaldáliga Obispo retirado de Mato Grosso, Brasil.
Al leer algunos escritos de estos teólogos, se ve con gran nitidez la luz al final del túnel, y renace la esperanza de que el verdadero mensaje de Jesús de Nazaret encarnado en nuestra realidad latinoamericana, cuajará algún día en nuestros ambientes.
VALORES HUMANOS
Este es otro tema importante y básico para pensar en cambios de fondo aquí y en cualquier parte del mundo.
Algunos tratadistas clasifican a los valores humanos en varias categorías, colocando en mayor nivel a los valores morales y éticos. Entre éstos últimos aparecen los siguientes: la honestidad, la bondad, la justicia, la autenticidad, la solidaridad, la sinceridad y la misericordia.
Los anteriores, no son en esencia valores religiosos como se pudiera creer, son netamente humanos, pues tienen que ver con la persona humana y no sobrepasan el ámbito de nuestra naturaleza.
Los valores religiosos por el contrario, se refieren a la relación del hombre con Dios. En este sentido, me he preguntado a menudo, ¿cómo es que existen muchas personas en nuestros ambientes que viven intensamente su religiosidad, o como lo pienso a menudo, “se dan continuos golpes de pecho”, pero no pasan la prueba de practicar valores humanos tan esenciales, como la justicia y la solidaridad?.
En otras palabras, se olvidan de que Dios también manifiesta su presencia en el prójimo (próximo). Y que prójimo es el que se nos describe en la parábola del Buen Samaritano, que está tirado, necesita ayuda y solidaridad y se encuentra en nuestro camino. O mejor, como lo expone Gutiérrez G. en su libro Teología de la Liberación, “Prójimo no es aquel que yo encuentro en mi camino, sino aquel en cuyo camino el amor me empuja a situarme. Aquel a quien yo me acerco y busco activamente movido por los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
De allí la diferencia fundamental entre el Dios visto desde la religión y el Dios que presenta el cristianismo comprometido. (Acá está insinuada la discusión de si el cristianismo es una religión o un estilo de vida. Si el cristianismo trasciende el “religare” (atar, amarrar ) con lo sagrado…).
Pero dejemos las consideraciones religiosas o cristianas. Y vamos a nuestro mundo social y político.
Contrario a lo que debieran ser los valores humanos, en nuestra sociedad se privilegia a la persona exitosa, que por lo general se identifica con el que tiene más dinero, sin cuestionar por una parte, cómo la persona ha logrado ese estatus (muchas veces valiéndose de la mala fe, de trampas a la ley, de la corrupción, de negocios que lindan con lo prohibido, de todo tipo de acciones fraudulentas, etc.,). Y por otra, dándole un sobrevalor a lo utilitario, desde una perspectiva tal vez empirista o pragmatista, en el sentido en que usualmente se consideran estos términos.
Este tema de los valores, estuvo muy en boga en el Gobierno Salvadoreño, cuando el Ministerio de Educación de El Salvador, declaró al año 1998 como el “Año Nacional de los Valores”.
En el fondo, creo que se partía de la premisa de que los valores se enseñan y se aprenden en las aulas, tal vez como las matemáticas o como la geografía. Sin embargo, sabemos que los valores más que enseñarse como parte de una asignatura como han pretendido muchos, son prototipos o modelos a seguir con base a las vivencias y a los ejemplos de otros, que frente a la vida se convierten en actitudes.
En este sentido la escuela y la familia, contrario a lo que sucede normalmente, debieran ser los primeros referentes para los niños y jóvenes de cómo comportarse o actuar especialmente frente a las demás personas. Pues es indudable que lo que ven y constatan a diario los niños en la familia y en la escuela, tiene una repercusión en los esquemas de vida de las futuras personas adultas.
Pero también los que ejercen algún tipo de autoridad debieran dar ejemplo de que cumplen con valores fundamentales como: la responsabilidad, la ecuanimidad, la solidaridad, la honradez… y sobre todo el respeto a la ley. No en balde la Constitución de El Salvador y diversas leyes, señalan como requisitos para que los ciudadanos opten a cargos públicos, aquella famosa frase de “moralidad notoria…” que en la práctica, a veces, no deja de ser letra muerta.
