VACACIONES DE NUESTRA GENTE EN EL MAR
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SEMANA SANTA,
UN PERÍODO DE VACACIONES Y TRADICIONES
La semana
santa coincide con el abundante calor de nuestro verano que comienza en
noviembre y termina prácticamente en el mes de mayo.
Este año,
un tardío frente frío arrastró vientos y un ambiente más fresco hacia nuestro
país, al menos en las partes altas del territorio, durante los primeros días de
la semana.
Si ya por
naturaleza el pueblo salvadoreño es cálido en su personalidad, en este período tal
espíritu se eleva exponencialmente junto al fervor de la “semana mayor”.
Las
vacaciones en El Salvador, contrario a lo que sucede en otros países, están distribuidas
para los empleados públicos de manera general, de acuerdo a la ley de Asuetos,
Vacaciones y Licencias de marzo de 1940,
en tres períodos: semana santa, las fiestas patronales de cada
departamento (municipio) y las fiestas de navidad y año nuevo.
Aunque la
persona del Presidente Maximiliano Hernández Martínez quedó en el libro negro
de la historia por sus actuaciones políticas y genocidas, no se puede negar que
respecto a las vacaciones, aquel gobernante tomó una decisión bastante sabia, a
tal grado que aquella normativa se conserva hasta hoy en día, permitiendo que el
descanso y la participación en las festividades importantes queden distribuidos
adecuadamente durante el año calendario.
En la
actualidad, casi la totalidad de las empresas privadas asignan las vacaciones
anuales a los empleados y trabajadores, en la misma forma en que lo hace la
administración pública.
En cuanto
a la celebración de la semana santa, a pesar de las innovaciones tecnológicas y
la penetración de otras ideas y modas extranjeras, la tradición religiosa de
esta época está tremendamente arraigada en la mentalidad del salvadoreño común y
lejos de disminuir, parece que aumenta año con año con la ayuda de los medios
de comunicación. Y es que como lo hemos afirmado en otros escritos, el pueblo salvadoreño
que es mayoritariamente pobre, se identifica plenamente con un Jesús sufriente,
perseguido y condenado injustamente a muerte de cruz.
En la
piedad popular, que es diferente a lo que la Iglesia Católica jerárquica establece
como piedad ortodoxa y oficial, se manifiestan ritos y tradiciones que son los
que realmente le dan un sentido popular a las celebraciones de esta época.
Basta ver
los actos y procesiones como la Del
Silencio, el jueves santo; el Vía Crucis o de Los Encuentros y el Santo
Entierro, el viernes santo, para constatar la fe emotiva de la gente que es
bastante diferente a la fe racional de los teólogos y clérigos católicos.
Por otra
parte, los ritos penitenciales que la misma feligresía se impone y que a veces
no es bien vista por los sacerdotes y la jerarquía, demuestran que el pueblo se
traza sus propias formas para expiar sus pecados o para agradecer lo que ellos
consideran milagros recibidos de la mano de Dios y de la Virgen.
Esos actos
no son algo programado o reglado, los llevan a cabo los creyentes de manera
espontánea y sincera. Menos mal que no ha aparecido un jerarca con ideas
despóticas que prohíba a la gente esa manera particular de expresarse y acercarse
a Dios en estos días.
Se puede
decir, que existen dos formas de celebración en la semana santa, la oficial que
sigue la liturgia de la Iglesia católica y la que dirigen las hermandades o
cofradías que en algunos casos congregan a cientos de militantes voluntarios
que siguen un verdadero código de actuación y de servicio.
Tales hermandades
y cofradías participan de los ritos más tradicionales como: la elaboración de
las vestimentas de la imágenes, su lavado y planchado; la escena de Jesús
Cautivo; la escena de Jesús en el huerto; y el ordenamiento de las procesiones
del viernes santo, especialmente del Vía Crucis y del Santo Entierro y el
desarrollo de los actos de la crucifixión y la de la adoración de la cruz.
Desde hace
unos quince años se ha incrementado en casi todos los pueblos de El Salvador, la
elaboración de las alfombras, especialmente para la procesión del Santo
Entierro. En tal tarea participan de manera activa y desinteresada, familias enteras, personas adultas, muchos
jóvenes y niños de los barrios y colonias. Y en los últimos tiempos, hasta algunas
municipalidades que buscan sacar su raja política, aportando materiales para su
elaboración.
Tanta fe, tanta
demostración de veneración y amor por lo sagrado en estos días, no ha podido
ser destruido por otras iglesias que en el pasado hasta se burlaban de la
devoción de la gente, al ridiculizarles que adoraban “pedazos de palo”
refiriéndose a las imágenes del Nazareno, de la Virgen y de otros santos con
que los católicos simbolizan la pasión y muerte de Jesucristo. Por el
contrario, muchas de esas denominaciones religiosas han tenido que aprovechar
el ambiente, para hacer sus cultos, aprovechando el tema de la pasión y muerte
del Señor.
Al
constatar el deterioro de nuestra cultura y la creciente falta de identidad
cultural, la semana santa viene a ser un pequeño paréntesis para recrear lo
nuestro, que al final de cuentas, es aquello con lo que el pueblo se identifica
plenamente.
GERANIOS DE ABRIL
Esta tarde me
encuentro rodeado
de muchas flores.
Entre ellas, muy
cerca de mí,
unas que encuentro muy
bellas.
En cada planta, no
menos de cinco ramos.
En cada ramo, no
menos de diez flores.
En cada flor, no menos de seis pétalos.
Así son los
geranios de abril.
Los hay de muchos
colores:
los lila, los
naranja y los rojos.
Estos últimos, tal
vez, los que más abundan.
Pero los hay también rosados y blancos.
