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Soy profesor universitario. Trabajo por el desarrollo de Cabañas, un departamento de El Salvador, muy bello, pero también donde hay mucha pobreza, especialmente en lo educativo y cultural. Soy planificador educativo y trabajé por muchos años como director y coordinador de proyectos sociales. Me considero una persona con una visión amplia que trata de valorar lo positivo de cada quien.

lunes, 9 de abril de 2007

RASGUÑOS DE FILOSOFÍA Y DE COSTUMBRISMO SALVADOREÑO

¿HABRÍA SEMANA SANTA SIN CIGARRAS?

En esta semana santa, de pronto parece que han desaparecido las cigarras, con sus cantos lastimeros.

No sé si las lluvias tempraneras las alejaron por unos días o las aniquilaron de un plumazo; así como se aniquilan los bosques de nuestro país, que en otros tiempos eran su mejor guarida.

Siempre me llamó la atención el nombre “cigarra”. Lo asocio con esos rollitos de tabaco envueltos en papel blanco, a los que se les acusa de dañinos y responsables de tantos males. Pero en verdad, no hay ningún parentesco entre cigarra y cigarro.

Los salvadoreños, a los que nos sobra inventiva, mejor les llamamos “chicharras”. ¿Por qué?. No lo sé. Es como querer explicar el origen de otras palabras que nuestro pueblo usa mucho en esta época, como: chicha, colocho, chombo, chilate, chichipate, etc.

Aunque el vocablo “chicharra”, también se aplica en el diccionario español a una persona muy habladora, en lenguaje salvadoreño sólo tiene que ver con esos animalitos inofensivos que aparecen por febrero o marzo, y que tienen una vida efímera.

Yo creo que sin “chicharras”, esta época del año no sería la apropiada para la semana santa, donde lo normal es un ambiente tristón de días un tanto opacos y calurosos, y una vegetación con hierbas y zacatales casi amarillentos.

Los pitos melancólicos de esos bichos, nos ponen en sintonía con los sufrimientos de Jesús, que se nos olvidan durante todo el año, pero que en esta época, no podemos menos que recordar, especialmente en el campo y en nuestros queridos pueblos tan religiosos.

Lo que más me llama la atención de las cigarras o chicharras, es lo que dicen los entendidos. Primero, que mientras están dentro de la tierra en su primera etapa evolutiva, se alimentan de la savia de las raíces de los árboles; y que llegado el momento, cavan pequeños túneles, hasta llegar a los árboles y allí sufren una metamorfosis, convirtiéndose en adultos. Segundo, que las chicharras machos son las que cantan, pues están dotados de un órgano especial, situado entre el último par de patas, que viene a ser una especie de músculo de gran resonancia. Su canto, es la forma más efectiva de atraer a las hembras para su apareamiento.

Pienso que si fuéramos más puristas del idioma, en vez de decir “están cantando las chicharras”, debiéramos decir: “están cantando las chicharras machos”.

No hay duda que tanto en el mundillo de las colmenas, como en el “chicharresco” y a veces en el “humano” de nuestras latitudes, es el sexo fuerte, el que más se la pasa holgazaneando, cantando o piropeando. Si no, como explicar esa costumbre importada de las serenatas, cuando los enamorados gastan media fortuna pagando grupos de mariachis, o las famosas “pulum, pulum” que abundan en nuestros pueblos. Eso demuestra probablemente parte del “efecto chicharra” tan propio de nuestro pueblo, que consiste en cautivar al sexo opuesto, con música y con mucho ruido mientras se corteja a alguien.

Con todo, debo confesar que admiro mucho a esos “bichos” tras de los que más de una vez, me subí a un árbol para agarrarlos por un momento, observarlos cómo eran y luego dejarlos volar para que continuaran su concierto.

En verdad, no sé como me sentiría si en las semanas santas, no aparecieran las chicharras “como el grano de trigo que ha tenido que morir para volver a dar vida”.

Creo que me sentiría muy decepcionado, si de pronto no pudiera escuchar sus conciertos melancólicos, que parecen escritos siempre en tonalidad menor y hechos más para ser ejecutados en la quietud de una arboleda, en medio de una finca de café, o en los cerros y en las quebradas que rodean nuestros cantones y pueblos.

