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Soy profesor universitario. Trabajo por el desarrollo de Cabañas, un departamento de El Salvador, muy bello, pero también donde hay mucha pobreza, especialmente en lo educativo y cultural. Soy planificador educativo y trabajé por muchos años como director y coordinador de proyectos sociales. Me considero una persona con una visión amplia que trata de valorar lo positivo de cada quien.

viernes, 19 de diciembre de 2008

DICIEMBRE EN EL SALVADOR


SI LOS MANGOS ESTÁN EN FLOR,
ES QUE HA LLEGADO DICIEMBRE...

















DICIEMBRE


Cuando sopla más el viento

y se pintan nuestros campos

de un amarillo intenso.

Cuando al llegar las noches

ya no cantan los escuerzos,

pues se han secado las aguas

de los arroyos y de las quebradas.

Cuando el calor sofocante

también se toma un descanso

para dar paso a las tardes

y a las mañanitas frescas.

En esos días,

me voy bordeando caminos

alejado del bullicio…

Y admiro en los solares

de las casas solariegas,

las hojas nuevas del otoño;

pero sobre todo,

las flores de color intenso

con que se cubren los mangos.

Entonces,

al escuchar en las radios

los mejores augurios

y los alegres cantos

de las navidades;

sé que ha llegado diciembre

para muchos,

cargado de regalos

y de buenas nuevas;

y para otros, como siempre,

limitado por las pobrezas.

No hay mejor época,

que ésta, para agradecer

los regalos inapreciables

con que nos dota el cielo:

la salud, la familia, la amistad,

el trabajo, la fantasía…

y un cielo inmenso

colmado de estrellas.

Ramiro Velasco, diciembre de 2008



MIS VISITAS AL MERCADO


En diciembre, me voy de compras, no a los almacenes grandes que me parecen ficticios, sino a los mercados abiertos y más populares. Allí donde “asustan” y en donde si uno se descuida, le sacan el pisto sin darse cuenta entre tanto zamaqueón.

En el mercado, me siento más liviano. No llevo reloj ni cosas de valor. Y voy más libre de papeles y de tanto documento inventado por los burócratas.

En los mercados más organizados, me gusta ver a las vendedoras atiborradas de rubor y vestidas con colores chillones, con anillos y aretes de fantasía; y escucho sus voces incesantes tratando de endulzar el oído de los maistros que llevan sus fichas o que parecen tener algún pisto que gastar. Esas mujeres, me hacen sentir tan querido, cuando me dicen: “amor”, “patroncito”, “jefecito” y hasta “joven”. Algunas me toman del brazo y pareciera que me hacen ojitos.

En esta época, los mercados están repletos de gente. En verdad a esos lugares van por lo general personas de medio o bajo nivel económico, pues los verdaderos “fifirufos” no se mezclan con la chusma.

Allí, veo que van de compras sobre todo las amas de casa, los empleados públicos y privados, los profes de las escuelas... A ellos, los conozco, porque sacan sus chancletas, sus jeans descoloridos, sus bermudas y toda clase de ropa informal que comparada con la mía, aunque a mí me parece casual, suave y destartalada, me denuncia como muy tradicional y conservador.

También detecto rapidito a los venidos de los Yunaits o a los doble mojados de Canadá; a ellos se les conoce por el acento postizo de extranjeros, por los tenis, por sus vestidos flojos que me dan una idea de que era más grande el difunto; y porque llevan más de algún distintivo que los delata como recién venidos de allá.

Lo que más valoro de mi vuelta por el mercado, es que en los estrechos senderos, cubiertos por techo de lámina, de duralita y a veces hasta de plástico, puedo codearme con el “verdadero pueblo”, como dijera Aquel. Nomás que ahora este pueblo ha avivado mucho más, pues posee la chispa natural para la rebusca y el bisnes; pero sobre todo, porque tiene la capacidad para que no se lo “bajen” los que se dicen más estudiados. Y yo me digo en mis adentros: pero si esta gente es más inteligente que muchos de los que hemos sacado cartones o los que apantallan con títulos chaveleados…

Y es que todos los vendedores y vendedoras, incluyendo la viejitas y por supuesto los más jóvenes, hacen sus cálculos aritméticos al chilazo. Y tienen la capacidad para atender a varios clientes a la vez. Eso no lo enseñan en las universidades.