Cómo me gustan los
blancos…
ellos tienen la
pureza
de las almas que se
entregan por entero,
llenas de bondad y de
ternura.
Pero prefiero los rosados
por ser mezcla de
sangre y de paz
de lucha y de
inocencia
tejidas a la luz del
sol.
Sus flores que parecen
frágiles
resulta que son tan
fuertes;
pues aunque las
azote el viento
conservan todos sus
pétalos.
Todos juntos esos
ramos,
en medio de un
verde fresco,
hacen un juego
perfecto,
a imagen de la naturaleza.
Y al mirarlos uno
por uno,
descubro que son en
conjunto
como una melodía
completa,
escrita en muchos
colores.
En ellos escucho las
voces
graves y altas de
los estambres;
delicadas, de los pistilos
e infantiles de los
verdes botones.
Como quisiera
quedarme
para seguirlos
mirando
y sin pronunciar
palabra,
saber descifrar su
idioma.
Aunque al llegar la
tarde, de nuevo,
me marcharé con los
vientos…
sólo me quedarán los recuerdos
de estos geranios
de abril.
Ramiro Velasco, abril de 2013
LAS MIELES Y OTROS PLATILLOS TRADICIONALES DE LA
SEMANA SANTA
En los
años cincuenta del siglo pasado, el Departamento de Cabañas como casi todo El
Salvador era eminentemente rural. Y por la tradición católica las familias acostumbraban
a tener “todos los hijos que Dios les diera”. Por eso, era normal ver en el
campo, hogares con doce y diez hijos, lo que en la práctica constituía todo un
batallón.
La
economía campesina giraba alrededor de productos primarios de tipo
agropecuario, de granos básicos como el maíz y el frijol que eran parte fundamental
de la dieta básica de la población; de la
caña de azúcar que los campesinos utilizaban para hacer el dulce de panela y de
productos lácteos, propios de aquella zona eminentemente ganadera.
Tanto el
maíz como los atados de dulce eran guardados en el tabanco de la cocina. Este
era como una segunda planta hecha de vigas, de cuartones y de varas a veces sin
labrar, que en conjunto formaban un tejido amplio, sujetado con clavos y amarrado
con bejucos muy resistentes.
Para subir
al tabanco había que trepar por una escalera, a veces muy rudimentaria, consistente
en una viga en la que se hacían pequeñas hendiduras, justo para colocar cada pie mientras se subía
o se bajaba.
El maíz
era guardado en mazorca para el año entero con todo y tusa y los atados de
dulce también estaban envueltos en tusa. Al subir el humo de las hornillas de
leña hacia el tabanco, se adhería en la tusa en forma de hollín, protegiendo
aquellas provisiones de los insectos y
roedores.
En aquel
ambiente, había limitaciones, pero nunca faltaba el alimento que se cosechaba
en la milpa o el que se obtenía de las vaquitas o se pescaba en forma abundante
en las quebradas y ríos.
Entre las
tradiciones de la semana santa además del aspecto religioso, estaba el
gastronómico, que en buena medida era una herencia de nuestros antepasados.
Como en
los días mayores de la semana santa, las
mujeres no cocinaban en señal de respeto, pero también para poder participar en
los actos religiosos, tenían que preparar los alimentos en forma anticipada y abundante
para toda la familia, desde los días anteriores.
Los
hombres debían de dotar a la casa desde la semana anterior, de suficiente leña
para el horno y para la cocina y entre otras cosas, también cortar las hojas de
huerta, ordenarlas en rollos especiales y calentarlas al fuego antes de hacer
los tamales.
Los
hombres también eran responsables de la pesca en los ríos cercanos donde
agarraban con atarraya, pescado de espina como: juilines, gorditos,
tepemechines, mojarras, cuatrojos, chacalines y todo tipo de chimbolas.
Utilizando anzuelos podían agarrar también: lizas, lebrianchas, bagres y si se
tenía mucha suerte, hasta robalos.
En la zona
alta del Río Lempa, se pescaba también los cacaricos, que eran una especie de
camarones pero más duros y resistentes y que cocidos tenían un sabor especial.
Para sacarlos, los mejores nadadores tenían que meterse a la chorrera, donde el
río era más fuerte y meter la mano debajo de las piedras que era su hábitat
natural.
Al llegar
a casa, todo el pescado era limpiado y luego de abierto, se salaba para ponerlo
a secar al sol.
El día
lunes santo debían de estar disponibles materiales como la harina de trigo y de
maíz, el moscabado o azúcar blanca, los huevos y otros ingredientes necesarios
para la confección de los alimentos.
El día
martes santo se preparaba el pan, hecho con harina de trigo, las quesadillas
con harina de arroz y abundante queso y las semitas y salporas con harina de maicillo.
El
miércoles santo, se hacían los tamales de gallina y los tamales pisques o
chombos. Éstos últimos eran preparados con una masa especial de maíz que se
enrollaba en las hojas de huerta y que
cocida se abrían como las láminas de un papiro. Los chombos sustituían a la tortilla en los tiempos de comida desde el jueves
hasta el sábado santo.
El pescado era el principal ingrediente para las tortas, principal plato a servir el jueves
y viernes santo.
Como
postre, se servía en esos días, las torrejas hechas en miel con dulce de
panela y también el dulce de mango o de jocote, acompañados del chilate que era
un rico atol hecho a base de maíz joco, un poco de jengibre y pimienta gorda.
La semana
santa de aquellos tiempos era de reflexión cristiana, pero también un período
para disfrutar platillos propios de la época, siguiendo la tradición de
nuestros ancestros.
POR FAVOR, CONTESTE LA PREGUNTA QUE
SE FORMULA A CONTINUACIÓN. SU OPINIÓN ES MUY IMPORTANTE.