Abril de 2007




ALGO SOBRE EXISTENCIALISMO

De entre las corrientes filosóficas modernas, tengo mucho respeto por los denominados “existencialistas” que resaltan el “papel crucial de la existencia, de la libertad y de la elección individual” y que consideran que la experiencia personal y el actuar según las convicciones propias, son factores esenciales para llegar a la verdad.[1]
No puedo negar mi simpatía por algunos autores de esta corriente, a pesar de lo poco que he leído de ellos. Mi base principal de conocimiento son los comentarios de otros estudiosos, más que la incursión directa en sus obras.
Valoro la manera abierta de pensar de los existencialistas, al alejarse de la búsqueda de explicaciones idealistas o racionalistas y profundizar en la existencia individual concreta, en la subjetividad, en la libertad individual y en los conflictos de elección personales.
Lo que más me atrae de esta corriente filosófica, es el humanismo en que está inmerso (aunque no faltará alguien que me dirá que lejos de ser humanistas son deshumanizadores).
Sin embargo, sin dejar de valorar la visión pesimista y atea de algunos autores, la corriente se ve enriquecida por la visión de filósofos como Pascal, Kierkegaard y de Kart Jaspers que tuvieron gran incidencia en la teología del siglo xx y de otros más cercanos a nosotros, mediante la teología de la liberación.
De Albert Camus, guardo en mi librera, la novela “El Extranjero” en su versión original que debí leer hace mucho tiempo, y de la que recuerdo muy poco. Este autor, es considerado uno de los escritores más importantes de las post segunda guerra mundial. Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1957 y murió en 1960.
Otro gran exponente del existencialismo es Jean Paul Sartre (1905-1980), del que he leído apenas algunos comentarios y pequeñas porciones de algunas de sus obras, probablemente llenas de mucho pesimismo como “A puerta cerrada”, en la que trata de explicar tal vez con bastante razón, que “el infierno son los otros”.
Me llama la atención el concepto de “nausea” que utiliza Sartre para expresar “el reconocimiento que realiza el individuo sobre la contingencia del universo; y la palabra “angustia” para el reconocimiento de la libertad total de elección a la que hace frente el hombre a cada momento.
[2]
Me impresiona lo que leído sobre la innegable capacidad literaria de Sartre, por la que le fue otorgado el Premio Nobel de literatura en 1964. Pero más me impresiona, su gesto de no aceptarlo y que de manera amplia expone el colombiano German Uribe, del que cito a continuación algunos datos.
“Sartre, sentía temor por los taxidermistas del cambio, aquellos especímenes expertos en momificar vivos, en congelar acontecimientos revolucionarios o personalidades descollantes, rebeldes todos ellos, que si no se detienen con medallas y honores, continúan en su labor de derrumbar el imperio de los privilegiados, de aquellos amigos del estatus quo, empeñados todos ellos en atajarlos con cortesías y halagos…
Sartre no resistiría la mitificación de su existencia de la cual, su espíritu burlón seguramente se reiría desde la terraza de uno de sus acostumbrados cafés de París y que, por último, la extrema politización que él vio por aquella época en las asignaciones del Nobel, sospechosamente sesgadas, podrían involucrarlo convirtiéndolo en un idiota útil de los poderes económicos y políticos dominantes. Porque no sería él, precisamente un polemista irredento y un combatiente ideológico atrincherado en la izquierda y del lado siempre de los desposeídos de la tierra y de los revolucionarios de cualquier latitud, quien iría a declinar el honor de luchador social por la indignidad del dinero -de tal forma mal habido-, o por unas cuantas palmaditas, aplausos, diplomas y medallitas.
Sartre, explica la razón para no aceptar el premio, en una entrevista publicada en el Semanario Le Nouvel Observateur, el 19 de noviembre de 1964. En aquella ocasión expresó:
¿Por qué rechacé ese premio? Porque estimo que desde hace cierto tiempo tiene un color político. Si hubiera aceptado el Nobel -y aunque hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo- habría sido recuperado. Si hubiera sido miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría sido discernido; es a él, en todo caso, que hubiera podido servir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones "extremistas" se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: "Finalmente es de los nuestros". Yo no podía aceptar eso. La mayoría de los diarios me han atribuido razones personales: estaría herido porque Camus lo había obtenido antes que yo... tendría miedo que Simone de Beauvoir se sintiera celosa, a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos los honores por orgullo. Tengo una respuesta muy simple: si tuviéramos un gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de discernirme un premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un avispero. Lo que más me ha molestado en este asunto son las cartas de los pobres. Los pobres para mí son las personas que no tienen dinero pero que están suficientemente mistificadas para aceptar el mundo tal cual es. Esa gente forma legión. Me han escrito cartas dolorosas: "Déme a mí el dinero que rechaza". En el fondo lo que escandaliza es que ese dinero no haya sido gastado. Cuando Mauriac escribe en su agenda: "Yo lo hubiera usado para arreglar mi cuarto de baño y el cerco de mi parque", es un maligno: sabe que no provocará ningún escándalo. Si hubiera distribuido ese dinero habría chocado más a la gente. Rechazarlo es inadmisible. Un norteamericano ha escrito: "Si me dan 100 dólares y los rechazo, no soy un hombre".
Y, además, está la idea de que un escritor no merece ese dinero. El escritor es un personaje sospechoso. No trabaja, gana dinero y puede ser recibido, si lo quiere, por un rey de Suecia. Eso ya es escandaloso. Si, además, rechaza el dinero que no ha merecido, es el colmo. Se considera natural que un banquero tenga dinero y no lo dé. Pero que un escritor pueda rechazarlo, eso no pasa. Todo esto es el mundo del dinero, y las relaciones con el dinero son siempre falsas. Rechazo 26 millones y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más porque la gente va a decirse: "¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?". Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo que me habría dejado recuperar por el sistema.
[3] (Final de la cita).
¿Cómo no voy a admirar aquel gesto de Sartre que en su época fue todo un escándalo, pero que es una demostración vigente de su coraje para no caer en las trampas del sistema; y sobre todo, que demuestra su gran solvencia moral e intelectual?.
No puedo menos que relacionar frente a la actitud de Sartre al rechazar el premio, innumerables casos sucedidos en nuestro ambiente salvadoreño, en el que se compran voluntades del pueblo poco instruido; pero sobre todo, donde muchas veces, se “domestican revolucionarios” y personas diz que pensantes o profesionales, hasta por “un plato de lentejas”.
La mejor muestra de lo que afirmo, la tenemos en mucha gente que ha vendido “su alma” a ciertas agrupaciones politiqueras de nuestro país, para las que acaparar poder y dinero es lo más importante.
Haciendo un parangón, termino diciendo: ¡Al César lo que es del César y a Sartre lo que es de Sartre!.


[1] Movimiento filosófico contemporáneo…. http://html.rincondelvago.com/existencialismo_4.html

[2] Ibidem
[3] Uribe German, Hablemos de Sartre, web la Esquina de German Uribe, http://www.geocities.com/athens/forum/8886/