LOS LIMONCILLOS DE OCCIDENTE (EL SALVADOR) |
UNA MADEJA DE ENTUERTOS EN TORNO A LA CORTE SUPREMA DE
JUSTICIA SALVADOREÑA
La
Corte Suprema de Justicia salvadoreña ha sido tradicionalmente la cenicienta de
los tres órganos fundamentales del estado. Y entre las fallas de origen de tal
condición está la limitada legitimidad de los magistrados que la componen.
Hasta
1992, los magistrados de la Corte, según la Constitución, eran elegidos directamente por el Presidente
de la República quien a su criterio nombraba a los miembros del llamado Poder
Judicial.
Sabemos
por la historia salvadoreña que muchos Presidentes desde la Tercera Junta
Revolucionaria de Gobierno (1980) para atrás, no tenían una verdadera
legitimidad; pues muchos de ellos fueron
el efecto no de la voluntad popular, sino en la mayoría de casos, de la
voluntad del partido o del grupo o estamento que los nombraba.
La
mayor limitación en ese tipo de elección presidencial, era que muchos
magistrados no eran elegidos por su capacidad y
honorabilidad, sino por criterios políticos o de compadrazgo con el
gobernante de turno. Aunque como toda regla tiene su excepción, se debe
reconocer que también hubo magistrados honorables, a lo largo del siglo veinte
que cumplieron a cabalidad su cometido.
Con
los Acuerdos de Paz de 1992, mediante la negociación efectuada entre el FMLN
histórico (muy diferente al actual) y las fuerzas conservadoras del país
representadas en el gobierno de la época, la Constitución de la República fue
reformada para establecer una nueva forma de elegir a los magistrados de la Corte
Suprema de Justicia.
En
el artículo 173, se estableció que serán elegidos por la Asamblea Legislativa,
su número será establecido por la ley y uno de ellos será el presidente. Y que
tanto la elección de los magistrados como su destitución, se tomará con el voto
favorable de por lo menos dos tercios de los diputados electos.
En
el artículo 186 de la Constitución, se estableció además que los magistrados
durarán en su cargo 9 años, podrán ser reelegidos y se renovarán por terceras partes cada tres
años.
Como
explica muy bien la Lic. Elsa Elizabeth Fuentes, en el siguiente sitio de ADESA,
la
primera elección de magistrados, después de los Acuerdos de Paz, se realizó en
1994. En aquel año, la Asamblea Legislativa eligió de manera excepcional 15
magistrados propietarios y suplentes, 5 de ellos con duración de tres años,
otros 5 con duración de seis y los 5 restantes con duración de nueve años.
En
la elección de 1997, se debía nombrar a magistrados con una duración de nueve
años y renovar la tercera parte que terminaba su período de tres años, y así se
hizo. Pero para el año 2003, se comenzó
a tener las primeras dificultades, pues se introdujo cambios en el mecanismo de
designación y los señores diputados respondiendo más a la coyuntura del momento,
no siguieron el mecanismo establecido.
La
Asamblea debió haber escogido en el 2003, a los dos magistrados que formarían
parte de la Sala de lo Constitucional y en el
2006 al nuevo integrante de dicha Sala.
En
vez de ello, en el mismo 2003, la Asamblea completó la Sala de lo
Constitucional con magistrados de otras salas y magistrados elegidos para la
Sala de lo Constitucional fueron trasladados;
y en el 2006 trasladaron a otro que había sido nombrado en el 2003.
Lo
anterior, alteró el orden planificado en la elección de 1994 y condujo a la
Asamblea a posteriores ajustes para nombrar a los miembros de la Sala de lo
Constitucional.
Belarmino
Jaime fue elegido en el 2009, como Presidente de la Sala de lo Constitucional y
Sidney Blanco, Rodolfo González y Florentín Meléndez fueron designados por la
Asamblea Legislativa para cubrir los cuatro puestos vacantes que dejaron los
magistrados de la Sala de lo Constitucional que finalizaron su período en 2009.