Acabamos de vivir en El Salvador, un hecho deleznable. Los diputados se elevaron los salarios de un día para otro, en una forma oscura y exagerada, teniendo incrementos de un mil ochocientos hasta dos mil novecientos dólares. Tal vez creyeron que como en otras ocasiones, esto pasaría un tanto inadvertido por la opinión pública. Pero para sorpresa de todos, la población por todos los medios a su alcance y las personas que generan opinión, condenamos unánimemente tal proceder. Como resultado, el acuerdo tomado fue revocado, aunque de muy mala gana por algunos de los mayormente responsables en tal decisión.
Ese acontecimiento que apenas es la punta del iceberg, nos muestra lo frágil del sistema político salvadoreño y de quienes en teoría se dice que representan al pueblo, para actuar de manera ética. Pues como comentaba alguien, ¿qué pasará en otras instituciones del Estado, por ejemplo dentro del Órgano Ejecutivo?. Se sabe que lo que la ley de salarios indica como remuneración a los ministros, viceministros y presidentes de entidades autónomas es solamente indicativo, pues los salarios reales tal vez sólo se conocen a nivel del equipo cercano a la Presidencia de la República, y en muchos casos, se sospecha que son elevadísimos.
Y eso sólo para hablar de un rubro que son las remuneraciones directas. ¿Qué decir de las licitaciones que han sido históricamente la principal vía para que muchos se “compongan”?
Pero esto no sólo toca a los funcionarios públicos, también se aplica a los grandes empresarios privados que como corruptores son beneficiados con cantidades millonarias cuando ganan sus ofertas de licitación o concursos públicos y privados, a ser pagados con los fondos del erario nacional.
Sin embargo, estoy seguro que dentro de ese maremagnum de “vivos”, aprovechados y corruptos, debe haber algunos funcionarios probos cuyo ejemplo debiera seguirse y que merecen toda nuestra admiración.
Al escribir sobre estos temas, no pienso de ninguna manera en que seamos santos, más bien reflexiono y me pregunto si podemos ser un poco más humanos.
UN POEMA PARA REFLEXIONAR
Cuando le impusieron silencio desde el Vaticano, Pedro Casaldáliga le escribió lo siguiente a su amigo Leonardo:
Este es otro tema importante y básico para pensar en cambios de fondo aquí y en cualquier parte del mundo.
Algunos tratadistas clasifican a los valores humanos en varias categorías, colocando en mayor nivel a los valores morales y éticos. Entre éstos últimos aparecen los siguientes: la honestidad, la bondad, la justicia, la autenticidad, la solidaridad, la sinceridad y la misericordia.
Los anteriores, no son en esencia valores religiosos como se pudiera creer, son netamente humanos, pues tienen que ver con la persona humana y no sobrepasan el ámbito de nuestra naturaleza.
Los valores religiosos por el contrario, se refieren a la relación del hombre con Dios. En este sentido, me he preguntado a menudo, ¿cómo es que existen muchas personas en nuestros ambientes que viven intensamente su religiosidad, o como lo pienso a menudo, “se dan continuos golpes de pecho”, pero no pasan la prueba de practicar valores humanos tan esenciales, como la justicia y la solidaridad?.
En otras palabras, se olvidan de que Dios también manifiesta su presencia en el prójimo (próximo). Y que prójimo es el que se nos describe en la parábola del Buen Samaritano, que está tirado, necesita ayuda y solidaridad y se encuentra en nuestro camino. O mejor, como lo expone Gutiérrez G. en su libro Teología de la Liberación, “Prójimo no es aquel que yo encuentro en mi camino, sino aquel en cuyo camino el amor me empuja a situarme. Aquel a quien yo me acerco y busco activamente movido por los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
De allí la diferencia fundamental entre el Dios visto desde la religión y el Dios que presenta el cristianismo comprometido. (Acá está insinuada la discusión de si el cristianismo es una religión o un estilo de vida. Si el cristianismo trasciende el “religare” (atar, amarrar ) con lo sagrado…).
Pero dejemos las consideraciones religiosas o cristianas. Y vamos a nuestro mundo social y político.
Contrario a lo que debieran ser los valores humanos, en nuestra sociedad se privilegia a la persona exitosa, que por lo general se identifica con el que tiene más dinero, sin cuestionar por una parte, cómo la persona ha logrado ese estatus (muchas veces valiéndose de la mala fe, de trampas a la ley, de la corrupción, de negocios que lindan con lo prohibido, de todo tipo de acciones fraudulentas, etc.,). Y por otra, dándole un sobrevalor a lo utilitario, desde una perspectiva tal vez empirista o pragmatista, en el sentido en que usualmente se consideran estos términos.
