FLORES MEDIO SILVESTRES EN NUESTRO JARDÍN
CINCUENTA AÑOS DE SER BACHILLERES
Antes de la Reforma Educativa de mil novecientos sesenta
y ocho, después del sexto grado se estudiaban 3 años adicionales para terminar
el Plan Básico y dos años más para concluir el Bachillerato.
Aunque tres compañeros y yo estábamos internos en el
Seminario Juan XXIII de Santa Ana, recibíamos las clases como alumnos normales en
el Colegio Salesiano San José.
Aquel experimento, idea del Obispo Benjamín Barrera y
Reyes de que conviviéramos los internos con el mundo de estudiantes externos
era muy interesante. De manera tal que aunque éramos seminaristas, pasábamos
mañana y tarde durante las clases y recreos con los alumnos del Colegio
Salesiano, lo que permitía una convivencia normal para nosotros con aquellos muchachos
inquietos y fregones como es natural en esas edades.
Los seminaristas éramos muy bien aceptados en los
diferentes grupos de clase y ocupábamos
casi siempre, el primer lugar en los diferentes cursos, lo que contribuyó a
ganarnos el respeto y a lo mejor cierta valoración por parte de los estudiantes
externos.
En nuestro caso, llegados al último año de bachillerato en
mil novecientos sesenta y cuatro, habíamos logrado una plena identificación y
confianza con los externos de tal forma, que a no ser por la vestimenta, no
existía diferencia alguna entre unos y otros.
En aquel segundo año de bachillerato fuimos en total unos
veinticinco estudiantes. Entre los nombres o apellidos que ahora recuerdo están:
Carlos Sermeño, Guillermo Batres, Roberto Castro, Víctor Ramírez (El niño
Dios), Hugo Quijano, Alejandro Villalta, Armando Avendaño, Manuel Rico, René
Ortiz (El Huevo), Manuel Méndez (Camello), Víctor Lara, Mejía (Loco Many),
Agreda, Sanabria, Martínez (El viejo), Roberto Álvarez, Ramiro Velasco y otros
cuyos nombres no recuerdo ahora.
Fue en una tarde fresca a finales de octubre de mil
novecientos sesenta y cuatro, cuando en el acto de nuestra despedida El Colegio
nos entregaba el diploma de bachilleres, pues quedaban pendientes los exámenes
privados que los realizaríamos en el mes de noviembre. Entre los puntos
importantes de aquel acto, estuvo la actuación de la Estudiantina del Colegio,
dirigida por el Maestro salesiano Oscar Rodríguez Maradiaga (Ahora Cardenal de
Honduras) que al mismo tiempo que dirigía la orquesta tocaba el saxofón. Aún
resuena en mis oídos, de entre las interpretaciones de la orquesta, la melodía “Verano de amor”
de Paul Mauriat.
A finales de noviembre de aquel año, gracias al Creador y
a nuestro esfuerzo, logramos pasar con éxito los exámenes privados y obtener el
título de Bachiller en Ciencias y Letras y algunos también en Matemáticas.
Varios de los compañeros egresados, son ahora
profesionales exitosos en el mundo de la medicina, de la ingeniería, de la
administración de empresas y de las ciencias sociales; algunos son pequeños
empresarios o empleados responsables en empresas distinguidas, y otros, se nos
adelantaron ya en el viaje sin retorno. Pero lo mejor es que todos hemos sido
personas responsables y con muchos valores, características propias de los
egresados de un colegio salesiano.
Cómo no recordar en aquel último año, las travesuras de
los externos en algunas clases o en algunos momentitos de indisciplina cuando
veían a las chicas del colegio vecino que marchaban en el mes cívico y que
aparecían tan bonitas reflejadas en los vidrios de las ventanas sol-aire. O las
bromas pesadas entre ellos, cuando aprovechando que el profesor escribía en el
pizarrón colocaban alguna lagartija muerta a un compañero; o el día en que se
les ocurrió quemar unos frijoles en clase causando un olor un tanto fétido.
En esta oportunidad les doy las gracias, a los maestros
salesianos que nos enseñaron tanto, como Mons. Oscar Rodríguez (Profesor de Física)
y los Reverendos Padres: Luis R. Chinchilla
(Profesor de Química y Matemáticas y Actual Director del Colegio Santa Cecilia),
Laureano Ruíz (QDDG y que fuera Maestro de Lógica y Francés), Miguel Alvarado
(QDDG, Maestro de Literatura y Ciencias Sociales), Mauricio Catedral (Director
del Colegio) y tantos otros excelentes docentes y hombres de bien que pasaron
por aquella aulas.