Los
nuevos magistrados de la Sala de lo Constitucional comenzaron a tomar en serio
las demandas de inconstitucionalidad que les fueron presentadas y dieron
sentencias que no fueron del agrado de los partidos políticos representados en
la Asamblea y hasta del mismo Presidente de la República.
Ante
una guerra no declarada contra la Sala de lo Constitucional, la Asamblea Legislativa comenzó a
manipular la elección de magistrados y
hasta planteó la posibilidad de destituir a los magistrados de aquella Sala.
En
abril de 2012 la misma Asamblea 2009- 2012 que ya había elegido magistrados en
el año 2009, eligió nuevos magistrados, lo que fue declarado inconstitucional
el 6 de junio por la Sala de lo Constitucional por incumplir lo establecido en la Constitución. La Sala, también declaró
inconstitucional la elección de los 5 magistrados que fue hecha en el 2006, por
haber sido electos también por una misma legislatura.
Ante
tal sentencia, los diputados del FMLN, GANA, CN y PES, desobedeciendo la sentencia, recurrieron a la Corte Centroamericana de Justicia y llamaron a los nuevos diputados electos a
tomar posesión.
La
Sala de lo Constitucional declaró inaplicable por inconstitucional la
resolución de la Corte Centroamericana de Justicia que pretendió suspender la
sentencia emitida por la misma Sala de lo Constitucional. .
Pero
las cosas no terminaron ahí. La división de los dos poderes, legislativo y
judicial, se agudizó por una parte, al
tomar partido el Presidente de la República en apoyo de los diputados
desobedientes y sus partidos, perdiéndose la oportunidad de haber servido como
estadista en una intermediación del conflicto; y por otra, la posición de
respeto a la norma constitucional que aglutinó a sectores de derecha como el
partido ARENA y grupos empresariales; pero también, a una variada cantidad de
instituciones de la sociedad civil agrupaciones de jóvenes, universidades,
asociaciones de abogados, la Conferencia Episcopal y organismos internacionales
como Naciones Unidas.
A
la fecha, el país cuenta con dos Cortes Supremas de Justicia instaladas. La
una, conformada por los 4 magistrados de la sala de lo Constitucional cuyo
período de elección está vigente y 4 suplentes; la otra, dirigida por el nuevo
presidente Ovidio Bonilla, nombrado por los diputados desobedientes de la
Asamblea Legislativa, más 4 magistrados de la generación 2012 y cinco de la generación 2006.
La
interminable medición de fuerzas de los dos bandos políticos tradicionales que
han polarizado el escenario político salvadoreño en los últimos veinte años,
ARENA y el FMLN, han aprovechado la situación para llevar agua a su molino. Los
primeros, apareciendo como adalides del respeto a la constitución, olvidando
que ellos han actuado de la misma manera en el pasado; y los segundos, defendiendo de la manera más
obcecada sus intereses de poder, junto a sus compañeros de ocasión, los otros
partidos de derecha que no tienen ninguna solvencia ética y que han sido
expertos en triquiñuelas políticas.
Al
momento las cosas lejos de mejorar se complican más, pues han comenzado a
aparecer las presiones políticas foráneas con consecuencias todavía
insospechadas para el pueblo salvadoreño.
El
desenlace de esta verdadera tragicomedia está por verse. De no llegar a una
solución por los medios razonables y pacíficos, habrá que esperar los
tetuntazos, los gases lacrimógenos o la presión externa de fuerzas con mayor
poder real sobre nuestra atrasada sociedad.
NUESTRA QUEBRADA DE INVIERNO
Nuestra
quebrada de invierno quedaba a unas dos cuadras de nuestra casa. Sólo había que
bajar la pequeña pendiente para encontrar la arboleda nutrida y después el
pequeño arroyo casi seco en verano, pero con mucha agua en la estación lluviosa.