Este tema de los valores, estuvo muy en boga en el Gobierno Salvadoreño, cuando el Ministerio de Educación de El Salvador, declaró al año 1998 como el “Año Nacional de los Valores”.
En el fondo, creo que se partía de la premisa de que los valores se enseñan y se aprenden en las aulas, tal vez como las matemáticas o como la geografía. Sin embargo, sabemos que los valores más que enseñarse como parte de una asignatura como han pretendido muchos, son prototipos o modelos a seguir con base a las vivencias y a los ejemplos de otros, que frente a la vida se convierten en actitudes.
En este sentido la escuela y la familia, contrario a lo que sucede normalmente, debieran ser los primeros referentes para los niños y jóvenes de cómo comportarse o actuar especialmente frente a las demás personas. Pues es indudable que lo que ven y constatan a diario los niños en la familia y en la escuela, tiene una repercusión en los esquemas de vida de las futuras personas adultas.
Pero también los que ejercen algún tipo de autoridad debieran dar ejemplo de que cumplen con valores fundamentales como: la responsabilidad, la ecuanimidad, la solidaridad, la honradez… y sobre todo el respeto a la ley. No en balde la Constitución de El Salvador y diversas leyes, señalan como requisitos para que los ciudadanos opten a cargos públicos, aquella famosa frase de “moralidad notoria…” que en la práctica, a veces, no deja de ser letra muerta.
Acabamos de vivir en El Salvador, un hecho deleznable. Los diputados se elevaron los salarios de un día para otro, en una forma oscura y exagerada, teniendo incrementos de un mil ochocientos hasta dos mil novecientos dólares. Tal vez creyeron que como en otras ocasiones, esto pasaría un tanto inadvertido por la opinión pública. Pero para sorpresa de todos, la población por todos los medios a su alcance y las personas que generan opinión, condenamos unánimemente tal proceder. Como resultado, el acuerdo tomado fue revocado, aunque de muy mala gana por algunos de los mayormente responsables en tal decisión.
Ese acontecimiento que apenas es la punta del iceberg, nos muestra lo frágil del sistema político salvadoreño y de quienes en teoría se dice que representan al pueblo, para actuar de manera ética. Pues como comentaba alguien, ¿qué pasará en otras instituciones del Estado, por ejemplo dentro del Órgano Ejecutivo?. Se sabe que lo que la ley de salarios indica como remuneración a los ministros, viceministros y presidentes de entidades autónomas es solamente indicativo, pues los salarios reales tal vez sólo se conocen a nivel del equipo cercano a la Presidencia de la República, y en muchos casos, se sospecha que son elevadísimos.
Y eso sólo para hablar de un rubro que son las remuneraciones directas. ¿Qué decir de las licitaciones que han sido históricamente la principal vía para que muchos se “compongan”?
Pero esto no sólo toca a los funcionarios públicos, también se aplica a los grandes empresarios privados que como corruptores son beneficiados con cantidades millonarias cuando ganan sus ofertas de licitación o concursos públicos y privados, a ser pagados con los fondos del erario nacional.
Sin embargo, estoy seguro que dentro de ese maremagnum de “vivos”, aprovechados y corruptos, debe haber algunos funcionarios probos cuyo ejemplo debiera seguirse y que merecen toda nuestra admiración.
Al escribir sobre estos temas, no pienso de ninguna manera en que seamos santos, más bien reflexiono y me pregunto si podemos ser un poco más humanos.
UN POEMA PARA REFLEXIONAR
Cuando le impusieron silencio desde el Vaticano, Pedro Casaldáliga le escribió lo siguiente a su amigo Leonardo:
LEONARDO BOFF: TEÓLOGO DE LA GRACIA LIBERADORA
¿Qué le diría mi compadre San Francisco a su hijo Leonardo Boff?
Hermano Leonardo,
teólogo de la Gracia Liberadora
por el designio del Padre:
Comparte en profundidad el misterio de los Pobres
que no tienen voz en la Sociedad ni en la Iglesia.
Escucha el grito de los oprimidos
que brota de este continente de la muerte y la Esperanza
y el canto nuevo que ya rompe de las aldeas indias,
de los campos y de las ciudades.
La noche va pasando
y el día se avecina.
El viento libre del mar de Tiberíades
y las aves evangelizadoras del monte de las bienaventuranzas
invadirán, para alegría de los Pobres,
todo el ámbito de la Iglesia de Jesús.