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Soy profesor universitario. Trabajo por el desarrollo de Cabañas, un departamento de El Salvador, muy bello, pero también donde hay mucha pobreza, especialmente en lo educativo y cultural. Soy planificador educativo y trabajé por muchos años como director y coordinador de proyectos sociales. Me considero una persona con una visión amplia que trata de valorar lo positivo de cada quien.

martes, 13 de noviembre de 2007

UNA PINCELADA DE NUESTRA HISTORIA Y TRADICIONES












Parajes de Sensuntepeque

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A PROPÓSITO DE NUESTROS DIFUNTOS

El día 2 de noviembre, se rinde homenaje a quienes se nos adelantaron en ese viaje sin retorno al que todos seremos llamados algún día.
Para la gente que vive del trabajo ocasional en El Salvador, todo parece comenzar con la manufactura, arreglos y venta de flores, especialmente en los mercados y calles de nuestros pueblos. Pero también con la limpieza y pintura de las tumbas en el cementerio.
El día llegado, los cementerios parecen lugar de feria, con ventas de comida y bebida a las entradas, y música o gran desfile de personas de toda edad alrededor de las tumbas.
Como casi todos los años, esta vez estuve en Chalchuapa y en Sensuntepeque para recordar a nuestros seres queridos. De paso aproveché para mirar con más detalle, las tumbas que en estos cementerios recogen parte de la historia; pues allí aparecen nombradas personas importantes de otros tiempos.
Chalchuapa y Sensuntepeque, pareciera que tienen mucho en común por sus antiguas casas al estilo español. Sin embargo, al contrastar sus monumentos históricos de tipo arqueológico, iglesias, cementerios, tradición, etc., no hay duda que en Chalchuapa los vestigios atestiguan una mayor antigüedad y desarrollo cultural.
Veamos algunos datos:
En Chalchuapa, existen al menos dos sitios arqueológicos prehispánicos importantes: Tazumal y Casa Blanca.
Además, la Iglesia colonial dedicada a Santiago Apóstol y a San Roque, situada en el centro de la ciudad, es una de las más antiguas de El Salvador. Fue restaurada hace algunos años, con apoyo gubernamental, de la cooperación externa y sobre todo de la feligresía. En ese esfuerzo participó activamente el sacerdote Lucas España compañero mío de otros tiempos (QDDG) y que fungió como párroco y director de las obras. Lamentablemente murió en este octubre pasado, a una edad relativamente temprana, dejando una estela de bien y de gratos recuerdos.
En el cementerio, de aquella ciudad occidental, algunas tumbas antiguas constituyen verdaderos monumentos. Unas están totalmente derruidas, pero existen otras en buen estado, con capillas de mármol y de cemento armado que muestran la pujanza económica de la época cafetalera de fines del siglo XIX y principios del XX.
Algunas de las tumbas más destacadas por su construcción y belleza en la actualidad, son las dedicadas a las personas siguientes: Carlos Luna (1812), Ramón Flores (1874), Telésforo Lara (1881), Familia Maestre (1902), Gregorio Morán (1904), Griselda de Hurtado (1932), Familia Mancía Rodríguez.
Por otra parte, en Sensuntepeque las cosas son un poco diferentes. En los lugares históricos indígenas de la zona como son el Cerro Grande, Guacotecti y La Puebla de Titihauapa (hoy Ciudad Dolores), no existen vestigios indígenas a la vista. Lo que siempre me ha llamado la atención, pues o bien nuestros antepasados lencas fueron muy atrasados en su desarrollo, o aniquilados totalmente por la cultura hispánica. (Hace falta investigar a profundidad este fenómeno).
La Iglesia actual Santa Bárbara de Sensuntepeque fue construida apenas a fines del siglo XIX.
En el cementerio de esta ciudad, después de una rápida inspección, las tumbas que destacan por su antigüedad y tipo de construcción no van más allá del siglo XX. Aparecen entre éstas, las siguientes: Familia Velasco: Ana, Luis, Jesús, Alberto, Lucila, Adela (1922, 1923,1931, 1932, 1957, 1973), Antonia Mayorga (1928), Hortencia Velasco (1948), Bruno Velasco (1957), Jeremías Quintero (1969). Aunque debo mencionar con cariño, la de mi compañero de primeros grados, Moris Ponce (1964), en la que aparece colocado un pequeño avión, pues era piloto de aviación.
La simple constatación de datos sobre estos monumentos, nos puede llevar a formular algunas posibles hipótesis:
a) Chalchuapa centro importante indígena y posteriormente de la colonia española, se remonta en sus orígenes a la época tardía de la civilización maya, entra posteriormente a la civilización pipil y vive después la llegada de los españoles.
Aunque su importancia fue muy grande en la época precolombina y colonial, posteriormente toma mayor auge al ser establecido como sede de distrito del Departamento de Santa Ana en 1880 y constituir a partir de allí, una de las principales zonas cafetaleras del país.
Sensuntepeque, en cambio, que aunque fue levantado como pueblo a mediados del 1500, sólo recibió impulso como centro importante de la zona, hasta en 1876, cuando se creó como distrito del recién constituido Departamento de Cabañas. Sin embargo, con la caída del añil como producto importante de exportación, a fines del siglo XIX, su economía desmejoró y pasó a la producción agrícola y agropecuaria de consumo básico y artesanal. Lo anterior indica que probablemente las personas destacadas del siglo XIX, fueron enterradas en Sensuntepeque de manera muy modesta, debido a una situación económica menos bonancible.
b) En cuanto a casas de habitación, Chalchuapa tiene en su centro histórico, casas muy elegantes que se conservan en muy buen estado a pesar de los terremotos y temblores en la zona.
Mientras que en Sensuntepeque con un suelo rocoso y menos expuesto a los desastres naturales, las casas fueron más humildes en su estructura arquitectónica original. Y para colmo de la tradición histórica, en los últimos 30 años varias han sido derribadas para dar lugar a nuevas construcciones, ignorando la belleza y tradición españolas, quedando ya muy pocas de aquel estilo.
Por otra parte, la Iglesia Santa Bárbara, fue casi reconstruida en los años setenta, perdiendo muchos lienzos de pintura religiosa, columnas, coro, cielo de madera y piso, para dar lugar a una construcción de cemento armado en la nave central sin mayor esmero arquitectónico, aunque tal vez más segura para la gente.
Por suerte perdura en el centro histórico, la mayor parte de los portales frente al parque, que nos hacen recordar la arquitectura sencilla pero peculiar de tiempos pasados.