Aquella
corriente de agua bastante limpia, nacía como a un kilómetro de la casa
paterna, en el sitio denominado El Zapote, propiedad de Tío Eulalio, hermano de
mi abuelo Sotero.
En
realidad sus aguas eran accesibles para nuestra familia en un trecho de
aproximadamente unas diez cuadras desde El Ojushte en la parte de arriba, hasta
el llamado Barranco que se convertía en un salto de unos treinta metros de
altura, desde donde bajaba la corriente hasta perderse en los potreros planos
que lindaban con El Lempa.
La
quebrada era un sitio importante para nosotros. En el caso de los mayores,
representaba el lugar preferido para que
bebieran agua los animales, desde caballos, vacunos y otros animales
domésticos.
La
Poza del Ojushte era un sitio adecuado para el baño de los adultos por estar más
aislado y disponer de la sombra de aquel inmenso árbol que producía unas semillas comestibles y que cocidas son
parecidas a las semillas del árbol de pan.
A dicha poza, recuerdo haber ido muy pocas veces; aunque no se me olvida,
la vez que acompañé al Tío Benjamín, el Obispo de Santa Ana que habiendo
llegado de visita, pasó largo rato disfrutando de aquellas aguas frescas bajo
una pequeña catarata, en aquel ambiente de tanta tranquilidad.
Para
los más pequeños, el sitio preferido era la Poza del Almendro, a pocos metros
del camino por el que pasaban sólo familiares y que conducía al Pozón. Aquel
nacimiento estaba a una cuadra al subir la pequeña cuesta y de él brotaba un
agua limpia para tomar, pero al que
también concurrían las mujeres de las casas cercanas para lavar la ropa.
Del
Pozón, llevaríamos más tarde por mi iniciativa
cuando fui estudiante de bachillerato,
el agua por cañería hasta el patio de nuestra casa.
A
escasos metros de la Poza del Almendro había un nacimiento de agua muy tibia
que se secaba sólo en los últimos dos meses del verano. Ese era el lugar más
frecuentado por mi madre y mis hermanas mayores que llegaban a lavar ropa y el
nixtamal; allí también llenábamos algunos cántaros para los oficios de la casa.
Desde allí, nos vigilaban las mujeres mayores a los pequeños, mientras bañábamos
alegremente en la quebrada.
El
otro lugar bonito para bañar, se encontraba a unos treinta metros antes del
salto del Barranco, pero tenía la desventaja que a un tiro de piedra pasaba el camino real por el que cruzaba
mucha gente, incluyendo hondureños que hacían un pequeño descanso, mientras sus
bestias sedientas, bebían largo rato el agua fresca de la quebrada.
No
sé por qué nuestra quebrada nunca tuvo peces cangrejos o chacalines. Creo que
de eso no se preocupaban los mayores, pues a pocos kilómetros pasaba el Río
Lempa y el Gualquiquira, que en aquellos tiempos eran ríos muy limpios y con
abundantes peces de toda clase y crustáceos como chacalines, cacaricos y
camarones.
A
nuestra quebrada podíamos ir solos los niños en el verano, no así en el
invierno cuando a veces hasta para los adultos era una amenaza pasarla, al momento de las correntadas.
Y
por las noches, ni pensar que los niños nos íbamos a acercar por allí. Primero
por el temor a los grandes sapos y a las aves nocturnas que más avivaban su
canto lastimero cuando sentían el paso de la gente; pero en especial por los
espantos, como el cadejo y la siguanaba de los que tanto oíamos hablar.
Sin
embargo, más de alguna vez siendo pre adolescente me tocó cruzar por aquel
sitio solo, para cumplir con algún mandado. Entonces lo hacía bajando del cielo
a todos los santos y con la piel de gallina, por el miedo de encontrarme con
uno de esos desagradables visitantes creados por la fantasía campesina.
