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Soy profesor universitario. Trabajo por el desarrollo de Cabañas, un departamento de El Salvador, muy bello, pero también donde hay mucha pobreza, especialmente en lo educativo y cultural. Soy planificador educativo y trabajé por muchos años como director y coordinador de proyectos sociales. Me considero una persona con una visión amplia que trata de valorar lo positivo de cada quien.

martes, 10 de noviembre de 2009

DÍAS DE LUZ Y SOMBRA

IMÁGENES DE CABAÑAS


Parte oriental del nuevo puente sobre el Río Lempa



Parte occidental del nuevo puente



Río Gualquiquira de Cabañas



Puente sobre el Río Gualquiquira





TORMENTA TROPICAL CAUSA GRAN TRAGEDIA EN EL SALVADOR


Este pasado sábado y domingo, la Zona Paracentral y parte de la Zona Central de El Salvador fueron testigo de una intensa tormenta que duró unas seis horas y que causó destrozos, dejando unos 140 muertos, 60 desaparecidos, decenas de heridos y unos 14,000 damnificados, según el reporte de hoy martes 10 de noviembre. Pero las cifras van en aumento, conforme se atiende a la población en las zonas de mayor desastre.

En daños físicos, se ha reportado la destrucción de viviendas, puentes, infraestructura vial y de electricidad, tuberías de agua potable, así como cuantiosos daños en la agricultura, especialmente en los cultivos de frijol.

Los Departamentos más afectados son: San Vicente, San Salvador, Cuscatlán, La Paz y La Libertad.

Según explican los expertos, todo se debió a una baja presión que acumuló gran humedad en la zona del Pacífico frente a las costas salvadoreñas y que junto con la incidencia del paso del Huracán Ida por Honduras, propiciaron las condiciones para que por unas horas lloviera con gran intensidad.

Las lluvias provocaron deslaves, derrumbes en zonas altas y desbordes de ríos y quebradas que inundaron viviendas y amplias zonas de cultivo.

El Gobierno activó los servicios de protección civil, el Presidente Mauricio Funes decretó emergencia nacional y posteriormente la Asamblea Legislativa el estado de Calamidad Pública para atender de inmediato las necesidades vitales de la población afectada e iniciar las operaciones de reconstrucción, con apoyo de la sociedad salvadoreña y de la comunidad internacional.

Con la depredación de las zonas boscosas en los volcanes, cerros y otras zonas altas, la vulnerabilidad de las comunidades es mayor. Un ejemplo impactante es lo ocurrido en Verapaz donde un río de piedras y de lodo proveniente del Volcán de San Vicente arraso con la ciudad.

En San Salvador y Santa Tecla, debido a la tala de árboles y a la construcción de viviendas en zonas como El Espino y la Cordillera del Bálsamo, la crecida de quebradas y ríos ocasionó nuevos daños a los pobladores del área metropolitana, especialmente para personas que viven en zonas de alto riesgo.

Cuántas vidas humanas pudieran haberse salvado si la prioridad de las políticas gubernamentales hubiera sido el bienestar de la población, incluyendo a los sectores más pobres. De haber sido así en los últimos veinte años, ya se hubieran implementado proyectos de reubicación de gente que vive a la orilla de las quebradas o sitios de alto riesgo o en improvisadas champas.

Una vez superada la emergencia, lo que debe plantearse el Gobierno, es un traslado ordenado de toda esa humilde gente mediante un plan de vivienda gratuita. De no hacerlo de manera preventiva, los costos serán cada vez mayores en vidas humanas y en recursos financieros.

En vez de hacer más bóvedas sobre las quebradas como piensa el Alcalde de San Salvador, que costarían cerca de 100 millones de dólares para que sucumban por las correntadas cada vez más grandes o por los terremotos, lo que urge realizar son medidas permanentes de protección civil.

La alerta temprana que parece haber fallado esta vez, como en otras ocasiones, demuestra que el sistema de meteorología, al igual que los servicios de sismología, vulcanología, hidrología y geología deben ser modernizados.