MI ENREDO CON UNA PEPERECHA
Siempre he sido cauto al contar mis pequeñas historias un tanto íntimas. Sin embargo, esta vez, me voy a permitir narrar uno de esos encuentros que se dan al azar, pues la vida siempre está llena de imprevistos.
Aquel era un día de febrero, y para mí los febreros siempre significaron el inicio de un año escolar, de una aventura o de un encuentro no esperado…
Había llegado desde mi querido pueblo Sensuntepeque donde todo se hacía de manera muy artesanal, a una urbe más grande y desarrollada en todo aspecto, la ciudad de Santa Ana.
Yo era un jovencito inquieto por saber de esas cosas ocultas de la vida, más por reacción a lo cerrado del ambiente tradicional de nuestra familia, en la que nunca se habló de cosas como: diversiones, amores, sexo, etc. A tal grado que preguntar cómo y por donde llegamos a este mundo, era un verdadero tabú.
Mi inocencia era tal que cuando llegué a Santa Ana, ni siquiera había oído hablar de las peperechas. Sin embargo, desde que las ví, me parecieron tan atractivas, tal vez por su liviandad y sus excesos de pintura roja o de carmín, como llamarían otros.
Aquel día estaba de suerte, a falta de una, llegaron varias de un solo golpe. Su talla era muy similar, tanto que parecían de la misma familia. Pero lo que no puedo negar era que todas significaban una verdadera tentación para mi natural apetito poco desarrollado.
En aquellos tiempos todo era más barato y uno no se quedaba pobre por probarlas. Así que me hice el propósito de dar ese paso, aunque estaba pendiente de lo que hacían mis compañeros de internado, pues era la hora del recreo largo de la tarde.
Al dar un vistazo a mis nuevas amigas peperechas, para hacer una selección, comprobé que algunas eran más morenitas y otras eran más pálidas. Al preguntar por el nombre de una acompañante más esbelta que las peperechas, me dijeron que se llamaba María Luisa, nombre un poco extraño para mí, pues no era muy común en mi pueblo.
Por fin me decidí por dos de las más chapudas y opté disimuladamente por llevarlas al dormitorio, tratando de no llamar la atención y de no provocar a mis demás compañeros.
Solos en el dormitorio y pendiente de que no me observaran mis compañeros, comencé con mis labios a probar, aquel destellante color rojo de una, hasta saber que era tan dulce como la miel y como el azúcar. Mi satisfacción era tan grande que hubiera querido saborear las dos al mismo tiempo, a riesgo de quedar un poco reseco.
Sin embargo, cuando todo parecía consumado, oí que trataban de abrir la puerta, que siempre debía estar sin llave.
Me sobresalté y no tuve tiempo de esconder a mis rojizas amigas, una de las cuales, yo hasta había mordido como parte de aquel emotivo encuentro. Era Carlos, uno de mis compañeros santanecos, como siempre de curioso.
Al verlas aquel intruso, me pidió que le diera una. A lo que no pude negarme.
Fue así como nos sentamos a platicar con más detalle sobre aquel tipo de pan que era tan popular en Santa Ana.
Me contó que les llamaban “peperechas” por su exceso de color rojo, como las prostitutas. Además me explicó que existían las “honradas”, las “viejitas” y las “polveadas”. Y que a él le gustaban más las “marías luisas”, por tener un mejor relleno.
Al día siguiente la vendedora, me mostró los diferentes tipos de pan dulce, cómo eran y cuanto valían. Yo opté de allí en adelante por las “viejitas”, que aunque menos ostentosas y un poco arrugadas, me parecieron muy delicadas y sabrosas.