Pero
nuestra quebrada fue algo tan agradable y fundamental en nuestras vidas, que se
quedó para siempre fotografiada en mi memoria.
¿MATÓ CUCHE TU TATA?
Hace
apenas unas cuatro generaciones atrás, cuando no existían los medios
tecnológicos de comunicación como la televisión y menos la computadora y el
internet, los adultos, los jóvenes y los
niños vivíamos en un mundo muy distinto al de ahora.
En
aquellos tiempos, los padres tenían que ingeniárselas para mantener
entretenidos a los bichos y aún a los menos bichos.
Como
era y sigue siendo costumbre de los campesinos, a las ocho de la noche había
que pensar en irse a la cama. Por eso algunos alcanzativos de la ciudad,
achacaban a la falta de tele, que hubiese tanto engendro y familias tan
numerosas, especialmente en el campo.
Como
no hay mal que por bien no venga, soy de los que considero que aquellas
ausencias de medios de diversión asociadas al atraso tecnológico, pero también
a la falta de conectividad especialmente en la zona rural permitieron cosas
buenas. Por ejemplo, un mayor acercamiento y comunicación familiar y formas
apropiadas a las circunstancias, para compartir ratos agradables a la luz de
los candiles o mejor a la luz de la luna y las estrellas.
Fui
testigo en los primeros años de infancia, de reuniones de toda la familia
extendida, que incluía además de los de casa, a tíos, tías, sobrinos, sobrinos,
primos, primas y hasta otros parientes cercanos. Un tipo de tales reuniones
tenía lugar en “lunadas” a la orilla del Río Lempa, en algunas noches de verano
con ocasión de la época de sandías y melones.
Los
lugares preferidos por mi familia eran los arenales del Lempa en la parte
conocida como el Anonal o la Cuevita en los límites fronterizos de Cabañas y
Honduras.
En
aquellos encuentros, después de la cena en la que se comía el pescado recién
agarrado y los tamales preparados de antemano, de manera espontánea se
organizaban juegos según edades de adolescentes y niños.
Así los grandes, jugaban al arranca cebolla, a
la gallina ciega etc.; los medianos al
“se vende aceite” y al “escondelero”; y los pequeños, a juegos como las rondas,
entre ellas “la vuelta del toro, toro gil”.
Después
de los juegos y bastante entrada la noche, los
grupos de cada hogar, se acomodaban a dormir en la arena muy fina y
limpia, sobre unas lonas, sobre algunos costales o sobre hojas secas de huerta.
La gira incluía el desayuno al día siguiente y por supuesto el baño en el río.
En
el tiempo en que la familia permanecía en casa, algunos padres se las
ingeniaban para mantener entretenidos a los niños. Una de las formas, era
narrando cuentos que llegaron de boca en boca desde los ancestros, como el del
”Tío Conejo y Tío Coyote”, “Los niños perdidos”, “La Baquillona”, etc. Otra
forma era la de hacer pequeños trucos de mano, o con el auxilio de una pita construir
figuras como “la cama del diablo”, “la pata de gallina”, etc.; o maneras de
deshacer nudos con un cáñamo o hacer pequeños animales u otros objetos doblando
un pañuelo.
Pero
había también una serie de maneras con las que los mismos niños ponían a prueba
sus habilidades, por ejemplo, haciendo lucha de manos y brazos sobre una mesa,
poniéndose a “hacer serios”, etc.
Otro
juego muy sencillo entre los niños era el “Mató cuche tu tata”. Este consistía
en preguntarle al otro: “¿mató cuche tu tata?
A lo que el interrogado debía responder que Si. Después se le
preguntaba, nuevamente: ¿le tuviste miedo? Y ante la respuesta No, le soplaban
a los ojos con los labios. Y si el otro
“parpadeaba” era que sí le había
tenido miedo.
