FLORES DE NUESTROS JARDINES |
INDÍGENAS Y
CAMPESINOS SALVADOREÑOS, LOS POBRES DE AYER Y HOY.
(BREVE
ENSAYO ECONÓMICO SOCIAL Y POLÍTICO, A PROPÓSITO DEL BICENTENARIO DE LA
INDEPENDENCIA). Por Ramiro Velasco
Nuestros
indígenas amaban su tierra y con veneración le rendían tributo por sus frutos.
Ella constituía un patrimonio que no se vendía, sino que se respetaba, se trabajaba
y se compartía en comunidad.
Para
los Quechuas el término “pachamama” dado a la tierra, implicaba una relación casi
sagrada del ser humano con la tierra. Tal manera de pensar y de vivir era bastante
similar en la cultura maya y azteca, de la que provinieron principalmente nuestros
ancestros indígenas. Pero aquella filosofía de nuestros antepasados fue
trastocada con la llegada de los conquistadores.
El
hombre blanco se posesionó de aquel patrimonio en un primer momento, con el
argumento de que los bienes descubiertos pertenecían al Rey como soberano. En
realidad los Reyes Católicos habían recibido del Papa las tierras descubiertas (tierras
realengas) con la condición de
evangelizar a los nativos, como parte del Derecho Indiano.
Posteriormente
los Reyes de Castilla concedieron tierras a los conquistadores por los méritos
logrados y más adelante, otras tierras fueron vendidas en subasta pública. Así
surgieron las haciendas que eran un sistema de concesión de grandes propiedades
rurales.
Al
lado de las haciendas, se establecieron las tierras comunales y los ejidos que
también fueron devueltos por la Corona a los indígenas o indios como se les
llamaba en la época. Los Ejidos eran tierras municipales que se ponían a
disposición de grupos comunales para que fueran trabajadas en forma colectiva.
Bajo
del dominio español, se propició una
nueva división social. Por un lado,
estaban los españoles con poder político y dueños de tierras llamados también
peninsulares, los criollos (hijos de
españoles nacidos en América) y el clero.
Y
por otro lado, los indios mezclados con españoles y los no mezclados. La mezcla
de españoles e indios fue generalmente fuera de matrimonio y dio lugar al
surgimiento de los mestizos o ladinos, a los que las leyes de Indias (1680) emanadas de la Corona, no les reconocía
los mismos derechos que a los españoles y criollos.
También
estaba el grupo racial de los negros y sus descendientes: mulatos (nacidos de
blancos y negros) y zambos (hijos de indios y negros) que al igual que los
indios eran considerados seres inferiores.
Aunque
las Leyes de Indias, tuvieron el
propósito de proteger y dar algunos derechos a los indígenas, especialmente en
cuanto al trato que debían recibir como trabajadores, también establecieron una
diferenciación respecto a los blancos.
Así por ejemplo, a los indígenas, mestizos, negros, mulatos y zambos se les
prohibía utilizar las vestimentas de los blancos; vivir en las mismas zonas de aquellos, y desempeñar oficios y
cargos públicos. A nivel educativo, sólo los blancos tenían acceso a colegios
seminarios, etc.
Los
indígenas eran considerados jurídicamente como “incapaces relativos” y por lo
tanto, para actuar en asuntos jurídicos debían tener alguien que los
representara. Tal representación podía estar a cargo de un cacique, de una
comisión o de un protector de naturales. Este último fue el rol jugado por el
Obispo de Chiapas, Fray Bartolomé de las Casas que junto a otros misioneros Dominicos
y Franciscanos se convirtieron en
defensores de los indios, adquiriendo el compromiso de evangelizarlos.
Los
criollos con el tiempo, heredaron las haciendas en las que se cultivaba
mayormente el añil y se fueron constituyendo en la nueva clase social que
lucharía por la independencia de España.
Los
indígenas se dedicaron en buen número a trabajar en las haciendas y en los
obrajes de añil de los blancos, bajo condiciones deprimentes.
En
esa forma, transcurrieron los siglos dieciséis, diecisiete, hasta la primera mitad del siglo XVIII en
los que se mantuvo sin mayores cambios el régimen económico de la Colonia.
Sin
embargo, a partir de las ideas liberales emanadas de la Revolución Francesa se impulsaron
los cambios políticos que dieron lugar a las luchas independentistas dirigidas
por los criollos y en las que participaron también algunos mestizos.
Como
resultado de las luchas libertarias, se estableció la República Federal de
Centroamérica que estuvo vigente de 1824 a 1838. Pero que llegó a su
desmembramiento con la separación de Nicaragua, Honduras y Costa Rica en 1838,
seguidas por Guatemala en 1839. A partir de este último año, se agudizan las posiciones
separatistas capitaneadas por Guatemala y las consecuentes batallas de los liberales
para reunificar la patria grande que terminan en 1885.
Las
ideas positivistas y liberales en el campo económico debieron tener algún nivel
de aplicación en el ámbito de la República Federal de Centro América, bajo la
consigna de que el derecho a la propiedad privada y la iniciativa privada eran
la clave para el éxito de las nacientes naciones. Tales ideas debieron ser acogidas
por liberales y conservadores. Pero fueron los liberales, los mayores
impulsores de las mismas, desde que éstos lograron una mayor incidencia política a partir de 1824 a
1838 y de manera más radical, de 1870 a 1890, cuando tuvieron un mayor acceso al poder en
las nuevas repúblicas.