Lástima que el tiempo y la distancia no nos permitió
celebrar con los compañeros nuestro cincuentenario, como hubiéramos deseado,
pero ojalá que no falte alguna oportunidad para volvernos a encontrar y poder
extrañarnos de ver cómo hemos cambiado físicamente, pero que seguimos siendo
compañeros. ¡Felicidades en este Aniversario de oro, amigos y colegas y que la vida
siga siendo pródiga con nosotros!.
SACARSE LA LOTERÍA PARA BIEN O PARA MAL
Hay frases, dichos y canciones que reflejan la filosofía
popular, que encierran mucho de verdad y que se aplican en muchos casos a la
vida real.
Así un dicho muy conocido dice que “de músico, poeta y
loco todos tenemos un poco” y al menos en mi caso, creo que esa frase me va bastante
bien.
También hay canciones que parecen retratar el
comportamiento del hombre común latinoamericano, como las escritas por el gran compositor
de más de setecientos corridos, el mexicano Víctor Cordero Aurrecoeche que
nació en mil novecientos catorce. Él fue el autor de canciones como: “El ojo de
vidrio”, “Gabino Barrera”, “El pata rajada” y
“La mula bronca”, tan escuchadas
en nuestro medio ranchero especialmente del campo.
Pero la canción de Don Víctor Cordero que para mí, es una
verdadera página de filosofía popular, pues describe a la perfección al macho latinoamericano,
es la de “Juan Charrasquiado”. En ella, retrata al “hombre-hombre” latinoamericano,
que además de ser borracho, era también parrandero y jugador. Y de estas
características, muchos hombres tenemos bastante o poco, pero muy pocos son los que no tienen nada.
En esta ocasión no es mi propósito referirme a los
borrachos y parranderos, sino hacer mención de los jugadores, como aquellos que
hasta mediados del siglo pasado, perseguía la guardia en los cantones de El
Salvador mientras jugaban chivo y que hoy abundan en los casinos de las
ciudades, pero que son considerados “gente decente”.
Y es que los juegos de azar tienen esa magia de crear
ilusiones y esperanzas de que al rato uno se pueda sacar un buen premio. Aunque
haya muchos que se pasaron toda una vida jugando y nunca se sacaron nada.
Motivado por saber qué hicieron algunos afortunados que
se sacaron un buen premio jugando a la lotería, entrevisté esta semana, a
algunos billeteros.
Mi pregunta al primero fue: ¿Y Usted vendió alguna vez el
premio mayor?.
Sí, me dijo el entrevistado. Fue hace mucho tiempo y el
numerito no se me olvida, fue el 22335. Y mi segunda pregunta fue: ¿Pero le
dieron alguna recompensa? Eso fue lo peor, me contestó, que nunca supe quién
fue el premiado, pues lo vendí distribuido en pedacitos.
Otro billetero me contó que vendió el número premiado
cuando faltaba un día para el sorteo; que ya era el último billete que le
quedaba y de paso lo dio fiado, pues el comprador no tenía el dinero en el
momento. Qué tonto fui, se expresó, por qué no lo dejé para mí y ahora sería un
hombre rico. Pero al menos, me dijo, el ganador me dio algo de comisión.
Un tercero fue más espontáneo a la pregunta, y me contó
que vendió el número terminado en 2 a una empleada de un organismo
internacional del que omito el nombre y que aquella persona le dio su buena
comisión. Desde entonces, él juega al número dos.
En los casos descritos, según me comentaron los
billeteros, las personas que ganaron el premio, hicieron buen uso del dinero
obtenido.
Pero no sucedió lo mismo con lo narrado por otra
vendedora que me dijo que acababa de cumplir sesenta y ocho años y que vende
billetes desde jovencita, en San Salvador.
Ah, me dijo, sacarse la lotería puede ser una bendición,
pero también puede ser un mal para alguien que pierde la cabeza con el dinero
que ha ganado.
Ese fue el caso de Ariel Mendoza, prosiguió, que cuando
se sacó el premio mayor, comenzó a chupar y a fregar con los amigos. Y como sentía
que tenía mucho dinero, se logró casar con una muchacha muy bonita que lo llevó
a la perdición. Ella lo convenció de que compraran casa en La Escalón, carro
nuevo y otros lujos. Al poco tiempo, aquel hombre, se gastó el dinero y quedó
pobre. Entonces la mujer lo dejó y él se quedó en la miseria.
