ATARDECER EN LA CUMBRE
QUÉ PUEDO
DECIR DE MONSEÑOR ROMERO
Lo que yo
pueda escribir sobre este hombre excepcional, no vale mucho, comparado con lo
que nos narran personas que vivieron cerca de él muchos años, especialmente una
vez que fue nombrado Arzobispo de San Salvador. Sin embargo, aprovecho para
señalar algunas vivencias que tuve con aquel sacerdote en mis años de
estudiante.
Conviví con
él de alguna manera, cuando yo era seminarista en San José de la Montaña en los
años 1967 y 1968.
El edificio
de tres plantas del seminario, muy grande por cierto, se dividía en secciones
para salones de clase, grandes corredores, capilla, cuartos individuales para
seminaristas mayores, habitaciones para los sacerdotes jesuitas responsables de
la formación y el seminario menor para estudiantes de bachillerato de la
Arquidiócesis con sus salones de clase, dormitorios, etc.
Monseñor
Oscar A. Romero residía en la segunda
planta del edificio cerca de la fachada en la parte sur, a donde su ubicó al
ser nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal, en 1967.
A su aposento
compuesto por una salita, su estudio y su dormitorio, llegábamos los días
miércoles un grupo de cuatro seminaristas del coro, entre los cuales estaban: Jacinto
Saldaña (QDDG), Víctor Zelada (QDDG), José Baños (QDDG), Astul Guirola y su
servidor.
Nos
reuníamos allí a la hora de nuestro recreo largo de la tarde, para grabar en su
estudio de radio improvisado, programas del Rosario de la Aurora en los que
rezábamos los cinco misterios y entonábamos una estrofa y el estribillo del
canto después de cada misterio. Además nos turnábamos para preparar y leer una
meditación de unos cinco minutos.
Aquel
programa lo difundía Monseñor todos los días a las 5 de la mañana en la YSAX.
En la radio aquel grupo se oía como si
fuese un coro de monjes de muchos cantores.
Monseñor
hacía todo el trabajo de grabación y por supuesto que se mostraba muy
agradecido con nosotros por aquel pequeño trabajo que realizábamos con mucho
gusto y más de alguna vez nos invitó a un refresco y galletas después de la
grabación.
Como yo he
comentado en otro escrito, a Monseñor se le miraba con respeto y tal vez con
mucha cautela, pues se sabía que era un hombre de línea conservadora, cuando ya
en el Seminario se asimilaba una teología más renovada, inspirada en el Concilio
Vaticano Segundo y después, en la Conferencia de Obispos de América Latina realizada en Medellín en 1968.
El grupo de
seminaristas que llegábamos a grabar a su aposento éramos todos muy centrados,
comparados con otros compañeros que se mostraban más cercanos a las ideas de un
mayor compromiso con las causas sociales. A lo mejor, esa había sido una
condición para seleccionarnos también, además de que éramos miembros
importantes del coro del Seminario, uno de los más famosos del país.
Lamentablemente
en 1969 cuando nos faltaban 2 años para terminar la carrera, salimos del
Seminario, Víctor Zelada y yo, para vivir según nosotros una experiencia con el
mundo del trabajo, sin renunciar a
nuestra calidad de seminaristas, lo que como comento en otra página, fue una
decisión muy ingenua que nos costó al final alejarnos de la idea de seguir en
el proceso de formación, más por la presión
de nuestro Obispo que por nuestro propio impulso. (Ver
Como narro
en el escrito anterior, resentido por toda la actitud de nuestro Obispo que me
parecía tan injusta, renuncié al carácter de seminarista y prometí alejarme de
todo lo que fuera iglesia, curas, etc. De tal manera que a partir de aquel
momento fui indiferente a lo que pasaba
en la Iglesia Católica Salvadoreña por varios años.
Los años
setenta, fueron críticos para el Seminario San José de la Montaña, pues la
Jerarquía eclesiástica (la Conferencia Episcopal) suspendió a los sacerdotes
jesuitas como responsables de la formación de sacerdotes diocesanos,
responsabilizándolos de haber dado y permitido una formación muy tirada a las
ideas de izquierda. De entre aquellos venerables sacerdotes al que más sentí
que saliera fue a Rutilio Grande, pues lo conocí de cerca por más de cinco años
y doy fe de su entrega, bondad, sabiduría y rectitud.
No dudo que
Monseñor Romero fue parte de aquella decisión, pues en aquel momento, era un
hombre conservador.
Yo sabía que
el Padre Rutilio había aceptado ser párroco del pueblo humilde de Aguilares y más
tarde, cuando cayó asesinado camino a su natal El Paisnal sentí como si hubiera
muerto mi padre o un hermano mío muy querido.