Los servicios del Sistema Nacional de Estudios Territoriales (SNET) necesitan ser reforzados con equipo moderno y personal bien entrenado para mantener informada a la población de manera permanente sobre la ocurrencia de todo tipo de fenómenos naturales que representen una amenaza para la población.

El Gobierno asume el liderazgo y debe mejorar su organización tanto a nivel central como local para hacer frente a las situaciones de emergencia, pero necesita de mayores recursos financieros. Por las buenas o por las malas, los salvadoreños y especialmente los que gozan de mayores beneficios económicos, debemos entrar en una dinámica de mayor solidaridad y apoyar la reforma fiscal anunciada. Esta es la única vía que nos permitirá hacer frente a las adversidades de la naturaleza que nos cobra por nuestros desmanes ante el deterioro ambiental del que somos responsables nosotros y otros pueblos más avanzados.

Mientras tanto, se hace necesaria la ayuda generosa de todos, para responder a las necesidades apremiantes de nuestros hermanos damnificados.


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TRISTES RECUERDOS DEL ONCE DE NOVIEMBRE DE 1989


Como si nada, este próximo once de noviembre se cumplen 20 años de la “Ofensiva hasta el tope” llevada a cabo por la insurgencia salvadoreña.

Muchas personas adultas tendremos no tan buenos recuerdos de una acción armada que como todas, conllevan dolor y sacrificios para la población civil, que casi siempre paga los platos rotos.

De este tipo de hechos, generalmente se contabilizan las bajas para los dos bandos en pugna y casi nunca se hace un recuento de lo que significan para la población trabajadora y normal.

Mi historia tuvo lugar aquella misma noche del once, con una incesante balacera en los alrededores de mi casa, ubicada en la intersección de dos calles de gran tránsito en Antiguo Cuscatlán.

Todo comenzó con una detonación estruendosa como un rayo, que nos dejó sin energía eléctrica y al mismo tiempo, rompió todos los vidrios de las ventanas de la casa, tanto internos como externos, incluyendo los de un pequeño apartamento recién construido con gran esfuerzo económico.

Como si hubiésemos estado de acuerdo, mi esposa con la bebé, así como mis hija y mi hijo mayor y yo, nos juntamos de inmediato en la sala ubicada en la primera planta, donde pasamos la noche tendidos en el suelo, pues la balacera terminó hasta el amanecer.

A la mañana siguiente, pude ver en el predio baldío de enfrente, que hoy ocupa una gasolinera, a un guerrillero muerto. Además me encontré con uno de los postes de la luz eléctrica que daba al costado de la casa, tirado en el suelo.

Como la primera noche, las siguientes, fueron de intensas balaceras en la zona, por lo que acomodamos colchones en las ventanas de la sala y en el piso, pasando a ser este sitio nuestro dormitorio.

La zona fue ocupada militarmente por el Batallón Bracamonte, según pude leer en la camisa de uno de los soldados, apostado junto al portón de mi casa; lo que en vez de seguridad nos causaba mayor temor, pues eran ellos también un objetivo de ataque.

El 15 de noviembre fue la noche de mayores estruendos, con detonaciones de todo tipo. Como a las seis y media del día 16, salí a la esquina donde se encontraba un pequeño supermercado. De paso escuché decir a una de las señoras, como avalando el hecho, que habían matado a unos curas jesuitas a la vuelta de la calle. De inmediato me dirigí a la casa de los Jesuitas situada en la Avenida Albert Einstein y entré con facilidad, pues el portón estaba abierto de par en par. Y me encontré con aquel cuadro tremendo de los padres asesinados, tirados en el suelo con ropa de dormir, en un charco de sangre que se extendía hasta los dormitorios. Allí estaban: Ignacio Ellacuría, Amando López, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes y Joaquín López.

En aquellos momentos apenas arribaban unas tres personas probablemente periodistas, lo que me pareció tan extraño.