DON JULIO CÉSAR VELASCO, UN CIUDADANO EJEMPLAR
Publicado en Periódico La Macana, Sección La Selvita, Nov. de 2007

Escribo esta página con todo el respeto y valoración, en recuerdo de una de las personas más honorables de Sensuntepeque.
Don Julio era de los Velasco de Sensuntepeque, que tenían recursos económicos y buen nivel educativo. Era hijo de Don Dionisio Velasco y de Doña Julia Valladares. Nació en 1896; hizo sus estudios en el Colegio “Santo Tomás” de San Vicente y desempeñó varios cargos públicos en Sensuntepeque, como el de Administrador de Rentas.
Éramos niños de los primeros grados y nuestro camino diario para la Escuela Parroquial Emiliani, lo hacíamos pasando frente a la Farmacia “El Angel” que era atendida por su propietario, Don Julio. Aquel era un hombre de porte elegante, de gran corazón y cuya presencia infundía respeto, pero al mismo tiempo mucha confianza. En más de alguna ocasión nos preguntó por nuestro padre, Gerardo. Y nos hizo ver que aunque el abuelo Fernando y su hijo Gerardo eran originarios del Cantón Chunte, situado a unos 7 kilómetros de Sensuntepeque, eran de la misma mata de los Velasco.
Algunos miembros de esta distinguida familia Velasco de Sensuntepeque, habían logrado una formación universitaria o profesional destacada, como los doctores: Jesús, Fermín, Luis, Benjamín y Alonso, para citar algunos. Pero debe señalarse en el caso de algunas mujeres, a las señoritas Adela y Lucila que aunque no tuvieron un elevado nivel profesional, sobresalieron por su gran trabajo y aporte económico a la comunidad, especialmente en labores cristianas.
Don Julio era farmacéutico de profesión. Su farmacia era uno de los lugares preferidos especialmente por la gente del campo, para comprar las medicinas y recibir alguna indicación de cómo tratar a los pacientes que padecían enfermedades comunes.
Don Julio tenía su propio laboratorio para preparar algunos medicamentos. En los estantes de la farmacia se podían ver botes de color café de diversos tamaños que contenían líquidos o polvos que una vez mezclados, se convertían en medicamentos muy efectivos.
Un respetable médico de Santa Tecla, me narraba hace poco, que en la Universidad de El Salvador, los médicos y farmacéuticos de otros tiempos conocían del trabajo serio de Don Julio en el campo farmacéutico. Para ellos, era común hablar por ejemplo de la “Pómada jcv” efectiva para el tratamiento de la piel. Esta había sido inventada y patentada por Don Julio. Como puede deducirse, la jcv eran la misma sigla de Julio César Velasco.
En una ocasión, siendo muy pequeño, mi padre me contó, que cuando sintió que su vista comenzaba a necesitar lentes, platicó de esto con Don Julio; y que el Farmacéutico le había recomendado hacer lo que él mismo ponía en práctica: Subir al Parque de Cabañas antes de las seis de la mañana y recibir los débiles rayos del sol naciente en sus pupilas. Él sostenía que de esa manera, se fortificaba la vista y se evitaba su deterioro o su pérdida.
Hace relativamente poco tiempo visité la antigua farmacia de Don Julio y me satisfizo mucho, ver que la antigua casa se mantiene en su estructura original; y que aún se conserva más de alguna pieza histórica como la caja registradora que juntos a otros enseres antiguos, debiera ser parte de un pequeño museo, que ojalá la familia instalara y pusiera al alcance de la población de Sensuntepeque, especialmente de los niños y jóvenes.
Que yo recuerde no ha existido un reconocimiento a personalidades como ésta en Sensuntepeque, lo que dice mucho de nuestra poca gratitud por personas que hicieron tanto por nuestro pueblo. En parte, esta falta de valoración se explica, porque desde la escuela y la familia no nos han inculcado conocer de aquellos ciudadanos destacados. En otros casos, los que parecieran ser llamados a dar tales reconocimientos y que han ocupado los puestos de dirigencia pública, como la Alcaldía y diputaciones, desconocen lo propio de nuestro municipio y se han preocupado más en responder a sus intereses personales inmediatos.
José Ramiro Velasco Barrera

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