Con la
muerte del Padre Rutilio el 12 de marzo de 1977, sé que Monseñor Romero,
entendió perfectamente que en El Salvador era necesario comprometerse con la
gran mayoría de la gente que eran los pobres y que valía la pena luchar para
cambiar las condiciones de injusticia establecidas, aun siendo sacerdote, como
parte de una acción pastoral.
Después de
la muerte del Padre Rutilio, yo regresé a la Iglesia Católica y como muestra de
fe me casé por la Iglesia y me reconcilié con mi Obispo a quien visité de vez
en cuando, hasta su muerte.
De 1978 a
1980 seguí de cerca la trayectoria del Arzobispo Romero y no me perdía sus
homilías a través de la Radio YSAX en las que siempre aprecié su misión
profética y ese carácter de denuncia, especialmente de los asesinatos de gente
inocente en plena guerra en la que los dos bandos veían justificados sus actos,
cada uno, de acuerdo a su ideología.
Romero dio
vida a una pastoral fundamentadas en la palabra de Dios y en la doctrina social
de la Iglesia y en su mensaje nunca tomó como opción la de una facción, grupo o partido político, aunque por supuesto
hizo hincapié en los abusos de los hombres del estado, especialmente de los
cuerpos de seguridad y del ejército que eran los que más violentaron los
derechos humanos en todo el período del conflicto interno salvadoreño.
Después de la
muerte de Monseñor Romero con el tiempo he ido asimilando, lo que fue aquel
sacerdote y lo que significa para El Salvador y he comprendido que él no fue un
hombre de izquierda, ni un luchador social, sino un sacerdote y un santo que
vivió el evangelio y que como Jesús y tantos mártires, ofrendó su vida por
ayudar a sus hermanos a liberarse de la injusticia propiciada por el mal.
He
lamentado cómo en los últimos ocho años, la figura del Obispo mártir ha sido manipulada
y utilizada en la campaña mediática gubernamental. Así lo hizo el Presidente
Mauricio Funes y lo demostró en diferentes momentos.
Lo mismo
puedo decir del partido de gobierno actual que es dirigido por una cúpula
marxista y que por lo tanto en teoría no cree en Dios y menos en los santos y
que sin embargo, ha hecho tanta exaltación de él, trasladándolo como su mártir,
tal vez más para atacar al Partido ARENA ya que al fundador de este partido se
le acusa de ser responsable de aquel magnicidio.
Por su
parte a los militantes duros del partido ARENA, aunque sean católicos, Romero
les parece alguien que no merece ser reconocido como santo, pues su predicación
y su actuación la consideran de tinte revolucionario y más afín a la izquierda.
Lo mismo se
puede decir de los Protestantes, autodenominados Evangélicos, de las iglesias
norteamericanas, especialmente de la línea Pentecostal y otras. Ellos insisten
en aquel slogan viejo, que los católicos adoramos a los santos y que sólo a
Dios se debe adorar, olvidando la vieja respuesta de la Iglesia Católica de que
a los santos se les venera y se les considera intercesores ante Dios. Ver
escrito de Ramiro Velasco, “Los santos fueron personas especiales” en: http://ramirovelasco.blogspot.com/2013_03_01_archive.html
Sin
embargo, debe señalarse que varias iglesias protestantes de las llamadas
históricas como los Luteranos, Anglicanos, Presbiterianos, etc., sí ven con
respeto a la figura de Monseñor Romero y su acción pastoral, es más, me parece
que algunos de sus pastores se hicieron presentes a la ceremonia de
beatificación.
Yo
considero que a Monseñor Romero, ahora Beato y ojalá pronto Santo de la
Iglesia, se le debe rendir respeto y veneración por lo que él fue y significa
para el pueblo salvadoreño y no debe relacionársele con intereses mezquinos de
tinte político. De lo anterior, qué mejor testimonio que el de miles de
católicos con corazón humilde y sencillo venidos de todos los rincones del país
y de otros países, que se han dado cita a los actos de beatificación del Obispo
Mártir y que lo reconocen como a un verdadero hombre de Dios.
Haber
estado tan cerca de un sacerdote ahora declarado Beato, aunque fuera por un
corto tiempo, es algo que aún no asimilo, que relato con humildad y que
considero fue una gran bendición de Dios.
Deseo con
todo mi ánimo que nuestro Beato Oscar Arnulfo Romero, siga intercediendo ante
Dios por su amado y sufrido pueblo salvadoreño y por todos los que en América
Latina y en el mundo, invoquen su nombre.