Caminé de inmediato a casa, me senté en la sala sin poder contener el llanto, pues aquellos hombres asesinados además de sacerdotes sabios, ejemplares y valientes eran mis amigos y algunos de ellos habían sido mis maestros en San José de la Montaña.

Momentos después, llegó mi esposa y pude desahogar mi inmensa tristeza narrándole lo que acaba de ver. A las pocas horas el hecho era difundido por los medios nacionales e internacionales.

En los días siguientes, entrada la noche, las balaceras continuaron sin tregua. En ese ambiente, el día viernes diecisiete, como a eso de las 11 de la noche oí ruido en el patio, me asomé a ver por una de las ventanas y pude ver a 5 uniformados. Entre ellos, estaba una mujer, por lo que deduje que eran guerrilleros.

Me indicaron que abriera la puerta y aún contra mi voluntad accedí de inmediato a hacerlo.

Vieron que estábamos en la sala y me dijeron que iban a inspeccionar la casa. Les mostré el jardín y agarraron una piocha queriendo abrir un hueco en el muro. Al constatar que era muy compacto, colocaron dos escaleras que yo tenía, una del lado del muro de nuestra casa y la otra al lado del vecino, con la idea de utilizarlo como corredor.

Luego les mostré la planta de arriba y constataron que era un lugar estratégico, como seguramente lo habían analizado, con una ventana hacia la Avenida, tres ventanas hacia la calle, y de paso, con una pequeña terraza que daba hacia un predio baldío. Les mostré el cuarto de la empleada y les dije que allí nos acomodaríamos nosotros, la familia.

Los visitantes subieron a la segunda planta, dejaron ir el agua de los sanitarios y tomaron tranquilamente su baño; después pasaron a la cocina, abrieron la refrigeradora y seguramente tomaron su refrigerio.

A partir de aquel momento, la balacera arreció, pues probablemente era la hora acordada para los ataques. La línea de casas de la cuadra, comenzando con la mía, se convirtió en un cuartel para los guerrilleros y en un posible objetivo de ataque para los militares.

Aquella noche no me faltaron las ganas de hacer un llamado a organismos internacionales como la ONU para que se hiciera algo más efectivo a fin de llegar a una solución al conflicto. Es más, hasta pensé que bien podía salir del país con mi familia y unirnos a programas de apoyo a refugiados que brindaban Canadá y Australia.

Justo al amanecer, las fuerzas militares tenían acordonada la zona y los helicópteros y otro tipo de aviones comenzaron a incursionar. Nosotros desde aquel cuarto sólo escuchábamos los disparos de fusiles y ametralladoras y el ruido de los aviones que parecían rozar el techo de nuestra casa.

A las seis de la mañana salí al patio y constaté que los dos vehículos que debían estar estacionados no se encontraban. Salí de casa y me encontré con los efectivos del Ejército. Después pude apreciar que los carros habían sido colocados a media calle como barricada, seguramente para impedir el paso de los vehículos de los militares. Por suerte, sólo un carro tenía una perforación de bala. Tomando fuerzas de flaqueza los entré rápidamente a la casa, frente a la seria mirada de los militares, pues las operaciones bélicas estaban aún vigentes.

A una cuadra, el Colegio San Francisco amaneció fuertemente ametrallado, pues seguramente había sido otro lugar tomado por la guerrilla.

En las noches siguientes, continuaron los fuertes tiroteos que se perdían al amanecer cerca de las fincas de Antiguo Cuscatlán.

Tres días después, a eso de las seis y media de la tarde justo, cuando salía de casa con la bebé en mis brazos y estando yo a una distancia de unos 6 metros, estalló casi frente a mí, otra bomba colocada en el otro poste de la luz eléctrica. Además del impacto en mi persona y en la niña, de nuevo las puertas y portones de la casa y del apartamento quedaron seriamente dañados.

A raíz de aquella tremenda experiencia no tuvimos más remedio que alejarnos unos días de la casa, a pesar del riesgo de dejarla sola.