También yo le vendí el premio a Juan Espinoza, me dijo. Ese
fue otro gran loco, que se gastó el dinero en malos pasos con amigos, se compró
una moto y terminó sus días cuando manejaba
la moto y chocó con otro vehículo.
Sin embargo, me dijo, estos dos últimos, sí me dieron mi
recompensa por la venta del billete premiado.
La billetera, espontáneamente me terminó diciendo: si yo
me sacara la lotería, le pusiera una enfermera a mi madre que se encuentra
postrada y le ayudaría a mi familia, especialmente a mis hermanas que pasan
tantas necesidades.
De los casos descritos, concluyo con los billeteros que
sacarse el premio mayor de la lotería
puede ser para bien en el caso de la persona que lo invierte en buena forma,
pero también puede ser para mal y la perdición, si no se usa bien la cabeza al
disponer de pronto de tanto dinero.
Y Usted ¿qué opina?, ¿considera que vale la pena gastar unos
dólares en la compra de unos vigésimos o es de aquellos que piensan que es
mejor no malgastar el dinero en ese tipo de juegos?
SIEMPRE HAY UN ÁNGEL JUNTO A NOSOTROS
A mediados del año dos mil doce, escribí una página en este mismo blog con
el título: ¿Existen lo ángeles? (Ver http://ramirovelasco.blogspot.com/2012/06/otro-junio-en-el-salvador.html ).
Ahora me refiero a esos ángeles buenos de carne y hueso
que aparecen a lo largo de nuestras vidas y que no siempre valoramos como se
debe.
En nuestra cultura y en nuestro ambiente de país en desarrollo ¿Quién no ha tenido una
abuela, una tía, una hermana o un ser querido que ha complementado el papel de
una madre o un padre con acciones de entrega y de apoyo desinteresado para
ayudarnos a salir adelante, mientras crecíamos y nos formábamos durante la
niñez o la adolescencia?.
En los años de estudio, ¿quién no tuvo un maestro o una maestra
que fue particularmente especial y que puso su esfuerzo en alguien del grupo de
estudiantes, convencido de que aquel o
aquella joven podía destacar en la vida y que valía la pena ser apoyada?.
En el mundo del trabajo, ¿Quién no tuvo la asistencia de
un familiar o de un amigo para ayudarle hasta conseguir el primer empleo? o ¿quién
no ha tenido un jefe o un patrón que se esmeró de manera particular y que
apostó por su desarrollo profesional o personal frente al resto de empleados o
trabajadores?.
Y en la vida de personas adultas, ¿Qué hubiera pasado sin
aquel amigo o amiga que ha sido a veces más que un hermano y hermana y que ha
estado presto para ayudarnos desinteresadamente en esos momentos de zozobra, de
dificultad económica o de una desgracia?.
En cada una de las situaciones arriba descritas siempre
apareció alguien, a veces de la familia o a veces un tanto más lejano, para brindarnos
su ayuda y su apoyo real cuando más lo necesitábamos.
En mi caso podría enumerar a muchas personas que
aparecieron de pronto en mi vida para ayudarme a crecer o a salir adelante.
Pero sólo haré mención de una: mi Tía Fide, que aun cuando yo tenía mis padres naturales, ella fue mi segunda madre. Ella me cuidó de niño como
su hijo y me dio todo su amor y lo que necesitaba de joven adolescente hasta el
día de su temprana muerte a los cincuenta y ocho años de edad.
Pero como seres humanos proclives a la ingratitud, cómo nos olvidamos a veces de quienes en un
momento dado, hicieron tanto por nosotros.
Conozco a personas que recibieron mucho cuando más lo necesitaban, de una persona que no era su
padre o su madre y que con el tiempo se olvidaron de ella o peor, que con sus
actos parecían despreciar todo el apoyo que recibieron.
A veces podría bastar una visita, una llamada por
teléfono o una tarjeta aprovechando una fecha especial para simplemente decirle
a aquella persona: gracias por lo mucho que hizo por mí.
Con tantas personas de bien que hicieron todo por
sacarnos adelante, que apoyan desinteresadamente y que se entregan para
ayudarle a alguien, para qué necesitamos espíritus celestes, si ellas son
verdaderos ángeles que el cielo ha puesto en nuestro camino.