Un tanto más lejos están los llamados mayoristas. Esos no gritan y pueden pasar hasta desapercibidos. Pero a ellos, los he visto, más de una vez, sacar de la bolsa “pupusuda”, los fajos de billetes que ya quisieran los empleaditos públicos y esas nenas tan bonitas y olorosas que trabajan en los bancos y en los almacenes.

Los hombres y mujeres del menudeo, saben de memoria a cómo compraron y a cómo deben dar cada producto. No hablan nunca de cosas que ahuyenten a sus clientes. Entienden perfectamente la política y la viven, pero en su momento y fuera de su área específica de trabajo. Pues saben que la religión y la política dividen y alejan a la gente.

Ellos han aprendido de las decisiones de los políticos a fuerza de “socones” de estómago y de toparse cada día con la lucha para llevar el sustento a los hijos, a la abuela y hasta la tía. Ellos no necesitan hablar de la situación económica o de la recesión; ni leer los escritos de los llamados “analistas”. Ellos son los más claros en esas cosas, pues ven y palpan en el trajín diario, por donde aprieta más el zapato.

Me gusta ir a los mercados también, porque se siente y se oye de todo. Por allá a lo lejos, escucho al señor gritón que vende la cura milagrosa para todos los males; más cerca, pasa la señora del carretón sonoro que lleva la música cristiana para conectarse directamente con el otro mundo; a un lado, va el que ofrece la “cachada” del día; casi chocando conmigo, me encuentro al que carga el bulto de colchas chapinas; en frente aparece el que muestra diversidad de relojes metidos en las manos y en los brazos; y pasando por nuestras narices, camina la que ofrece en su carrito improvisado, el plato del día que huele a frito y alborota los ácidos gástricos.

Ese es nuestro pueblo, para el que no hay vacaciones pagadas, ni días feriados, ni seguros, ni aguinaldos o bonificaciones de fin de año. Sin toda esa gente, las fiestas de fin de año, serían para muchos, incluyéndome a mí, menos cómodas y alegres.




SONATA EN RE MENOR


Te ví escondida

entre el verde limón

y el amarillo claro

de las hojas más tiernas,

nacidas en el otoño fugaz

con que en nuestra tierra,

aparece diciembre.

Te ví nuevamente,

en el turquesa del cielo,

y en el color intenso

de las chiltotas.

Un poco más tarde,

al subir el monte

y mirar desde arriba,

te avizoré de nuevo

arrullada

por el follaje espeso

de los sauces.

Allí las ramas y las hojas

danzaban

al ritmo de inéditas melodías,

de compases extraños,

de tresillos y contrapuntos,

y de ruidos exóticos,

escritos

en el idioma de los vientos.

Y más tarde,

cubiertos los cerros

con las sombras del atardecer,

se escondieron tus ojos;

pero pronto apareció tu sonrisa

junto a los primeros luceros.

Tras un largo camino,

después de un sostenido silencio

y de compases diversos,

nos encontramos de nuevo

teniendo a la noche

como único testigo.

¿Qué más puedo pedir a la vida,

si a pesar de los cambios

de un allegro vivaz

a un allegro moderato,

y de una tonalidad

de mayor a menor,

se ha vuelto a escribir

en nuestra partitura,

la melodía intensa

de nuestro amor?

El mejor regalo

en esta época navideña,

has sido tú.

Ramiro Velasco, diciembre de 2008

DESEO PARA TODOS MIS LECTORES Y LECTORAS: ¡¡¡FELICES FIESTAS DE NAVIDAD Y UN AÑO NUEVO COLMADO DE DICHA Y PROSPERIDAD!!!



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