Pasado un tiempo y ya en situación de paz, no me faltaron ganas de preguntarle, medio en broma, medio en serio, a Don Shafick Handal y a otros líderes del FMLN, si habría posibilidad de que me trasladaran algunos fondos de los que ellos recibieron, por los daños y perjuicios ocasionados por sus incursiones guerrilleras.





LUGAREÑA DE OCTUBRE


Desde nuestro encuentro

aquella tarde a la orilla del mar,

he pensado en ti,

en la suerte ignota de tu vida,

de tu cuerpo y de tu corazón.


Tú sabías que volvería

por tí.

Así lo hice,

y fue en vano encontrarte.


Te busqué inútilmente

en las olas crecidas,

en las arenas lejanas

y en la fila ordenada

de las gaviotas.


Tal vez deberé esperar

a que llegue el verano

y que soplen otra vez

los vientos de octubre,

hoy de noviembre.


Entonces,

sé que te veré de nuevo,

si no entre los celajes

postreros,

tal vez junto a la luna llena;

o quizás más allá,

en el lejano brillo

de sirio, de canopus

y de tantas otras estrellas.




UN NUEVO PUENTE ENTRE CABAÑAS Y HONDURAS


La historia de nuestros ancestros residentes al norte del Departamento de Cabañas era de comunicación constante con sus parientes y vecinos del Departamento de Lempira en Honduras, a pesar de la barrera natural que constituían las aguas impetuosas del Río Lempa.

Durante la década de 1950 y muchos años antes, eran cientos de hondureños los que pasaban con sus mulas cargadas de huevos, café, queso y otros productos agrícolas, por aquel camino real situado frente a nuestra casa, en el Cantón San Marcos.

Como parte de aquella comitiva, iban también decenas de personas indígenas a los que nuestra gente llamaba “churitos”, cargando sus cacastes llenos de semitas, granadillas y otras frutas que se decía las traían desde El Congolón (una sierra de más de 2,800 m. de altura).

En aquellos tiempos, el intercambio con personas de Mapulaca, La Virtud, Gualcince, Piraera y muchos otros pueblos, situados del lado de la frontera hondureña era cosa corriente entre aquellos vecinos salvadoreños.

A nivel familiar, recuerdo a mis tíos y tías paternas que hablaban a menudo de residentes al otro lado, como: tío Pio Quinto Barrera, primo de mi Abuelo Sotero; de los Pineda de la que procedía la esposa de mi tío Saúl Barrera; de los Quintero y de tantos otros familiares.

En mis tiempos de infancia me parecía una fantasía escuchar de vez en cuando, que mis tíos José y Sábas Barrera andaban por Honduras comprando caballos en Santa Bárbara o en Gracias, famosa esta última por haber sido fundada por orden del propio colonizador Don Pedro de Alvarado, en 1536.

En aquella época, los días jueves y domingos los hondureños eran los que más animaban el comercio en la plaza de Sensuntepeque hasta desaparecer por completo su presencia, debido a la tristemente célebre Guerra de las Cien Horas de 1969.

La mayor afluencia en nuestro país de hondureños que de salvadoreños en Honduras, se explicaba por la falta de carreteras en una zona de sierras y montañas como es toda la parte sur del Departamento de Lempira. En toda la zona hondureña aledaña a Cabañas y Chalatenango, la moneda salvadoreña circulaba tal vez más que la propia hondureña.

A lo largo de la frontera había una serie de pequeños puestos de embarque para atravesar el Río Lempa. Yo mismo de pequeño, crucé el Río, en el llamado Puerto de Don Florentino, en una maltrecha barca sujetada en la parte superior por un cable y movida por remos y cuyo pasaje costaba 10 centavos de colón. Las bestias sin montura y el ganado eran tirados al agua y arriados por tremendos nadadores que pasaban a nado el río, lo que en invierno constituía una verdadera hazaña y una real amenaza para su seguridad personal y de los animales.