Adentrado
el siglo XIX, los maltratos a los indios en los obrajes de añil eran tremendos
y los niveles de desnutrición, insalubridad así como el analfabetismo eran
oprobiosos. Contra tales injusticias tuvo
lugar en 1883, el Levantamiento de los Nonualcos dirigido por el caudillo
Anastasio Aquino para reivindicar sus tierras y sus derechos. Aquel movimiento
después de intensas luchas, fue derrotado por la naciente oligarquía, la
iglesia y el gobierno. Su líder fue asesinado y su cabeza después de hervida fue
exhibida en una jaula de hierro, como escarmiento para los indios y mestizos.
Las
constituciones de los nuevos estados centroamericanos a partir de 1840,
restringieron los derechos al voto y a la ciudadanía de grupos como los
indígenas, con el pretexto de que los ciudadanos debían tener ante todo, “un
modo honesto de vida”. Esto significaba disponer de una propiedad así como saber
leer y escribir. (Ver Constitución de 1841 de El Salvador, Titulo II, art. 5).
Sin
embargo, se avanzará al menos a nivel formal, otorgando un trato más
igualitario a partir de 1873, cuando ya no se exigirá disponer de una
propiedad, para ser ciudadano, sino de
un “modo de vida independiente”. En la década de 1880, aunque se establece a
nivel constitucional la obligatoriedad de la educación primaria, los indígenas
continuarán siendo analfabetos debido a su exclusión social.
Será
hasta 1890, cuando se exigirá como requisito para obtener la ciudadanía sólo una
edad determinada.
A
nivel económico la situación que era de marginación y explotación para los
campesinos indígenas y mestizos, alcanzará límites insospechados con la
introducción del cultivo de café, que contrario a Guatemala donde comenzó en
1803, en El Salvador tiene lugar a partir de 1840.
El
cultivo de café logra un auge marcado a partir de 1848 y durante la gestión de
Gerardo Barrios como Presidente, de 1859 a 1863. Para dicho cultivo, se destinaron
los mejores terrenos ejidales y el gobierno otorgó en propiedad los terrenos
baldíos a quienes los cultivaran durante cinco años.
En
1864, durante la Administración del Presidente Francisco Dueñas, continuó una
serie de incentivos para el cultivo de café y tuvo lugar la usurpación de
propiedades comunales por parte de las mismas élites gobernantes y su adjudicación
a nuevos productores, generalmente de procedencia extranjera.
A
partir de 1871 se estableció una política económica basada en el cultivo de
café bajo la Presidencia de Rafael Zaldívar, que en marzo de 1881 tendrá su culminación al
presentarse ante la Cámara de Diputados
la Ley de extinción de Ejidos que al ser aprobada e implementada, logró
totalmente la abolición de las tierras comunales.
Como
para realizar el cultivo de café se requería capital de trabajo y esperar cinco
años para obtener las primera cosecha, los indígenas y campesinos pobres fueron
excluidos de la obtención de tales tierras. De ahí que los favorecidos fueran
familias de extranjeros y algunos nacionales con alguna capacidad financiera o
con gran apoyo del nivel político.
La
Ley de extinción de Ejidos y la filosofía de que el proyecto modernizador basado
en el cultivo de café era el camino para reactivar la economía y avanzar hacia la
verdadera ”civilización” sumió más en la miseria a la población campesina pobre
y a los indígenas .
A
partir de aquel proyecto modernizador se agudizaron las diferencias de clase, con
un claro menosprecio por la población indígena, que al no aceptar aquel nuevo
sistema y trabajar con desgano, fue considerada como un obstáculo para alcanzar
el progreso. A esta concepción se sumaron a finales del siglo XIX y parte del siglo XX, intelectuales de
renombre, como: Vicente Acosta, David J. Guzmán, Francisco Gavidia y otros.
La
historia de explotación y menosprecio de los indígenas continuó en la misma forma
durante los primeros decenios del siglo XX, agudizándose con la crisis mundial de 1929, al caer los precios del café y entrar la
población trabajadora en una situación de mayor calamidad. Aquella situación dio lugar al levantamiento campesino
de 1932 y a la reacción represiva gubernamental del Presidente Maximiliano
Hernández Martínez, responsable de la masacre de por lo menos 25, 000 indígenas
asesinados.
De
aquella fecha en adelante los indígenas y todo lo que tuviera que ver con ellos
(lenguaje, vestimenta, tradiciones, etc.) fue objeto de persecución y ataque
sistemático.
Para
las décadas siguientes, llegando hasta los años de 1950, como la describe Abel
Cuenca en “El Salvador una democracia cafetalera” la pobreza extrema, las
condiciones infrahumanas y los niveles de explotación de los campesinos sin
tierra alcanzó niveles alarmantes, hecho que también lo consignó un informe de
Naciones Unidas en su momento.
De
1950 en adelante, el indigenismo ha sido cubierto con el ropaje del mestizaje, pero
su verdadera cara se evidenció en el terreno del campesinado salvadoreño más
pobre y desprotegido. Gran parte de esta población se convirtió en los millares
de desplazados durante el conflicto armado y en los emigrantes rurales y
semiurbanos, a partir de los años ochenta.
Al
año 2011, el fenómeno de la exclusión
social está latente en la pobreza estructural vigente en casi la mitad de
salvadoreños que ensombrece por su crudeza una historia de gestas, a la que se
ha dado tanta preeminencia en la narrativa oficial en los últimos decenios y en
este mes de noviembre de 2011, con motivo de la celebración del Bicentenario de
la Independencia Patria.
Parte de la
bibliografía consultada:
http://e-spacio.uned.es:8080/fedora/get/bibliuned:ETFSerie5-967DBEED-A2AE-9B48-28BB-3BA9716292EC/PDF
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