A
nivel urbano, la situación no era muy diferente, pues era frecuente ver en las
calles a las niñas jugando al salta cuerda. Ese juego consistía simplemente en
que una o dos niñas saltaban alrededor de un lazo, sostenido por otras dos
niñas que lo hacían girar en forma de onda. El juego terminaba cuando alguien
de las que saltaba pateaba el lazo.
Otro
juego muy común entre las niñas era el “cinquito”, a base de canicas o los
denominados jacks. Consistía en rebotar una canica y tomar en cada tiro, dos,
cuatro, seis, ocho o las diez canicas restantes en conjunto. Si alguien no
completaba el número perdía el juego.
Las
niñas también jugaban al “pizpisigaña” y al “esconde el anillo”.
Entre
los niños el juego preferido era “la mica” que consistía primero en contar a
quien le quedaba la mica imaginaria. Después el que la tenía debía seguir a
uno de los jugadores y si lo alcanzaba
se la pegaba tocándolo. El último al que le quedaba la mica perdía el juego.
Los
niños también jugaban con canicas al “Toque y cuarta”. Iniciaba el jugador que
quedaba más cerca de la línea dibujada en el suelo. Enseguida se trataba de
pegarle a la canica o “chibola” del contrincante para ganarla o quedar a una
distancia de una cuarta para poder llevársela. Los niños ganadores terminaban
con muchas canicas en sus bolsillos.
Otro
juego común entre los niños era el de coleccionar tarjetas de diversos motivos,
para llenar el álbum correspondiente. Las tarjetas salían en los envoltorios de
golosinas que se compraban en las tiendas.
Entre
los adolescentes los juegos preferidos
eran el trompo, el yoyo, el capirucho y encumbrar las piscuchas. Cada uno de
estos juegos aparecía por temporadas.
Tal
vez el más emocionante era el del trompo, que además de bailarlo adecuadamente
en el círculo trazado, había que tirarlo
sobre otro trompo de los demás para calacearlo. En más de una ocasión vi que
alguien partía en dos, un trompo ajeno.
Con
el capirucho se jugaba por turnos entre dos jugadores. Se llegaba a un acuerdo
si la competencia era de cien, de quinientos o de mil. Quien metía la parte del
capirucho en forma de campana sobre la estaquita de madera, tenía derecho a
seguir jugando. Cada metida valía diez, hasta llegar a cien. En ese punto había
que hacer el uno, que consistía en darle varias vueltas a la parte en forma de
campana hasta ensartarla en la estaquita. Si la apuesta era de quinientos había
que hacer el uno, para seguir jugando; si era de mil, quien llegaba a 990 tenía
que hacer el uno de mil y si lo lograba ganaba el juego.
Con
el yoyo, los buenos jugadores hacían múltiples jugadas que simulaban animales y
muchos otros objetos animados.
Todos
aquellos juegos permitían el desarrollo corporal y mental de niños y jóvenes en
una forma barata y sencilla.
A
los niños de hoy, hay que hablarles de avioncitos o de carritos movidos por
electricidad, que de paso pueden costar buen dinero. O de juegos cibernéticos
para ser desarrollados manipulando un control y viendo su desarrollo en la
pantalla del televisor o en el celular.
Y
los jóvenes, pasan largos ratos entretenidos con los juegos que traen las
famosas maquinitas, los paquetes computacionales y los celulares en los que
compiten contra el programa y no contra otra persona.
No
hay duda que hasta en los juegos las generaciones de antes y las de hoy son muy
distintas. Las del pasado, que crecieron junto a la creatividad nativa y los enseres construidos por la
artesanía; y las del presente, que se divierten con máquinas cada vez más
sofisticadas y robotizadas, importadas de mundos “más civilizados”.
POR FAVOR, CONTESTE LA
PREGUNTA QUE SE FORMULA A CONTINUACIÓN. SU OPINIÓN ES MUY IMPORTANTE. GRACIAS.
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