Con la guerra del 69, todo el tráfico y comunicación entre salvadoreños y hondureños por aquella zona quedó totalmente paralizado. Tuvo que pasar bastante tiempo después de reestablecidas las relaciones diplomáticas entre los dos países, para recuperar la confianza de tiempos pasados entre los pueblos.

Sin embargo, a mediados de los ochenta el intercambio volvió, a pesar del conflicto interno salvadoreño. Para entonces, la necesidad de un puente era necesaria para ponerse a tono con los tiempos.

Dejando a un lado la modestia, debo confesar que fui yo el “idealista Ramiro” o como me llamara mi hija “El quijote de Cabañas”, quien desde entonces comenzó a soñar con un puente moderno por el que transitara todo tipo de vehículos y junto al cual se estableciese un puesto fronterizo formal.

Aquella idea la expresé a las comunidades de San Marcos y de Nombre de Dios reunidas por primera vez en la casa de mi Padre Gerardo en 1988, cuando conformamos un Comité pro mejoramiento de ambos cantones. Desde entonces, en cualquier solicitud a las autoridades departamentales para una obra a favor de tales comunidades, la idea de construir un puente estuvo siempre presente. En varias de aquellas reuniones estuvo presente el Padre Juan Mendoza otro quijote que ha venido luchando por el desarrollo de aquellos cantones crónicamente olvidados por los gobiernos de turno.

Mi sueño era construir el puente en el Cerro El Cajón, donde el Río Lempa pasa al fondo de la mitad del cerro, partido por la naturaleza y que es totalmente plano del lado salvadoreño.

Durante el año 2002 y parte del 2003, cuando fui candidato a diputado por el Partido Acción Popular, propalé aquella idea en diversas reuniones públicas.

Más tarde, como Presidente de la Asociación Nuevo Cabañas y miembro del periódico radial y escrito “La Macana” construir un puente con apoyo de la cooperación internacional fue un estribillo constante y hasta obsesivo de mi parte.

Doce años después, en al año 2,000 después de un acercamiento entre las poblaciones de Mapulaca y Victoria y aprovechando la experiencia de Toni “El Suizo” Ruttimann, se llevó a cabo la construcción de un puente de hamaca que fue inaugurado como el “Puente del amor” por todas las muestras de entrega de parte de la población que trabajó de manera incansable para verlo hecho realidad.

Los alcances de aquella experiencia se describen de manera exhaustiva en el sitio http://www.rlc.fao.org/es/desarrollo/particip/doctos/libro1/puente.pdf .

Has sido veinte años más tarde, que aquella idea loca de un puente formal se vio concretada como parte de un proyecto binacional entre El Salvador y Honduras, con la aportación monetaria de la Unión Europea y de ambos gobiernos.

El nuevo puente de unos noventa metros de largo, bautizado con el nombre de "Puente La Integración", del que presento fotografías en esta página, fue inaugurado el 24 de julio pasado, con la complacencia de los vecinos de ambos países.

El puente es mayormente utilizado por hondureños que vienen hasta Sensuntepeque en busca de servicios médicos, recepción de remesas y realización de otras transacciones comerciales.

Sólo el día del encuentro de fútbol entre Honduras y El Salvador, como parte de la última Hexagonal, pasaron por el nuevo puente unos 1, 500 hondureños en una gran caravana vehicular, demostrando que también el turismo será un rubro importante de intercambio a través de esta importante obra.

No me queda más que reconocer la labor de los funcionarios públicos de ambos países, de la Unión Europea y de las personas que pusieron su empeño para que esta obra fuera una realidad.

Invito a los lectores, especialmente a la gente de Cabañas en el exterior, a darse una vuelta por el nuevo puente y gozar de un baño en las azufradas aguas del Río Gualquiquira del que presento también fotografías y que está ubicado entre el Cantón Paratao, jurisdicción de Victoria y el Cantón San Marcos del Municipio de Sensuntepeque.


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